Capítulo 25 (editado 2)

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CAPÍTULO VEINTICINCO

—Rigel, ¿quieres más limón? —me pregunta Caín.

—Sí —le respondo. Después saco la lengua por culpa de la acidez...

Caín se pasó toda la tarde buscando un lugar tranquilo para pasar el rato. Al final, después de dar miles de vueltas a la ciudad, casi a las afueras de ésta, terminamos en una pequeña licorería donde Caín compró varias latas de cerveza y algunas botellas de vodka. Cuando mi amigo se bajó a la tienda (yo me quedé adentro del auto, junto con Maylin), Jonathan, el cual se estaba quedando dormido, se bajó y lo siguió a paso rápido. En cuanto entraron, me brinqué al asiento trasero y me recargué en el hombro izquierdo de Maylin.

—Ven aquí —me susurró la chica, acercándome más.

—A veces pienso... —Me detuve. Inspiré y espiré—, ... que no debería seguir luchando por él —completé lo que iba a decir.

—No lo sé, Rigel. Mardoqueo es tan...

—Raro, ¿verdad? —terminé su oración—. Por eso lo quiero tanto —susurré, mientras pegaba mi nuca en su regazo.

Maylin giró su cabeza para mirar por la ventana. Ya son más de las 09:00 p. m.; ya está muy oscuro, y aún más porque estamos en carretera. No hay estrellas y está haciendo mucho frío.

Después, hace unos momentos, mientras esperaba a que Caín y Jonathan se subieran al auto, me quedé pintando, en la ventana que está cerca de Maylin y con mi dedo índice, varios muñecos graciosos con la ayuda del vapor de mi boca. Recuerdo que Maylin sólo se reía, ocultando su boca con el cuello de su suéter. Supongo que verme jugar y hacer ruidos de motor junto con trompetillas, como niño pequeño, le causa mucha felicidad. La hago reír con mis tonterías. Sé cómo hacerla feliz.

—Rigel, ¿qué haces? —me preguntó ella, riéndose. Después se quitó su par de tenis para descansar sus pies.

—Nada —le respondí, muy tranquilo, mientras tapaba con mis manos los muñecos que pinté. Aquellos eran Mardoqueo y yo, tomados de la mano. Pasé mi mano y los borré rápidamente, ruborizado y con una risa burlona, y dije—: Encenderé la radio.

Me acerqué al estéreo del auto, sin pasarme al asiento delantero. Al encenderlo, no se escuchó nada de música, solamente estática en todas las estaciones. Apagué la radio y me senté de nuevo. Los párpados me pesaban: moría de sueño. Apenas podía abrir mis ojos, pero mi sueño se consumió al pensar sobre Jonathan, es decir, ¿qué se trae con Caín? ¿Respuesta de qué? Últimamente, están muy pegados.

«¿Habrá algo entre ellos? —sigo pensando—. No tengo idea.»

Caín llegó con Jonathan, ambos cargados de varias bolsas, blancas y negras. Al entrar al auto, Jonathan nos repartió, a cada uno, tres latas de cerveza. Y es aquí cuando Caín me ofreció más limón, haciéndome hacer muecas graciosas por culpa de la acidez.

Sigo pensando, por un momento, en la relación oculta que han de tener estos dos. Tratar de averiguarlo me distrae de mis pensamientos hacia Mardoqueo. Me distrae de la huida del parque. ¡Me distrae de todo! «¡Pues qué se trae este par!», pienso. Aunque no sé si, lo que siento yo, sean celos hacia Caín.

¡Vaya!

Sigo con mis muecas graciosas, haciendo reír a mis amigos por un buen rato.

Pasa una hora y Jonathan toma el volante para conducir hacia el departamento. Ya vamos de regreso a la ciudad. Caín se pasó al asiento del copiloto, mientras que Maylin y yo seguimos en el asiento trasero, abrazados; nos está ganando la «meme». Sin embargo, a la entrada de la ciudad y ya encaminados hacia el departamento, Caín comenzó a cantar y el resto le seguimos con graciosos coros. Por el momento, no hay preocupaciones.

ADIÓS, ADIÓS, MARDOQUEOWhere stories live. Discover now