Remordimientos

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A Alfonso le costaba distinguir la calle a través de la turbia imagen, que dejaba entrever él insidioso movimiento del limpiaparabrisas funcionando a máxima velocidad, intentando inútilmente evacuar la intensa lluvia. El montón de copas que se había tomado al salir del trabajo –para celebrar con sus socios otra memorable semana de ganancias– tampoco le ayudaban a concentrarse en conducir por aquellas enmarañadas carreteras secundarias.

A falta de solo unos tramos más para llegar al pueblo y finalizar el tortuoso trayecto, Alfonso divagaba inmerso en sus pensamientos sobre su nueva vida en su lujosa finca; observando sin mirada, la aberrante imagen de la realidad, que dibujaba la lluvia en el cristal. Se sentía a salvo, casi en casa, cada vez más extraído de la conducción, afectado por el alcohol que danzaba en su sangre.
Cuando repentinamente, sintió en el vehículo un impacto terrible contra  una sombra que le devolvió la conciencia súbitamente. Tan pronto como fue capaz de reaccionar, detuvo el vehículo sin saber muy bien cómo y salió rápidamente al exterior...
El cuerpo de una niña de no más de doce años yacía desplomado en el mojado suelo, con un hilo de sangre que brotaba de su boca.
Alfonso miró a su alrededor y tomo una terrible decisión: un hombre con su reputación no podía verse inmiscuido en un asunto así, y al fin y al cabo, la niña ya estaba muerta y él no podía echar por la borda el éxito obtenido, consecuencia del esfuerzo de toda una vida de trabajo.
De forma irracional, arrancó el motor y abandonó la trágica escena como si el mismísimo diablo se lo hubiera ordenado.

No fue difícil para un hombre de negocios que vivía solo, y con sus recursos, esconder el coche dañado entre los múltiples vehículos que ocupaban su enorme garaje; en su retirada propiedad a pocos kilómetros de las calles del pequeño pueblo, donde había sufrido tan traumática experiencia.

Pasaron varios tormentosos días, hasta que Alfonso fue capaz de reunir suficiente valor para salir a la calle de nuevo. En un desesperado plan por mantenerse ajeno al terrible incidente, había permanecido completamente aislado de la gente del pueblo y ni tan siquiera leía la prensa local. Solo supo por un criado, que una niña del pueblo había muerto atropellada por un conductor que se había dado a la fuga, y esa espantosa imagen le carcomía el pensamiento con un insoportable sentimiento de culpa.

Estaba por primera vez, desde el suceso, sentado en la terraza de su bar favorito del pueblo, en la plaza mayor, saboreando el café que tanto había echado de menos; cuando su mirada se quedó fijada en un rostro que también le correspondió la mirada.
El sorbo de café se atragantó en su garganta. ¡Era la niña muerta!
Alfonso huyó despavorido tras contemplar la lánguida mirada de la fallecida, que parecía suplicarle que le devolviera la vida. Alfonso interpretó aquella fantasmagórica aparición como un castigo por su terrible decisión.

Volvieron a pasar varios interminables días, hasta que Alfonso recuperó nuevamente la endereza necesaria para volver al pueblo y enfrentarse a sus demonios. Desde la última vez, no había podido borrar de su memoria la cara de la niña –con aquellos ojos sin vida que parecían perseguirle hasta el averno–. Incluso buscó una foto de ella en la página web del centro escolar para asegurase de que la niña no fuera otra. Pero desgraciadamente para él, no cabía ninguna duda, la niña muerta era la misma que le estaba acosando en el mundo de los vivos...

Para Alfonso las cosas no mejoraron durante los días siguientes; volvió a ver a la niña en repetidas ocasiones, lo que no hizo más que ahondar en el abismo de su espíritu, donde se había arraigado un sentimiento de culpa del que no conseguía escapar.

Ahora más que nunca, la bebida era el único remedio que calmaba el dolor que sentía su alma, un alma que había perdido su inocencia y que había sido condenada... Pero como con cualquier droga, mantener el efecto requería de un aumento de dosis constante que tenía un precio, un precio muy caro que destruía su salud...

Preso de la obsesión de que la niña sin vida había vuelto para atormentarlo, se recluyó en su ostentosa propiedad y cortó todo contacto con el exterior.
Habiendo perdido la noción del tiempo y en un estado físico deplorable, continuó cayendo irrefrenablemente en un pozo infinito de sufrimiento y arrepentimiento, hasta que un nuevo suceso le asestó el golpe definitivo.

Desde la ventana del salón vio de nuevo a la niña que le observaba con ojos rencorosos. Estaba entre un grupo de niños que jugaban en la calle junto al muro de su jardín, ajenos a las intenciones de la muerta. El frágil cuerpo infantil de la fémina estaba más cerca de Alfonso que nunca, amenazante, acechante... Y solo él parecía hacerse eco de aquella horrible aparición...

Vencido por el miedo e incapaz de soportar la insufrible carga de los remordimientos, Alfonso decidió poner fin a su desdichada existencia, para lo que empleó un bote entero de potentes barbitúricos, aderezados con largos tragos de whisky, que le ayudaron a digerir las mortales píldoras que le prometían la tan ansiada paz...

Postrado en el sofá, en los últimos instantes de su vida, que se estaba apagando por el efecto de las pastillas, su brazo se desplomó sobre un pila de revistas y periódicos –que la doncella acostumbraba a amontonar junto a la mesita y que él ya nunca leía– que se derrumbó, para que el malicioso destino dejara a la vista un periódico con un titular en su portada que decía:
"Despiadado conductor desconocido trunca la vida de una gemela"
Ya era demasiado tarde para volver atrás, nuestro protagonista inmovilizado por los efectos de las pastillas ingeridas, derramó lágrimas impotente, mientras esperaba su inexorable muerte...

CANAPÉS DE MUERTE (Microrrelatos de Terror)Kde žijí příběhy. Začni objevovat