Capítulo 6 (editado 2)

99 6 0
                                    

CAPÍTULO SEIS

La tormenta sigue azotando con gran fuerza en todo el parque. Alumbro cualquier objeto que me encuentro (ramas pelonas, postes de luz, botes de basura, arbustos frondosos, bancas de metal, estatuillas que colocaron por ahí, etcétera) por todos los caminos inundados y llenos de lodo, pensando tontamente que es él.

Sigo y sigo corriendo.

—¡Caín! ¡Caín! —grito, usando la palma de mi mano para vociferar más, haciendo eco—. ¡Caín! ¿¡Dónde rayos estás, Caín!?

Caigo en un charco de lodo, embarrándome toda mi cara. Escupo todo lo que se metió a mi boca y me levanto todo marrano. Después prosigo con mi búsqueda. Ya me cansé de correr, así que camino y camino, sin encontrar ni un rastro de él.

—¡Caín! —grito, aún más fuerte.

Me detengo en un árbol y lo abrazo, tratando de recuperarme. La tormenta es demasiado fuerte y, como para no creerse, el aire me lleva, y yo me agarro todavía más del tronco. Incrusto mis uñas en la corteza y trato de pensar en una idea antes de salir volando. La casa de Kipp o la casa rodante de Morfeo y Fermín. «¿A cuál voy primero?», pienso; son mis únicas opciones. Me suelto del árbol y sigo caminando contra la tormenta, pero la linterna se me resbala de las manos y cae en el pasto, apagando mi única fuente de luz, ya que la del parque aún no regresa, y, si volviera, dudaría en ver algo con esta tormenta que está tapando todo.

—¡Vamos, maldita porquería! ¡Enciende! —le grito al aparato, golpeándolo. Veo que no lo hace y, de coraje, lo tiro al camino para peatones, el que cruza todo el parque y está hecho de pequeñas piedras. La linterna se ha destrozado. Comienzo a caminar, tapando mi cara del agua; la capucha no me es suficiente. Sigo caminando, pasando unos cuantos arbustos. Después me encuentro con el collarín blanco de Caín. Me arrodillo y lo sostengo con fuerza, y caigo al suelo, otra vez de boca, ya que alguien, o algo, me empujó con agresividad. Mardoqueo ahora se halla arriba de mí. Siento que se me sale lo poco que tengo en el estómago—. ¡Ay! —dejo escapar un grito y después me lo quito de encima.

—¡Rigel! ¿Eres tú? —Me abraza—. Lo siento, amigo. Caín dice la verdad. Tropecé por las escaleras... cuando se fue la luz... y... caí encima de él. Yo... sólo...

—Lo sé, Mardoqueo. Te creo. Me equivoqué, pero todavía no lo encuentro. Ayúdame a buscarlo.

Sé que Mardo no haría nada con Caín, apenas se conocen, y bien se sabe que a Mardoqueo le gusta Marcy. Mardoqueo no es gay. Sé que aún la extraña, lo sé por las excesivas duchas que ha tomado esta semana. Cuando Mardo se siente deprimido, llora bajo la regadera. Aunque él no me diga nada, yo, normalmente y más los fines de semana, pego oreja contra puerta y escucho.

—¿Qué pasó con él? ¿Por eso saliste tan deprisa? —me pregunta. «Otra vez la preocupación hacia mí y no hacia Caín», pienso.

—Fui un tonto... ¡soy un tonto! Eso fue lo que pasó.

—¡Rigel, mira eso!

Mardoqueo me señala, pero no alcanzo a ver algo.

—¿Qué? —pregunto.

—¡Ve allá!

El alumbrado del parque ha regresado. La lluvia está un poco más tranquila. Tomo el collarín con ambas manos, lo pego a mi pecho y salgo corriendo, pero Mardoqueo me toma por la espalda y me detiene.

—¡Rigel, espera! ¡Joel nos matará por romper una de las linternas!

«Creo que se topó con aquel aparato —pienso—. ¡Ya qué! ¡Qué más da!»

ADIÓS, ADIÓS, MARDOQUEOWhere stories live. Discover now