Bendito desliz

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JOSE


La noche brillaba serena y tranquila al nivel del mar.

El taxi nos dejó en la escalinata del hotel, que se levantaba majestuoso como un coloso haciendo que todo fuera alegre y festivo.

Vivía al lado de la playa en Honduras pero ya no recordaba la última vez que la vi.

Recuerdos como el que acababa de tener, me hacían darme cuenta de todo lo que me había perdido, de todo lo que había dejado de hacer por trabajar.

Una sensación amarga recorrió mi cuerpo pero desapareció pronto cuando noté el sudor recorrerme la frente.

«Debí haberme puesto pantalones cortos», pensé.

Con los vaqueros me estaba cociendo, sudando a chorros. Y eso que eran las once de la noche.

Pedro llevaba una camisa floreada acompañada de un pantalón corto y, mirándole, deseé llevar puesta esa ropa, aunque me sintiera ridículo. Desde luego, seguía siendo un descarado. Le gustaba llamar la atención porque sí.

—Creo que subiremos, te enseño tu habitación y de paso te cambias. Te he reservado una de las mejores suites igualita que la que tiene Olivia. Para que veas que te quiero —me tiró un beso y yo entorné los ojos sonriendo, pensando que no tenía remedio.

Era el mismo loco de siempre.

—Hay un espectáculo en la terraza y podemos tomar una copa ¿Te apetece?

Ya lo creo que me apetecía y mucho.

Desconectar de todo era lo que más deseaba en el mundo y, el alcohol junto con un espectáculo, podía ser una buena manera de empezar.

Además, la noche era tan bonita, estaba todo el mundo tan alegre, pasándoselo tan bien, que me negaba a ser el único amargado del lugar.

—Claro que me apetece, Pedro.

Subimos, me enseñó mi habitación y me cambié.

Al rato, estábamos ambos en la barra del bar de la piscina donde había un espectáculo que parecía agradar a todo el mundo.

En el escenario, un monologuista se esmeraba en hacernos reír pero tenía que reconocer que, aunque me había propuesto divertirme, hacía un esfuerzo sobrehumano por intentar despejarme.

Pedro parecía estar pasándoselo de lo lindo pues no dejaba de reír a carcajadas.

Me daba la impresión de que era más feliz que cuando estaba sano, y quizás mis sospechas eran certeras. Ahora mismo hasta yo tenía una explicación lógica.

Normalmente cuando tienes todo en la vida, no valoras nada. Pero sin embargo, cuando sabes que puedes perderlo, lo disfrutas y lo amas. Y eso era lo que hacía Pedro: vivía.

—Hermano, ahora que estás libre te apetecerá probar algo nuevo ¿no? —me dijo de repente, señalando levemente con su mano hacia una mujer que no dejaba de desnudarme con la mirada.

¿De verdad estaba tan en mi mundo que ni siquiera me había dado cuenta de aquella chica hasta que me lo dijo?

Tendría unos treinta y pico, rubia y delgada.

Era muy guapa, y quizás me hubiera lanzado en esa ocasión si no fuera porque estaba demasiado borracho y me sentía demasiado viejo. Cuarenta y siete años no pasaban en balde y pensé que, quizás, ni siquiera la podría satisfacer como harían otros hombre de su misma edad.

De todas formas supuse que mi reacción era lógica.

Ahora mismo no quería saber nada de las mujeres. Odiaba a Laura, lo tenía muy claro.

Mi mundo y tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora