Capítulo 4

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Hoy era el día libre de mamá, pero aún así, decidí sacar los adornos yo sola. Cada día siento que nuestra relación se va desgastando. No dudo de su amor, pero la falta de tiempo juntas nos va separando cada vez más.

El polvo inundaba mi nariz y mis ojos estaban enrojecidos, pero a pesar de eso logré dejar brillante y reluciente una bola de cristal con nieve artificial adentro que encontré en una de las cajas del ático.

A veces siento que yo soy la que está en una bola de cristal.

Casi dejo caer el adorno de mis manos cuando la puerta se abrió dejando ver a mi madre.

—Nina aquí estas, te estaba buscando.

—Sí, ¿necesitas algo?

—Conseguí un empleo de medio tiempo para ti.

—¿Un qué? —pregunté mientras me levantaba rápidamente golpeando mi cabeza con un estante —. Auch.

—Sí, un empleo. Tu abuela me comentó que estabas aburrida y todos tus amigos tenían planes así que para qué malgastar el tiempo cuando podrías hacer algo productivo.

—Pero mamá son vacaciones. Es cierto mis amigos no están, pero aún así, qué si quiero pasar todo el mes tirada en el sofá comiendo helado.

—Nina por favor, escuchate, ya tienes dieciocho años, vas a graduarte de la preparatoria, por lo que pronto serás una adulta y debes actuar como tal. Ya basta de tonterías.

—¿Y de qué se trata ese empleo? —pregunté con poco interés.

—Algo pequeño. Cuidarás al hijo de la señora Mills por las tardes.

Y así como si nada se fue.

No sé que pasó con la madre que solía tener. Recuerdo que cuando era una niña todo era risas y diversión entre nosotras. Salíamos a acampar, pintábamos, tomábamos fotografías. Todo cambio un día que salimos en bicicleta por unas colinas un poco rocosas. Mi bici se atascó, me caí y me quebré la pierna derecha. Era pequeña y mis huesos era frágiles por lo que me quedé en el hospital por varias semanas. Desde ese entonces todo cambió, las salidas se acabaron, por un buen tiempo no me dejaron salir de casa por miedo de que me pasara algo peor. Tal vez mamá tuvo que madurar de golpe y ella cree que lo mejor para mí es que yo haga lo mismo.

No me había dado cuenta que estaba llorando hasta que una lágrima tocó mi mano. A veces odio ser tan malditamente sensible. Pero es horrible extrañar a alguien que está a tu lado, pero una parte de ella se fue.

Al entrar a mi cuarto choqué con mi mochila. La había dejado ahí desde que terminé las clases, ni siquiera me acerqué a esa tarea de matemáticas.

Decidí limpiarla y tirar los papeles viejos que ya no me servían. Arrojé su contenido en mi cama, llevo tantas cosas, lápices sin punta, brillo labial, sobres de azúcar de la cafetería, un par de cuadernos, una tira de chicles, mi mochila ya parece una nueva forma de entrar a Narnia.

Entre todo ese desorden apareció la postal de Noruega que traje de la tienda del señor Robinson. No había regresado a dejarla. De repente me sentí tonta de haberla tomado sin su permiso y sin pagarla. Se la devolveré en la mañana sin falta.

La cena de esa noche estuvo deliciosa pero silenciosa. Sólo se escuchaba el ruido de los cubiertos sobre los platos. Mi abuela daba pequeñas charlas pero no eran suficientes y solo fue más incómodo.  Mi madre en su mundo y yo en el mío, mi abuela era el referí entre nosotras.

Estaba recogiendo la mesa cuando tocaron la puerta.

—¿Quién es? —preguntó mi abuela antes de abrir.

—El señor Robinson, de la tienda —exclamaron desde afuera.

—Oh adelante, ¿qué lo trae por aquí a éstas horas de la noche?

—Buenas noches damas, solo quise venir a endulzarles la velada con éste pastel.

A veces quisiera que éste hombre se casara con la abuela. Es tan bueno y detallista con todo el mundo.

De repente me acordé de la postal que prácticamente le había robado.

—¡Señor Robinson!

—¡Nina! Hace tiempo no pasas por la tienda.

—Algo sucedió, quería pedirle disculpas por tomar una postal de su tienda sin pagar, no me di cuenta lo que hacía, no puedo explicarlo en realidad —dije avergonzada —. La encontré hoy en mi mochila. Está arriba déjeme devolvérsela.

—No no, espera Nina. No sé de qué postal me hablas.

—Una postal de Noruega era muy bonita estaba en un estante blanco.

—No lo creo yo estoy seguro de mi mercancía y nunca tuve esa postal, menos de un lugar tan lejano como Noruega. Nadie de Green Bank se iría tan lejos.

—Claro que sí, tal vez es suya y no la recuerda. De todos modos la tomé de su tienda, voy a traerla.

Subí rápidamente las escaleras hasta mi habitación. La busqué entre unos libros donde la había guardado, pero no estaba.

Quizás la puse en otro lugar, me dije a mí misma.

Soy muy despistada, pero estaba segura que la dejé allí. El plan B era mis cajones pero tampoco estaba. Busqué bajo mi colchón, en mi guardarropas, en los bolsillos de mis chaquetas, incluso en el botiquín del baño, pero la bendita postal había desaparecido completamente.

—¿Cómo es posible?

Bajé confundida a la cocina donde me esperaban.

—Abuela ¿limpiaste mi habitación hoy?

—Sí querida pero no toqué ni tiré nada.

—Señor Robinson... yo... no sé qué pasó no está en mi habitación.

—Descuida Nina, no te preocupes, estoy seguro que no es nada importante, si no lo recordaría. Ahora, ven a comer pastel —sonrió.

Al llegar las once nos despedimos de nuestro invitado y cada una se fue a dormir.

Estaba haciendo demasiado drama por una tarjeta colorida. Cerré mis ojos y caí en un profundo sueño.

El día llegó tan rápido que sentí como si no hubiera dormido nada. El aroma a tostadas llegaba desde la cocina así que decidí levantarme por fin.

Al girar hacia la derecha, me quedé helada. La postal de Noruega se encontraba en mi mesita de luz como si nunca hubiera desaparecido.

Nieve de Cristales ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora