capítulo 7

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Los nervios y el miedo me alteran tanto, que siento que voy a escupir fuego o que me voy a desmayar en cualquier momento. Busco la mirada de Alex, lo hago de forma insistente, pero no parece hacerme caso. Así que me levanto y logro que todas las miradas se claven en mí, ahora no sé si realmente quería que me mirara.

—¿Dónde vas? —Miro a Mía antes de responder, y esta frunce el ceño.

—Necesito bañarme.

Asiente, salgo de la cocina bajo la atenta mirada de Alex, y miró hacía esa puerta. Esa es mi salida. Vuelvo la vista atrás asegurándome de que nadie me sigue, y no puedo evitar un segundo intento de fuga.

Abro la puerta y choco de frente con esa mirada inocente. Me mira divertido.

—¡Sofía!—Sé que gracias a su voz chillona me han descubierto.

Tiro de él hacía mi lado y cierro la puerta con rapidez.

—Mamá... —le indico silencio.

—Vamos a jugar —susurro.

—El niño está aquí —me giro y clavo mis ojos en Damián —. Sabes que no debes entrar aquí.

—Pero... —se excusa.

Alexander aparece a los pocos segundos, y el niño se abalanza a sus brazos. Si no conociera a Alex pensaría que es un buen padre y una buena persona.

—¿Puedo jugar con ella?

Alexander traga en seco y asiente.

—Pero solo un rato, Sofi tiene cosas que hacer.

Lo llevo a la habitación de Alexander, y juego con él. Cantamos canciones infantiles, le enseño palabras nuevas, y aprende a contar conmigo.

Estar con el niño me hace olvidar quién soy, dónde estoy y sobre todo me hace olvidar que Alexander es el dueño de mi vida.

Cuando me doy cuenta, el pequeño se ha quedado dormido, y no puedo evitar acostarme a su lado, acariciarle el pelo, y por primera vez desde hace años, no me siento sola. Es increíble que un ser tan pequeño aporte tanto a un adulto.

—Sofía. —Su voz hace que me ponga en alerta.

Se acerca, y le indico que no haga ruido. Pretende llevárselo, y es como si me arrebatara lo único que me queda en la vida.

Lo detengo, y ni siquiera sé de dónde he sacado el valor, para detener el brazo de Alexander.

—Por favor...

—No es tuyo, Sofi —me aclara, como si yo no lo supiera —. No te encariñes con él.

Lo toma en sus brazos y veo como se marcha con él. No puedo evitar sentirme triste, nostálgica. Admito que a pesar de todo extraño a mi padre; sus gritos, sus réplicas, su desorden. 

—Te van a vender. —La voz de Mía suena a reproche.

—Me da igual.

—No te da igual. —Se sienta a mi lado—. Quizá sea un maníaco, o un desequilibrado, tal vez tu dueño te use para satisfacer a sus empleados, y no te dará igual.

—¿Por qué te preocupas tanto? ¿A ti qué más te da?

Se incorpora y se quita la camiseta, me da la espalda, y visualizo unas feas cicatrices, y quemaduras.

—El hombre que me tenía le gustaba apagar sus cigarrillos en mi espalda.

La miro horrorizada, y puedo notar el dolor en su tono de voz.

—Sé que Alex es bastante frío y desconsiderado contigo, pero también sé que siempre puedes estar peor.

—Ayúdame a salir de aquí.

—Solo puedo hacer algo por ti, evita que Alex te venda. ¡De verdad! Evítalo o mañana te estarás arrepintiendo.

—Ayúdame —suplico de nuevo —, por favor. Necesito recuperar mi vida.

—Nadie te va a ayudar.

Al escuchar la voz de Alex hace que todo mi cuerpo empiece a temblar. Mis ojos amenazan con llorar y mi cerebro me advierte que debo calmarme.

—¿Cuál es el problema, Sofi? —Se acerca a mí y de nuevo me siento amenazada —. ¿No estás cómoda?

—Alex...

—Sal de aquí o pagarás tú también por ella.

—Solo está asustada.

—Entonces voy a hacer que se relaje un poco. —Sonríe a la vez que se quita la camiseta —. Ayer me dejaste con ganas de estar contigo.

—No, por favor. —No quiero que vuelva a tocarme, lo detesto —. No lo hagas. Me haces daño cada vez que...

—¿Qué? —me interrumpe —. Si abrieras las piernas sin rechistar, no me obligarías a ser tan duro contigo.

—¿Duro? No eres duro, eres cruel y despiadado, Alexander. Eres el mal en persona, y no entiendo como puedes dormir después de lo que me haces. Eres un demonio.

—¿Qué te hago?

Se tensa y de nuevo me siento acorralada, maldita sea, ojalá me metiera un esparadrapo en la boca para mantenerla cerrada.

Retrocedo hasta chocar contra la pared, y él insiste en esperar una respuesta. Una respuesta que no soy capaz de formular sin que él se enfade más de que está.

—Violarme... —consigo decir asustada —. Cada vez que me tocas, siento ganas de morirme.

Asiente como si lo entendiera, pero una de sus manos agarra mi cuello con firmeza. Aprieta sin piedad, y siento que me falta el aire. Intento clavar mis uñas en su mano, pero no consigo que me suelte.

—Entonces muere.

No puedo evitar llorar, no solo sus palabras me hieren, se instalan en mi mente y me torturan. Consigo que me suelte, y caigo al suelo. No paro de toser e intento recuperar el aire.

—Te voy a follar, así te guste o no.

Siento flojera en mi cuerpo, siento miedo, y sobre todo siento un asco incontrolable hacia mi misma. Odio mi cuerpo, lo odio, solo por el hecho de saber que a Alex le atrae, y que por culpa de estar en este cuerpo, debo sufrir sus descabelladas ideas.

—¡Levanta!

Me mantengo en el suelo con la esperanza de que se canse y se vaya. Hago de mi cuerpo una bola pequeña y solo rezo para que él se largue.

—¡Vamos, joder!

Al no cumplir sus órdenes, me toma del pelo, me arrastra y me tira encima de la cama. Se baja su bóxer y no acostumbro a pensar en que pueda estar excitado en una situación tan devastadora como esta.

—Separa las piernas, Sofi.

Un hormigueo recorre mi cuerpo, mis piernas, y no puedo evitar sentirme sucia. Sé lo que viene después, y quizá el hecho de saber que Alex me va a violar una vez más, hace que todo sea mucho más doloroso.

Esclava Del Demonio (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora