Capítulo 7

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Sus ojos eran color miel verdosos, su cabello castaño claro y su cara de niño bueno era muy dulce. Tenía una pequeña sonrisa amable asomándose por sus rosados labios.

Mientras tanto él seguía esperando mi respuesta. Dios, debo estar quedando como una tonta. ¡Di algo Nina!

—Solo un café amargo por favor.

—¿Segura? ¿No quieres algo más para comer?

De hecho sí quería, pero si debía pagar un hotel para quedarme debía ahorrar cada centavo posible.

—Sí, estoy segura, solo eso gracias —dije rápidamente, me ponía más nerviosa de lo que pensaba.

Se retiró hacia lo que suponía era la cocina. Un hombre mayor salió a limpiar el mostrador, mirándome extrañamente. Quizás se preguntará que hace una chica como yo a ésta hora tomando un café sola. Sin embargo no me dio mucha más importancia, terminó de limpiar y se retiró al depósito.

Diez minutos después, el chico castaño regresó trayendo mi pedido. Colocó sobre mi mesa la taza y un pastelillo de chocolate.

—Aquí tienes, que lo disfrutes.

—¡Espera! Yo no ordené esto —señalé el pastel.

—Descuida, va por la casa —dijo guiñando un ojo —. Pareces cansada y hambrienta, no es problema.

Señor, cómo será mi cara, seguro parecía más un mapache que una chica, las ojeras siempre habían sido un problema para mí.

—Gracias, al menos me pasó algo bueno.

—Vaya, ¿un mal día? —preguntó interesado mientras se sentaba en frente de mí.

—Algo así. Se cambiaron un poco mis planes.

—Tienes un acento interesante ¿De dónde vienes?

—Soy americana.

—Así que saltaste el charco —sonrió mientras se le marcaba un pequeño hoyuelo en su mejilla — ¿Qué te trajo hasta tan lejos?

—Honestamente, no lo sé —reí — Quería salir un poco de la rutina. ¿Tu jefe no se molestará si te ve sentado conversando?

—No, eres nuestra única cliente. De hecho ya íbamos a cerrar.

En ese momento miré la cafetería y me di cuenta que era la única persona. Bueno yo y...

—¿Cómo te llamas?

—Felix; ¿y tú?

—Nina.

—Nina —suspiró probando mi nombre —. Bonito, como tú.

Sentí mis mejillas calentarse apenas dijo eso. Los europeos sí que son directos.

—Gracias —podía parecer tranquila por fuera, pero por dentro explotaban fuegos artificiales, digo, no todos los días un guapo noruego te hace cumplidos.

—No tienes porqué sonrojarte, es la verdad.

En ese momento sonó una alarma en su reloj de muñeca.

—Parece que ya es hora de cerrar, lo siento —dijo apenado.

Y ahora que se suponía que hiciera. Estaba entrando en pánico en mi mente, y al parecer se reflejaba en mi rostro.

—¿Te pasa algo? —preguntó Félix.

Sentía que podía confiar en él y contarle lo que fuera. Y parecía tan atento. Y yo estaba sola.

—El lugar donde iba a quedarme no registró mi reservación y ahora no sé qué hacer.

—Puedes venir conmigo si quieres —mencionó de manera relajada.

—N-no lo sé, apenas sé tu nombre y...

—Ya sé, piensas que soy un pervertido o un asesino. Solo será ésta noche, voy a dormir en el sofá y tú puedes tomar mi cama. Además no hallarás un hotel por aquí cerca.

Consideré su propuesta. Parece sincero y la verdad quería pasar más tiempo con él.

—De acuerdo. Te prometo que apenas salga el sol buscaré un hotel.

—No te preocupes no es problema, puedes quedarte lo que necesites.

Antes de irnos dejé un poco de dinero en el mostrador por mi café para que el jefe de Félix lo tomara cuando saliera del depósito.

Caminamos hasta el complejo de departamentos donde vivía. Félix era muy divertido, hizo bromas todo el camino y era muy fácil hablar con él.
Subimos a su piso y sacó una llave.

El apartamento era sencillo, unos cuantos muebles, la cocina con su barra, y un pasillo con dos puertas que suponía era una su habitación y la otra el baño.

—Ponte cómoda, estás en tu casa —le sonreí —. La de la izquierda es mi habitación, yo dormiré aquí y si te hace sentir más segura puedes cerrar mi cuarto con llave.

—Gracias, de verdad ¿Seguro que estarás bien aquí?

—Sí, a menos que quieras que duerma contigo —sugirió.

—No, así está bien —reí —. Hasta mañana.

—Hasta mañana Nina.

Entré a su habitación y el aroma a menta me invadió. Su cuarto estaba pulcramente limpio, su cama ordenada y no había rastros de posters de chicas desnudas pegados en las paredes como esperaba. Sus cortinas y sus sábanas eran azules y la pintura, blanca.

Busqué ropa para dormir entre mis cosas, mañana sería un largo día y debía descansar. Lo primero en la lista era buscar un hotel que se ajuste a mi presupuesto, sino mi tiempo en este país será corto.

Cepillé mis dientes y estaba a punto de apoyar mi cabeza en la almohada cuando me fijé en la llave sobre la mesita de luz. Dudé si cerrar la puerta o no. Félix era un buen chico y fue muy amable conmigo pero eso no quita que apenas lo conozco desde hace unas horas y ya es suficiente confianza el quedarme a dormir en su apartamento.

Tomé la llave y decidí asegurar la cerradura, solo por si acaso.

Nieve de Cristales ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora