Capítulo 12 (editado 2)

59 2 0
                                    

CAPÍTULO DOCE

Me despierto y me levanto del suelo, empapado en sudor. Necesito bañarme. Aún tengo hambre. No me terminé la hamburguesa. Abro la regadera y, con todo y ropa, pero sin tenis, me meto al agua caliente. Me siento en el suelo mientras las gotas caen sobre mi rostro; son tantas, que me hacen cosquillas mientras me pican las mejillas. Agacho la cabeza para que me empapen el cabello. Espero que el ruido del agua calle mis lloriqueos o, por lo menos, disminuya el ruido de éstos.

Me levanto por unos segundos, sólo para regular la temperatura del agua, ya que me estaba quemando la cabeza. Después me vuelvo a sentar, abrazando mis piernas. Recargo mi cabeza de lado, en la pared. Estoy hecho un ovillo. Cierro mis ojos y comienzo a relajarme. De alguna manera, funciona. Me siento mejor. Hasta, debo admitirlo, sonrío mientras miro por la ventana.

De pronto, Mardoqueo toca la puerta, y es cuando me alegro de haberle puesto el seguro a ésta. «¿Qué querrá?», pienso, muy molesto.

—Rigel..., amigo... —Hace una pausa por unos siete u ocho segundos—. Lo siento. Perdóname —me dice cada una de las palabras con mucha lentitud, como si éstas fueran muy delicadas. Pues..., sí lo son, de alguna forma. No le contesto nada. Sin embargo, he dejado de llorar; quiero escuchar lo que me dice—. Rigel, escúchame. Por favor, amigo. —Escucho cómo suspira—. Te quiero mucho, Moreno. No debí decirte eso. Me siento muy mal. Me siento... —Hace otra pausa, de unos cinco segundos. Vuelvo a escuchar cómo suspira, y, por como lo oigo, creo que tiene gripe, mucha gripe. Quizás esté enfermo. Después caigo en cuenta: no está enfermo, está llorando—. Me siento un completo idio... —Se ha callado; no terminó la frase. Me levanto y cierro las llaves. El ruido del agua se ha remplazado por un silencio un poco incómodo—. ¿Rigel? ¿Ya acabaste de bañarte? —me pregunta, pero no le contesto—. Amigo..., si me escuchas, perdóname.

Sigo sin contestarle. Me acerco al lavabo, abro la llave y me lavo los dientes. Tomo una toalla, me quito la ropa mojada y me seco. Después saco ropa que tengo guardada dentro de un mueble de madera que está por ahí: una playera, rosa, de mangas cortas; un pantalón, blanco, de mezclilla; y, por último, mis grandes y gruesos tenis blancos. Por suerte, también encontré ropa interior.

—Amigo, ¡ya abre! Ya me cansé de estar sentado en el suelo —me dice, con un tono de aburrimiento. Está girando la perilla, inútilmente.

La lluvia ha pasado, pero todavía sigue nublado, y lo sé porque veo, a través de la ventana del baño, colores rojizos; estoy seguro de que son las luces de la ciudad que se reflejan sobre las nubes. Aparte, las ventanas se están azotando. Está soplando el viento; incluso, escucho cómo silba. Ya no oigo a Mardoqueo, creo que se ha ido. Me vuelvo hacia el espejo del baño y veo que está empañado. Se me ha ocurrido algo. Estiro mi dedo índice hacia el espejo y comienzo a escribir las palabras Te odio. En realidad, escribí una frase entera: «Te odio... por amarte tanto». Pero borré el resto con el codo y dejé, a mi parecer, algo de lo que me arrepentiré después.

Mardoqueo llega de nuevo y empieza a hablarme:

—Rigel, ya sé que... no debo de esculcar tus cosas, pero... —Hace una pausa—, ... tal vez esto te recuerde algo..., algo muy especial..., algo de nosotros. —Veo que introduce, por debajo de la puerta, mi pañuelo bicolor. Es el que me dio aquella noche. Curiosamente acabo de soñar con él—. ¿Lo recuerdas? Dijimos que ninguna pelea rompería nuestra amistad. Juro que si sales, haremos como si nada hubiera pasado, ¿eh?, ¿qué dices, Chaparro? Todo volverá a ser como antes.

Me da una extraña sensación, una que puedo describir con sólo una palabra: pánico.

Me desoriento. Quito el seguro y corro hacia el lado contrario, hacia la pequeña ventana. La abro, doy un salto y, sin pensarlo más de dos veces, salgo por ésta. Me di un ligero golpe en el estómago con la barra de la ventana, pero no me importa. Necesito huir de él. A esta altura, me da miedo bajar. Será mejor subir al techo. En cuanto subo, escucho cómo él abre la puerta.

ADIÓS, ADIÓS, MARDOQUEOKde žijí příběhy. Začni objevovat