Intentó consolarse pensando que no estaba tan loca como decían, y que, con toda certeza, sus fobias eran solo prejuicios inculcados por las hermanas en el hospicio, (como había insinuado su profesora de escultura cuando intentaba calmarla). La gente normal también sufría de ese tipo de miedos irracionales, ¿no?

—A la gente normal también le pasan cosas malas—se infundió ánimos, en voz alta.

Abrió la ventana de hierro de su cuarto con sumo cuidado. Los viejos visillos de gasa que la cubrían estaban tan desgastados que se deshacían ante el menor roce. El aire fresco entró cauteloso en la habitación, acariciándole el rostro y librándola en gran medida del aturdimiento propio del que ha dormido plácidamente, tras una jornada de arduo trabajo y lágrimas (demasiadas lágrimas). No recordaba en qué momento se había rendido al sueño, pero debían de haber pasado horas desde entonces, puesto que ya había comenzado a caer la noche. Examinó con detenimiento el paisaje: aún no había rastro del enorme búho que alimentaba sus pesadillas con su ulular nocturno, desde que se instaló en aquella casa. Con toda probabilidad, el animal habría decidido cambiar de territorio. Nadie podría culparle por ello, pues las perfectas hileras de jóvenes naranjos y sauces, que acababan de plantar los operarios del ayuntamiento, resultaban demasiado artificiales e insulsas comparadas con la algarabía de moreras centenarias y pinos, que antaño ocupaban su lugar.

La joven estudiante de arte cerró los ojos con fuerza e intentó atraer a su mente el recuerdo de la primera vez que había abierto aquella ventana. Coincidía con su primera visita a la casa de Martín como hija suya, y estaba tan preocupada por no hacer nada incorrecto, que había esperado a que el paleobotánico la dejara a solas para explorar las vistas de su nueva habitación. Aquella había sido su primera habitación propia; solo para ella, nada que ver con la enorme sala sobrecargada de literas metálicas del hospicio (en el que había pasado de forma intermitente trece años de su vida), o con los dormitorios compartidos con los hijos de sus tutores temporales. Las imágenes llegaron raudas; recordaba las copas de los árboles meciéndose con suavidad, el rumor del fluir del rio y el canto de los pájaros, las huellas de los ciervos en el lodo de la vereda, cuajada de juncos, y los rayos de sol escurriéndose entre las hojas de las moreras. Había sentido tanta paz, tanta seguridad y felicidad en aquel instante...

Salió de su embelesamiento para enfrentarse a la realidad tras su espalda: un tumulto de productos de limpieza y bolsas de basura arremolinadas junto a la puerta.

—¡Todo el día limpiando para acabar durmiendo como una rata! —exclamó en un suspiro.

Sin darle demasiadas vueltas, se puso una chaqueta de punto sobre el chándal arrugado y reunió las bolsas en el centro de la habitación. Estaba demasiado cansada como para plantearse más de un recorrido hasta el contenedor de basura del barrio, por lo que no le quedó otra que emplear la poca fuerza que le quedaba en deshacerse de todo aquello de una vez. Afuera olía a hierba cortada y a tierra mojada, y el anochecer había convertido la brisa fresca de la tarde en un hálito helado y rebelde, que jugueteaba con todo lo liviano que encontraba a su paso. Luna no pudo evitar que un pensamiento fugaz le rondara la mente por un instante: pronto ella sería tan libre y etérea como aquel golpe de viento. Apartó de un soplido un mechón de pelo dorado de sus felinos ojos azules y se dispuso a llevar las pesadas bolsas de basura hasta el contenedor.

A simple vista, la calle estaba desierta, aunque se intuía la presencia de abuelita de espalda encorvada y ojillos de pitbull, que nunca sonreía. Como de costumbre, estaría apostillada tras la ventana de su salón, y en ese momento debía estar preguntándose cuál sería el contenido de las bolsas que ella arrastraba a lo largo de la acera. Al imaginar su rostro ceñudo no pudo evitar esbozar una sonrisilla sardónica. Nadie, ni siquiera esa mujer, que era experta en divagar sobre las vidas ajenas, podría adivinar que aquella noche iba desprenderse de todo lo que le importaba. Y no solo en el plano material.

RASSEN IWhere stories live. Discover now