Mi tía Eli

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A pesar de que a mi familia no le hacía mucha gracia porque decían que estaba loca, yo pasaba mucho tiempo con mi tía Eli. Los adultos la desaprobaban; tachaban de extraño y excéntrico su comportamiento, pero para un niño desbordado de imaginación como yo, todo eso no era más que un maravilloso mundo interior al que me sentía irrefrenablemente atraído.

Por las noches, yo la seguía a escondidas por el viejo caserón abandonado de la finca que había pertenecido a nuestra familia desde hacía muchas generaciones. Un viejo edificio señorial en decadencia con los tejados inclinados, y la mayor parte de las ventanas con los cristales rotos. En su interior solo quedaban algunos muebles de época olvidados, y escombros que estaban esparcidos por el agrietado suelo. Y en la última planta algunos techos se habían hundido, donde se podía oír  como las ratas correteaban por las vigas que quedaban en pie.

Mi tía recorría sola casi todas las noches el interior de aquella decrépita casa, desafiando a la abrumadora oscuridad, con la luz de su linterna como única defensa. Todos se burlaban de ella, menos yo, porque decía que los espíritus de nuestros antepasados rondaban por los pasillos de la vieja casa. Aquellas ánimas no hacían nada malo, según ella, solo permanecían atrapadas allí divagando sin rumbo y con mirada ausente. Sus pálidos cuerpos únicamente  se apreciaban al enfocarlos con la luz de la vieja linterna, que según mi tía, era un objeto mágico que permitía revelar a los espíritus de los muertos.
A veces, con tan solo alumbrar la esquina de una habitación, aparecían hasta cuatro cuerpos juntos, que reaccionaban molestos y se protegían  de la luz con sus largas manos huesudas. Cuando mi tía los veía intentaba hablar con ellos, inútilmente. Los llamaba, pero aquellos etéreos seres del más allá rehuían cualquier intento de contacto.

Mi tía llevó a cabo el mismo ritual nocturno durante largo tiempo, lo suficiente para  que aquellas apariciones se convirtieran en familiares. Hasta que en una noche más inhóspita de lo habitual, la tía Eli se adentró en la habitación de los juguetes donde  yo me sentía especialmente confiado y, en un descuido mío, me enfocó con su linterna y me descubrió.

La luz era insoportable...

CANAPÉS DE MUERTE (Microrrelatos de Terror)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora