Capítulo 46 (penúltimo)

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—Pablo, si de verdad no quiere ir, le aconsejo que no vaya.

—Pero tú irás de todas formas, ¿no?

Ella baja la mirada y asiente lentamente. Frunzo la nariz. Maldición.

—No, Adela. Estamos juntos en esto desde el momento en el que me dijiste que Lucía era una mala persona. Así que... lo quieras o no, o más bien, lo quiera yo o no, voy a ir contigo.

Ella alza la mirada ante la mención de Lucía. Entrecierra los ojos, como si pensara en algo.

—Lucía no es-... —dice, pero la corto.

—Tranquila. No trates de convencerme de que no vaya. Lo haré de todos modos, quieras o no.

QUIERAS O NO, PABLO CASTAÑEDA.

Ella asiente y me dedica una pequeña sonrisa.

—Bien, lo esperaré afuera. Alístese cuanto necesite.

Asiento. Ella se da media vuelta y desaparece tras la puerta de entrada a la cocina.

Necesito un segundo para poner en perspectiva lo que está a punto de suceder:

Todos vamos a morir. Ya está. Esa es mi conclusión. Al menos espero que sea con honor.

Ese pensamiento me hace pensar en que no he sacado la basura. Miro el tacho que está en la cocina, ahí, todo gris. Tiene una pequeña palanca para abrirlo y una bolsa que se supone que debería haber sacado hace al menos una semana. ¿Debería? Mi suspiro de miedo rebosa estrés. No me queda de otra. Me acerco al tacho, presiono la palanca con el pie y sale un tremendo olor a descompuesto. Trato de disipar el aroma con una mano, pero no puedo. Hay muchas cáscaras de plátano descomponiéndose ahí dentro. Me tapo la nariz con una mano y con la otra, escarbo entre la basura. Hasta que doy con lo que estoy buscando: un aparato rígido, frío o alargado.

Saco la mano del tacho y examino aquello que he sacado.

El arma de Lucía.

Aquella que debía sacar hace días de mi basura, pero que no lo había hecho, más que nada, por el miedo de que alguien pudiera encontrar esa pistola y que la asociara conmigo. Este es el momento en el que la necesito, pienso. Y no dudo en limpiarla un poco con un paño y meterla directamente a la mochila.

***

—¿Ves algo? —pregunto a Adela.

Estamos en una de las esquinas cercanas a la tienda, escondidos, viendo nuestra oportunidad para entrar. Adela usa sus binoculares para tener una mejor visión nocturna.

—No—dice ella—. No hay mucho movimiento, Pablo. De hecho, no ha pasado nada.

Giro en mi eje y me recuesto en la pared desde la cual nos escondemos.

—Adela, a lo mejor ya saquearon la tienda. No es tu deber estar aquí. —Ella se da vuelta hacia mí y me pone una expresión que no puedo descifrar—. Está bien—agrego—, es nuestro deber. Es solo que tengo miedo. Ya sabes. Hay tantas cosas que aún no he hecho, tantas cosas que no he vi-...

—¡PABLO! —susurra Adela, suficientemente fuerte para que yo lo escuche—. ¡Alguien está entrando!

Dejo mi pequeño discurso a medias, y me inclino hacia la tienda.

Efectivamente, entre la oscuridad, se ven dos figuras, una muy grande y la otra un poco más pequeña y delgada. Ambas van de negro, con chaquetas que en la parte de atrás llevan escrito U – 2.

—¡Lo sabía! —grita Adela, de pronto. Yo me quedo mirándola sin entender. —El tatuaje de Samuel, la camiseta de Lucía y ahora las chaquetas...

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now