capítulo 65

18.9K 1.2K 289
                                    

Sofía

Alexander está de morros porque le acabo de gastar una broma, en realidad he encontrado el vestido de mis sueños, y en una semana me lo mandarán a casa, pero no se lo voy a decir, quiero que sea una sorpresa. Además que me encanta hacerlo sufrir, y que esté pensando todo el rato de que forma complacerme, me hace sentir bien, importante, aunque también un poco miserable.

—Le diré a Mía que vaya contigo a otra tienda, quizá ella te ayude a escoger.

—Podemos no hablar de ello... ya habrá otra ocasión.

—Quiero dejarlo todo listo antes de empezar a trabajar, porque sé que no tendré tiempo para esto.

Tengo que decir que el Alexander preocupado, me enloquece, porque se ahoga en un vaso de agua.

—Mañana iremos a ver la iglesia.

—¿Y si lo hacemos por el civil?

—Me casé con Lucía por lo civil, y esta vez me apetece hacer las cosas bien.

—Claro, no quieres ser repetitivo. —No lo estoy atacando, simplemente me gusta desquiciarlo, hasta un cierto límite.

—No vayas por ahí —me advierte —. Esta vez es diferente, nadie me está apuntado con un arma para casarme, es algo que yo he escogido.

—Incluso cuando te enfadas sigues siendo guapo —me río.

—¿De verdad acabas de decir eso?

Asiento.

Sí, Alexander es guapo, supongo que su cara seria lo hace todavía más interesante. Detiene el vehículo, aparca cerca de la playa, aunque no sea temporada de bañarse.

—¿Paseamos?

Abro la puerta del coche, una ráfaga de aire frío me cala hasta los huesos. Meto mis manos en los bolsillos del abrigo intentando mantener mi calor corporal.

Alexander me ofrece su brazo, y aunque no tengo ganas de sacar la mano del bolsillo, lo hago, porque simplemente no quiero estropear este momento.

Las vistas no podían ser mejores, tal vez la compañía tampoco esté nada mal. Nos detenemos delante la arena, y él me rodea con sus brazos.

Hace casi once meses por estas fechas, con el mismo clima, que él rodeaba mi cuerpo para llevarme con él. Hace ya casi un año de eso, y lo recuerdo como si fuera ayer. Ahora esas mismas manos, que esa noche fría, me tapaban la boca, me rodean para protegerme del frío.

—Ojalá hubiera sido distinto.

—¿El qué?

Sabe a lo que me refiero, pero como siempre, quiere que yo sea más clara para sacarlo de dudas.

—Nuestra relación.

—Jamás me habrías mirado —asegura —, ni siquiera te diste cuenta de que estaba en el bar esa noche.

—¿Estuviste allí?

—Yo pagué tu cerveza.

—La cambié por una Coca-Cola.

—¿A quién no le gusta la cerveza?

—A mí.

Recordar esa noche, y no sentir tanto dolor, significa que lo estoy superando, aunque recordar lo que vino después me sigue doliendo de la misma forma.

—¿Por qué tuviste que hacerlo?

Alexander me aprieta la mano, sé que es una pregunta que no debo formular, pero ya que estamos hablando del tema, quiero saber el origen de cómo llegó a planearlo todo.

—Fuiste cruel. —Le reprocho y él se tensa—. No soy capaz de olvidar lo que me hiciste.

—No me siento orgulloso de ello, no voy a decir que me arrepiento, porque estaría mintiendo.

Escuece escuchar como afirma que no se arrepiente, yo lo estaría, yo suplicaría perdón el resto de mi vida, pero él no lo hace.

—Sé lo que piensas, que estoy enfermo, pero cada vez que te niegas a hacer algo, me la pones dura, y solo pienso que manera puedo follarte.

Mis ojos se me abren tanto que temo que salgan rodando de mi cara. Era un momento romántico, y toda la magia se acaba de esfumar en cuanto él profundiza en lo que piensa.

—Eres un puto enfermo, no cabe duda.

—Hay mujeres que fantasean con que un desconocido las empotre contra la pared...

—¡¿Qué?!

—Dime que quieres una relación llena de caricias, un sexo al ritmo de alguna melodía lenta, y que quieres que te llame cariño a todas horas.

Sé que no existen los príncipes azules, pero joder un poco de romanticismo no hace daño a nadie. Aunque no quiero un calzonazos a mi lado, tampoco quiero que todo sea tan al extremo, quiero algo intermedio.

—Tampoco es eso, quiero una mezcla de las dos cosas.

—No voy a llamarte cariño, porque que lo sienta no quiere decir que esté obligado a decirlo. Te regalaré flores si me sale hacerlo, no porque sea San Valentín. No voy a hacerte promesas que no podré cumplir, y no seré un romántico en la cama, porque soy bruto por naturaleza.

—¿Me estás dando una oportunidad para que no sea tu esposa?

Alexander me abraza, supongo que es porque mi pregunta medio en broma, no le ha gustado.

—Puedes no casarte, y también puedes huir de mí, pero siempre te preguntarás si lo nuestro habría funcionado, y te quedarás con las ganas.

—¿Me buscarías?

—Sabes que sí.

—¿Por qué...? No soy la más guapa del mundo.

—Porque siento que eres el equilibrio que me falta en este mundo de mierda.

Sus labios se acercan a los míos, supongo que esto es todo el romanticismo que puedo obtener de él, ¿y qué es el romanticismo en realidad? ¿Ese que nos pintan en las películas? Donde todos los hombres son unos caballeros, donde las damas no dicen palabrotas.

Quizá, no tiene que ser todo de color de rosa, con él los días serán de colores, tal vez reine lo oscuro, pero tengo que admitir que me hace sentir bien. Este Alexander es el que quiero, solo tengo que darle un poco del tiempo al tiempo.

—Te quiero. —Esta vez estoy más convencida que la anterior.

—¿Puedes repetirlo otra vez?

—Te quiero.

—Yo también te quiero, Sofía.

Sí, lo nuestro no es un cuento de hadas, no lo será nunca porque no tuvimos un buen comienzo, pero sé que Álex estará siempre para mí, dispuesto a complacerme si me porto bien, aunque lo que él considera que está bien para mí está fuera de lo común.

—Vámonos.

Me arrastra de vuelta al coche.

Sonrío al verlo conducir, tal vez estemos hechos el uno para el otro, el tiempo lo dirá todo, por ahora solo voy a disfrutar de mi futuro marido, mientras no se le crucen los cables y seamos una pareja de lo más normal, o casi normal.

Esclava Del Demonio (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora