Hola, papá

133 25 32
                                    


Intentaba salir del shock que me había producido saber que, Pedro, era en realidad mi padre.

No quería escuchar ni una sola palabra que sirviera para justificar, de alguna manera, lo que fuera que hubiera pasado en su día para que nos abandonara.

Me tiré en la cama. Demasiado cansada para tan siquiera poder atender el móvil que no paraba de sonar.   

Ni siquiera quería imaginarme nada. Pero mi mente necesitaba visualizar las diferentes teorías que habrían llevado a un padre a abandonar a su hija. Y llegué a la única conclusión que hacía eco en mi cabeza.

Seguramente había sido lo típico que solía suceder: chaval joven que abandona a novia embarazada por miedo y falta de responsabilidad.

No podía creer que fuera justo a él a quien debía agradecerle una vida llena de soledad y sufrimiento, rebosante de preguntas sin respuesta. De rabia y frustración. Años enteros preguntándome por un ser al que ahora ponía cara.

Había pasado toda mi vida infravalorándome a mí misma por no entender las razones por las que justo yo tuviese que vivir sin un padre.  También mi madre se las traía... Y es que, ¿cómo era posible que las dos personas que debían cuidarme y protegerme me hubiesen dejado en manos de mis abuelos? Era incompresible. Yo no tenía hijos, pero entendía la gravedad del asunto. Si alguna vez los tuviese jamás les abandonaría. Nunca.

Y, aunque mis pobres abuelos se habían dejado la piel para que yo fuera feliz, no podía perdonar a mi padre lo que había pasado. Por mucho que hubiera hecho por mí últimamente. Yo era su obligación y la de mi madre. La de nadie más. Y eso no podía olvidarlo. Por mucho que después se arrepintiera y me buscara. Por mucho que me hubiera situado en el lugar en el que me encontraba ahora, y por mucho que yo misma le quisiera. 

Nada lo eximiría de tal acto.

Llorando sola en mi habitación, pensaba en la manera de salir del hotel sin ser vista. En los diferentes caminos que podía tomar mi vida a partir de ese momento. No quería despedidas, ni rencores, ni remordimientos. Ni tan siquiera una explicación. 

Quería desaparecer, sin más.

Haría mi maleta, cogería mi coche y sacaría mis ahorros del banco para así poder comenzar una nueva vida. Lejos de tantas mentiras dañinas y gente tóxica.

Inmersa en mi propia autodestrucción, escuché a alguien tocar mi puerta. Despacio y sin hacer nada de ruido, observé por la mirilla a Jose, quien me pedía que abriera.

-Joder.- musité. 

A quien menos necesitaba ahora mismo agobiándome, era a él. Justo a ese pesado dándome la tabarra.

Volví despacio y de puntillas a la cama y encendí el televisor con el volumen al mínimo, solo para intentar distraerme.

No podría sumar ahora mismo a mi propia desgracia, todos los sentimientos y emociones que ese hombre levantaba en mí. Por eso no le abrí la puerta, aunque insistía tal y como si se le fuera la vida en ello.

Estaba casi segura de que no quería volver a verle. Así que esperé y esperé, hasta que pareció darse por vencido. Hacía ya un rato que no se le oía, así que supuse que se habría hartado de esperar.  

Decidí salir y lo hice despacio, moviendo el pomo de la puerta tan lentamente que no emitía sonido alguno. Cuál fue mi sorpresa cuando me agarró del brazo en cuanto estuve a su alcance.

Me bloqueó. Literalmente. Fue imposible hacer la fuerza necesaria para liberarme de sus brazos. Con un movimiento rápido me acorraló dentro de mi propia habitación. Entre la pared y él mismo.

Mi mundo y tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora