Capítulo 46 (penúltimo)

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—¿Ah?

—¿No lo ve?

Miro a hacia ambos lados.

—¿El qué?

—¡La conexión!

Pongo ambas manos frente a Adela.

—Okay. Para un poco ahí. ¿La conexión de qué?

—¡El tatuaje de Samuel, la camiseta de Lucía, esas chaquetas, la contraseña! ¡Todas eran U-2, Pablo! ¿Sabe qué quiere decir?

—¿Que todos son fans de U2? —tengo que preguntar—. ¿Un, dos, tres, catorce? —pregunto otra vez, citando una canción del grupo.

Ella se echa a reír, tratando de no hacer demasiado ruido.

—¡Por supuesto que no! Pablo, para ser tan lindo—me dice—, hace unas conexiones entre las cosas muy extrañas.

Cuando me dicen lindo, una extraña sensación de tener que hacer el galán me invade. De modo que me pongo de pie en toda mi altura frente a ella y le pongo las manos en la cintura, atrayéndole fuertemente hacia mí.

—Debes admitir que tengo mucha imaginación—le susurro. Ella se sonroja sobremanera y sin saber dónde colocar sus manos. —La abrazo y pongo mi rostro cerca de su oído—. En mi cuello, Adela—le susurro.

Cuando lo hace, le doy un pequeño beso en el cuello y siento cómo se estremece. Claramente, podría acostumbrarme a esto. Al mirarla, ella alza el rostro y no espero un minuto más y le doy un beso certero. No obstante, ella abre los ojos a los dos segundos y me aleja.

—¡Nosotros no-...!—dice erráticamente—. ¡Las personas! Esto... Quiero decir, volvamos a lo que vinimos—me espeta y se da media vuelta, tomando los binoculares que cuelgan de su cuello.

—¿Aún están ahí? —tengo que preguntar.

Ella asiente.

—Parece como si estuvieran esperando algo.

—¿El qué?

De pronto, Adela hace suelta una especie de gritito. Pero no es un grito asustado, sino que de reconocimiento.

—¡Inter está aquí! —susurra.

—¿Que qué? —pregunto. Ya tiene toda mi atención.

Adela me entrega sus binoculares y yo los dirijo en la dirección en que están ambos hombres. Compruebo lo que dice Adela, en el mismo momento en que el hombre más delgado se da vuelta. El pelo largo y las gafas no mienten. Es Inter. Hijo de su puta madre.

De pronto, el que desprendo que es Samuel a juzgar por su tamaño, se pone una mano en uno de los oídos, como si estuviera escuchando por un auricular. Dice algo que no alcanzamos a oír y luego mira a Inter. Articulan algunas palabras, y luego se mueven rápidamente por el frontis de la tienda.

—Van a entrar—le digo a Adela.

—Y nosotros también—me dice ella.

Cierro los ojos. Dios, perdóname por haberme fumado el porro en la iglesia.

Nos adelantamos, recorriendo la distancia que tenemos desde nuestra esquina hasta la tienda. Lo hacemos tan silenciosamente como podemos, procurando no hacer movimientos bruscos ni ruidos excesivos. Nos metemos por el estacionamiento, cuidando de ocultarnos de las cámaras que sabemos que existen. Particularmente, porque no sabemos si alguien en el interior las está controlando.

Sin embargo, al darnos cuenta de que alguien está cuidando la puerta trasera, por la cual queríamos entrar, retrocedemos hasta colocarnos detrás de uno de los contenedores de basura.

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now