El faro

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Otoño de 1912, en un rocoso islote abandonado de la mano de Dios, el viejo farero permanecía impasible esperando que la llegada de la noche devorase los últimos rayos de luz. Una vez más, se iniciaba el infatigable ritual nocturno: la metódica luz intermitente en mitad del convulso océano amparaba a los navíos de un infortunado destino, en una inhóspita noche negra sin estrellas en la que el viento confundía la lluvia con el salpique del mar.

La curtida mirada del solitario vigilante con barba blanca observaba a través de los  empañados cristales las enormes olas que azotaban con bravura su morada, mientras, él se servía con calma una generosa copa de coñac añejo.
Después de calentarse con varios tragos, el hombre protegió su castigado cuerpo con un grueso chubasquero desgastado y agarró un afilado arpón. Para inmediatamente, abrir con dificultades la puerta, empujada por el vendaval, y salir al exterior.
Entre aquel caos de la naturaleza, la hercúlea torre de piedra de más de treinta metros de altura se erguía desafiante contra los elementos. Y allí, en medio de aquella inclemencia el indómito farero permanecía sujeto al barandal retando a las furiosas olas.
—¡Vamos, salid! ¡¿dónde estáis?! —gritó provocativamente el insignificante hombre, al mismo tiempo que alzaba al cielo su puño con fuerza, en mitad de una tormenta épica.

Cuando de la nada aparecieron unas siniestras figuras fantasmagóricas que flotaban en el aire, ataviadas con mugrientos vestidos que terminaban en prolongadas estelas que se disipaban en la oscuridad. Sus largas cabelleras greñosas danzaban a merced del viento, y de sus ojos sin pupilas radiaba un tenue luz verde que iluminaba sus pálidos  rostros descompuestos.

—¡Ya sabes por qué venimos! ¡Hoy es la noche del 31 de octubre, ya sabes lo que debes hacer, venimos a por lo que nos pertenece! —ordenaron las ánimas, con una voz espectral que propagaba el eco.
—!NO, no voy a daros nada! ¡Ya podéis volver al infierno del que venís, malditas! ¡No os tengo miedo! —replicó con furia, el viejo farero.
—¡Tú ya conoces la Ley de este lugar, ha sido así desde hace cientos de años! ¡Sabes que si no cumples con el mandato nos adueñaremos de tu alma por toda la eternidad! ¡La elección es tuya! —sentenciaron las voces espectrales.

Desde un faro empequeñecido por las gigantescas olas que lo engullían, el marino lanzó con extraordinaria bravura su arpón contra las espantosas criaturas etéreas que lo acechaban desde el aire.

A la mañana siguiente con los primeros rayos de sol y el mar ya en calma...

Apareció la embarcación que transportaba víveres periódicamente hasta el remoto faro, para atracar en el oxidado muelle.
Dos marineros desembarcaron y raudos entraron en la torre en busca del farero, preocupados al ver que este no había salido a recibirlos.
Lo encontraron sin vida en su sillón con una sonrisa entre sus duras facciones, y sujetando su botella de coñac con su mano inerte.
—¡Dios mío, está muerto! Es inexplicable, cada año ocurre una desgracia, todos los que han vivido en este faro se han vuelto locos la misma noche, pero al menos en esta ocasión, ha sido la primera vez que el farero no ha provocado una tragedia. —dijo el marinero al mando, visiblemente alterado.
—Sí, este por lo menos ha muerto sin perjudicar a nadie; no como los otros, que rompieron la linterna del faro y causaron una catástrofe... —respondió el otro marinero, con una mirada huidiza, mientras le tomaba el pulso al difunto, inútilmente. 
—Mira... he encontrado algo... —añadió el marinero de mayor rango, con una expresión de asombro en su cara, mientras mantenía en sus manos un cuaderno de bitácora que en la última página decía:
Seguramente me tomarán por loco por lo que voy a relatar aquí, pero es mi deber advertir de que en este faro existe una maldición que desafía la razón. Los espíritus malignos de los ahogados durante siglos en este peligroso lugar, exigen que cada año en la última noche de octubre, se apague el faro para provocar un naufragio y así reclutar las almas de las nuevas víctimas. Pero yo, al contrario de mis predecesores, no voy a permitir que mueran más inocentes...

CANAPÉS DE MUERTE (Microrrelatos de Terror)Where stories live. Discover now