Juguetes

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George Holms tenía la certeza de que la misteriosa carta, lacrada y escrita a mano, que había recibido aquella vulgar mañana de noviembre, iba a dar un brusco giro a su insípida vida.
Se trataba de una lujosa invitación escrita a pluma, para acudir a una remota isla británica, con el fin de visitar la mayor colección de juguetes con la que un joven coleccionista podía soñar.
Por el tipo de papel y la caligrafía –mas propia de otra época– solo una persona mayor y distinguida podía estar tras semejante repertorio de anticuadas formalidades.
¡En efecto! la firmaba el más relevante coleccionista de juguetes clásicos: ¡James Hamilton!
Y para un joven oficinista sin vocación como George, que dedicaba todo su tiempo libre a su única pasión, coleccionar antiguos  juguetes, aquella invitación significaba una revitalizante inyección de vida para su moribunda existencia.
Por primera vez, George fue capaz de reunir toda la valentía necesaria para enfrentarse a la que sin duda sería la aventura más importante  de su vida.

Organizar el viaje le llevó menos de lo que había imaginado y, ni su insulso empleo, ni sus escasos compromisos sociales, fueron obstáculo alguno para detener el frenesí que se había desatado en él.

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Alcanzar aquella isla alejada de la mano de Dios, desde la soleada California, le ocupó más de 24 de horas de incómodo viaje con varias escalas y transbordos, pero ahora ya se encontraba navegando muy cerca de su destino. Y a pesar del contoneo de la proa del barco provocado por las olas, y de la mala visibilidad debido a la niebla, ya se distinguía tenuemente la costa bajo la luz de la luna.

Un pequeño embarcadero desierto proporcionó la justa protección para que atracara la oxidada nave, y para que el barquero ayudara a George a desembarcar junto con su equipaje.
En el tiempo que le llevó darse la vuelta para despedirse  de la vieja embarcación, esta ya se había desvanecido en el basto océano.
George estaba solo en el muelle, sin saber cómo resolver el último tramo de su travesía.
Y como colofón para aquel inmundo viaje hasta el fin del mundo, repentinamente, una gruesa lluvia  empezó a caer sin piedad.
El joven visitante se encontró desamparado, cansado, muerto de frío y sin saber cómo continuar.
Pero cuando un profundo pensamiento negativo se estaba apoderando de su mente, la cálida luz de los faros de un coche de época le hicieron recobrar la esperanza. El vehículo, que había caído del cielo, se detuvo a unos pocos metros de él, tras lo que se bajó la ventanilla del conductor, situada en el lado derecho como es habitual allí; de la que surgió una ruda voz que le invitó a subir.

El trayecto fue corto y claustrofóbico, debido a la poca visibilidad que permitian las empañadas lunas del vehículo, a consecuencia de la diferencia de temperatura con el exterior provocada por la persistente lluvia.
Una elaborada candela de hierro forjado, flanqueada por dos robustas columnas, anunció que habían llegado a una importante hacienda. 
—Hemos llegado a Hamilton Hill! —dijo el chofer, que apenas había articulado palabra.
Tras recorrer en pocos minutos un sinuoso camino privado ascendente, se detuvieron frente a una imponente mansión del siglo XVIII que se erigía sobre un alto rocoso. Sin duda, aquella opulenta casa histórica disfrutaba de la ubicación más privilegiada de toda la isla. Su extravagante arquitectura victoriana, repleta de alargadas ventanas, aguilones, galerías y torres coronadas con pináculos, se mostraba amenazante bajo el resplandor de la tormenta eléctrica. Unicamente una mente excéntrica y decadente podía haber elegido aquel lugar como su hogar, pensó George.

El servicial chofer golpeó la ornamentada aldaba del pórtico, y a los pocos instantes se abrió la gruesa puerta, que dejó a la vista a una pareja de mediana edad que les recibieron con fría amabilidad.
Un hombre alto y delgado como una espiga,  con nariz pronunciada y sonrisa sarcástica, se presentó como el mayordomo. Y a una mujer, de altura normal, piel lechosa salpicada con pecas, y de aspecto eficiente y pulcro; la presentó como la ama de llaves.

CANAPÉS DE MUERTE (Microrrelatos de Terror)Where stories live. Discover now