capitulo 76

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Regreso a casa, Mía y Damián coquetean entre ellos con algo de disimulo mientras preparan la comida. Se sonríen y se miran con complicidad. Creo que lo quiere ocultar, pero no lo hacen muy bien que digamos.

Alexander parece concentrando observando como su hijo le pinta parte del cuerpo. El niño se ríe travieso mientras dibuja encima de la piel de su padre. Ese es el Alex que me gustaría tener: relajado, sonriente, con la mirada limpia de cualquier odio o rencor. Pero en cuanto clava sus ojos en mí, esa bondad, esa felicidad parece que se esfuma.

Puede que Matt tenga razón, me cuenta asimilarlo, pero Alex no siente amor por mí.

—Al fin apareces —dice algo resentido.

Me encantaría decirle que estuve con Matt, que me he desahogado un poco. Pero sé que se enfadaría y, eso me provoca miedo. El miedo no es bueno. Esto que siento tampoco lo es. Matt tiene razón y eso me duele.

Me retiro a la habitación y cuando voy a cerrar la puerta Alex la abre. Me mira de arriba a bajo, me analiza, pero no puede saberlo. Es imposible.

—¿Dónde vas todos los días?

—A pasear, ya te lo he dicho.

Arquea una ceja y se acerca a mí. Sonríe. Es tan guapo cuando lo hace. Cuando le siento relajado. Cuando no me mira como si él fuera el lobo y yo la Caperucita.

—Ven aquí.

Me acerco a él y me rodea con sus brazos. Me besa la frente. Es un momento tan tierno que tengo ganas de llorar, de venirme a bajo. De decirle que me siento triste y confusa. Pero no puedo. Soy la cobarde de antes, soy la estúpida que teme a todo.

—Sé que no hemos estado bien últimamente —continúa—, y que es raro tener que cuidar de mi hijo a todas horas. Pero es solo un bache, ya pasará.

Nunca hemos estado bien. Tal vez hubo unos días tranquilos en los que parecíamos una pareja normal. Pero nunca seremos una pareja normal. Todo está aquí, en esta casa, en este pueblo. En mí, en mi cabeza, en la suya.

Dejo salir todo el aire de mis pulmones. Me siento sola. Tal vez me sienta así desde que Darío se fue. Tal vez solo seguía aquí por poder verlo todos los días. No lo sé...

—¿En qué piensas?

—En nada —susurro.

Yo ya no pienso en nada. Ni digo nada. Ni hago nada. Es como si toda mi personalidad y mi carácter se hubieran anulado.

Alex besa mi cuello, su respiración me pone nerviosa. Es ese el problema. Yo tengo el problema. No puedo estar aquí. No puedo besarlo, ni hacer nada con él. Ya no le puedo corresponder.

Intento apartarlo con disimulo.

—¿No quieres?

—No sé... —confieso insegura.

Alex suspira. Me aparto de él y camino hacia el baño. Me encantaría salir besarlo y hacer el amor con él. Pero no puedo. Mi cerebro siente rechazo por él. Mi cabeza está en contra de los deseos que siento hacia él.

Cierro y sin motivos me derrumbo. Estoy más sensible de lo normal, soy una llorica.

—¿Estás bien? —Lo escucho decir al otro lado de la puerta.

—Sí, salgo en seguida.

Me lavo la cara. Me arreglo un poco y salgo de nuevo. Álex ya no me mira con odio, ni me desafía con la mirada. Solo se queda allí plantado de pie. Observándome, haciéndome sentir incómoda.

—¡Hazlo! ¿Por qué no lo haces?

—¿El qué, Sof?

—¡Follarme, joder!

Arruga el ceño y me mira como si yo estuviera loca. Estoy enfadada conmigo misma, y estoy a punto de pagarlo con él.

—Porque tú no quieres. Te dije que jamás te haría nada si tú no me lo pides.

—Ahora te lo estoy pidiendo.

—¿Realmente quieres?

Mis lágrimas fluyen por mis mejillas. ¿Por qué no me hizo esa pregunta la primera vez que lo hizo? Ahora Alex es compasivo y yo soy la maldita loca.

Me acerco a él, le acaricio la cara, los labios. Acerco mis labios a los de él. Mi lengua busca la suya. Intento bloquear cualquier recuerdo traumático que quiera llegar hasta mí, para pararme.

Alex mete su mano por debajo de mi camisa y siento el contacto de sus dedos contra mi piel. Me atrae hacia él, me besa de nuevo.

Mi corazón acelera asustado. El deseo y el rechazo luchan entre ellos, mi cuerpo tiembla. Y lo detengo.

—No puedo —. Apoya su frente contra la mía—. No sé si quieres realmente o no, no sé que tienes en la cabeza.

—A ti... a todas horas.

Y no miento. Alex vuelve a besarme y me vuelve a rodear y me atrapa entre sus brazos. Su erección apunta hacia mí. Y de nuevo lo detengo.

—No quiero hacerte daño —dice apoyando de nuevo su frente contra la mía con fuerza—. No sigas con esto, porque perderé la poca cordura que me queda y cuando quieras detenerme no podrás.

—Lo siento —susurro. —No sé que me pasa.

—Está bien. Mañana cuando deje a Álex en el colegio iremos a comer solos, algo diferente. Lo hago por ti.

Algo diferente. Comer. Él suena comprensible, incluso podría asegurar que Alex ha cambiado en algo. Tal vez sea por su hijo y no por mí. Tal vez yo solo sea una carga para él. Un problema, uno que le crea más problemas.

O peor, tal vez sea yo quien le esté perjudicando con mis cambios. Noto a Álex agotado, tal vez se haya cansado de mí y no sepa como decírmelo.

—No te atormentes más. Todo pasará —me asegura.

No lo tengo claro. No tengo nada claro.

Me besa y me vuelve a abrazar. Pero no consigo sentir esa paz que quiero alcanzar. Tal vez debería irme un tiempo, estar en paz conmigo misma. Buscar quien soy, porque esta no soy yo.

—Vamos a comer, ¿sí?

Asiento.

No encajo. Me siento forzada a todo, cuando no debería ser así. Todo fluye con normalidad entre ellos: la conversación, la comida. Pero yo no. Este no es mi lugar. Y no puedo seguir aferrándome a ello.

—Come.

Alzo mi mirada hacia Damián. Nadie siente mi tristeza. Todos son ajenos a todo lo que yo arrastro. Ni siquiera tengo apetito.

Se ríen entre ellos recordando viejas historias. Yo no estoy en esas historias. Me siento rara. No encajo, ese es mi problema, no el de ellos. Me siento desubicada.

Esclava Del Demonio (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora