Capítulo 16

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El viaje de regreso se hizo eterno. Por fin el autobús que me llevaba desde Virginia a Green Bank llegó a mi destino al atardecer del 25 de diciembre.

Es extraño pensar como en un día me encontraba en Noruega y al otro en mi pueblo, como si nada hubiese pasado. El tiempo es extraño.

Pasé mi época favorita del año en un viaje de regreso lleno de confusiones y preguntas sin resolver. Pero tenía una cosa, determinación. Sabía lo que debía hacer y lo haría.

Mientras caminaba en dirección a mi casa, cargando mis maletas, me preguntaba como iba ser al llegar, como lo tomarían mi madre y mi abuela, ¿me odiarían? ¿se alegrarían de que haya regresado? ¿me ignorarán? ¿estarán decepcionadas de mí? ¿me extrañaron?

Bueno, obtendría las respuestas ahora mismo.

Estaba en la entrada sin saber que hacer ¿tocar la puerta o solo entrar?
Llamé a la puerta una, dos, tres veces pero nadie abrió. Decidí entrar.

El lugar estaba silencioso demasiado para mi gusto. No había nadie, pero descarte rápidamente la idea de que se mudaron porque la casa estaba impecable, como si la hubieran limpiado hace poco.

—¿Hola? —pregunté.

Bien, ahora es seguro que no había nadie. ¿Dónde se habrían ido? Hoy es Navidad no hay trabajo ni responsabilidades.

Mientras deambulaba por la casa noté algo encima de uno de los muebles de la entrada, un portarretrato con una foto tan vieja que ya la había olvidado.

En esa foto estábamos mamá y yo en una de nuestras tantas salidas. Yo era pequeña debía tener unos seis años, ambas sonreímos a la cámara con un helado en nuestras manos. Tomé el portarretrato en mis manos con mucha delicadeza. ¿De dónde salió? Yo guardaba éste tipo de fotografías en un álbum en mi placard pero ésta no la tenía.

En ese momento la puerta trasera se abrió y cerró con un golpe que me hizo saltar en mi lugar, yo creí que estaba sola.

Mamá apareció en mi campo de visión. Apenas la vi la noté angustiada, luego su mirada mostró sorpresa, no me esperaba aquí. Mientras yo seguro lucía como un venado ante las faros de un automóvil, la realización del momento me golpeó y me di cuenta cuánto la extrañe.

Los ojos de mi madre me observaban como si quisieran asegurarse de que estuviera sin ningún rasguño. Luego su mirada bajó a la foto que todavía sostenía. Rápidamente la volví a dejar en su lugar como si tocarla me quemara.

¿Qué debía decir ahora? Hola mamá, aquí estoy, volví del otro lado del mundo donde me fui sin avisar de la noche a la mañana, ¿todo bien?

—Emm, mamá, yo...

No tuve oportunidad de decir nada, porque de un momento a otro me encontraba rodeada por los brazos de mi madre, en un cálido abrazo.

Me esperaba un castigo, que me gritara tal vez, o la ley del hielo, todo menos esto. No es que antes no me quisiera, solo que era muy rígida.

Mamá besaba mi cabeza y acariciaba mi espalda. Me sentía en paz, en mucho tiempo no me había sentido así de segura y amada. Puedes tener miles de personas que te quieran, pero nada reemplazará el amor de una madre que te sostiene como si fueras lo mas valioso que tiene.
Cuando nos separamos ambas estábamos llorando.

—No puedo creer que hayas regresado —me dio otro corto abrazo y nos sentamos en el sofá.

—Mamá perdoname —mi voz se escuchaba ronca por el llanto.

—No Nina, tú perdoname.

—Tú no hiciste nada malo, fui yo todo este tiempo.

—Ambas fuimos. Me di cuenta después de que me llamaste lo equivocada que estaba.

—¿Ah si?

—Sí. Escucha cuando me dijiste esas cosas en tu cuarto fue como si una bola de demolición me derribara, como si todo lo que yo creía se desmoronaba encima de mí. Me dejaste sin palabras, no sabía que sentías eso.

—Lo siento no quería herirte, lo dije sin pensar.

—No, me abriste los ojos. Al otro día encontré una nota que decía que te habías ido, así sin más y no sabía a dónde, no tenía como contactarte, moría de la preocupación. Me decía que tú no podías ser tan irresponsable, estaba furiosa contigo. Pasaron uno, dos, tres días y el enojo dio paso a la angustia. Al principio creí que era solo un jueguito tuyo, pero se cumplió una semana y tú no regresabas.

»Me contacté con tus amigos por si sabían algo, pero no conseguí nada. Estaba desesperada, estaba a punto de llamar a la policía, cuando recibí tu llamada y me dijiste que estabas en Noruega, no te creí, era imposible. Pero luego tuve que hacerlo porque tú no volvías. Entendí muchas cosas en tu ausencia, como que tal vez yo era la que estaba mal. Si tú te habías escapado de esa forma fue por una razón, quizás yo te presionaba mucho, no me tomé el tiempo de entenderte y escucharte. Un día estaba muy triste y encontré estas fotos en un cajón de mi cuarto.

Se levantó y tomó el portarretratos.

—Nos observé a ambas en esta foto. ¿Qué había cambiado? Antes nos llevábamos tan bien. Tu abuela me contó que te sentías culpable por hacerme volver aquí. Y no es así, no sientas culpa. En algún momento yo tenía que crecer, darme cuenta que vivir de lo que me gustaba no iba a ser suficiente para cuidarte y darte lo que necesitaras. A veces así es la vida. Fue mi culpa alejarme completamente de lo que me hacía feliz. Pero descubrí otra cosa que también lo hace...estar contigo, con mi hija, mi compañera. Lamento tanto, Nina, hacerte creer que debías hacer exactamente lo que yo hice, en ese momento pensé que era lo mejor, pero no, tu felicidad es lo más importante, hagas lo que hagas.

Eso era todo, fue suficiente para que llorara como si fuera un roseador de jardín.

Abracé muy fuerte a mi madre para que pudiera sentir de esa forma todo lo que la amaba.

—Yo también lo siento mamá, por no decirte acerca de mis sentimientos y por no comprenderte. ¿Podemos comenzar de nuevo?

—Por supuesto que sí mi vida —dijo riendo —. Estaremos más juntas que nunca.

La puerta se abrió dejando ver a mi abuela, perpleja ante la escena de mi madre y yo llorando juntas.

—¡Nina! ¡Volviste! —exclamó uniéndose al abrazo — ¡Te extrañe tanto! ¿Cómo se te ocurre irte así niña?

—Descuida abuela, hablamos con mamá y arreglamos todo. Está todo bien.

—Sí, pero no creas que te salvaste de un castigo —dice mamá con una sonrisa.

—Bueno, supongo que era de esperarse —suspire.

Nos abrazamos las tres, por un largo largo tiempo.

Más tarde esa noche tuvimos una cena navideña tardía y les hablé de mi viaje y todos las cosas que vi, omitiendo el pequeño detalle de quién me acompañaba, lo último que necesitaba era que creyeran que estoy loca.

Mi familia era pequeña, pero nos queríamos mucho y eso era más que suficiente.

Nieve de Cristales ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora