28. El gato de Schrödinger

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Capítulo 28. El gato de  Schrödinger

 Viernes, 2:18 a.m, baños de la discoteca del demonio.

Una de las residuales lágrimas que aún seguían acumulándose sin previo aviso en mis ojos descendió por mi hinchada mejilla antes de que pudiera evitarlo.

El rápido pulgar de Hunter se ocupó inmediatamente después de recogerla. Traté de mirar a cualquier parte menos a su rostro, centrando mi atención en los magullados nudillos de su mano derecha.

Una débil sonrisa brotó en mis labios, una mueca que se trasmutó en una de dolor cuando la tirantez de mi mejilla resultó abrumadora.

—¿Por qué estás aquí? —Repuse despacio, cediendo finalmente ante el contacto visual.

La clara mirada de mi vecino se enturbió durante unos breves segundos. Infló el pecho y exhaló un prolongado suspiro antes de trabar sus ojos en los míos.

—¿Estás segura de querer saberlo?

Bueno, quizás me haya adelanto un poco a los hechos. Será mejor que lo retomemos más o menos donde lo dejamos...

Martes, 17: 24 pm, un lugar intermedio entre mi casa y el instituto.

Chasqueé la lengua con desdén, arrancando una de las páginas del cuaderno donde solo había escrito una sarta de estupidez. Arrugué el papel entre los dedos, renegando de mi poca concentración.

Me estaba desviando respecto al tema. Necesitaba más datos que solo se podían adquirir de forma experimental para llegar a una conclusión satisfactoria.

Intentar especular sobre un tema tan complejo teniendo apenas un puñado de información era una tremenda pérdida del tiempo. Jamás llegaría a algo en claro si empezaba a titubear.

Debía ser agresiva con mis intereses. Mostrar una iniciativa mayor si no quería quedar aplastada bajo el peso del interés depositado en mí.

¡Rayos! Era inteligentemente superior a la gran mayoría de seres humanos y me trababa en asuntos tan absurdos. Bueno, quizás me sobrevalare. Pero el punto es que nunca había tenido problemas a la hora de la resolución de conflictos intelectuales.

Paseé mi lengua por mis labios resecos, frenando mis pasos al borde de la acerca, a escasos metros del semáforo que refulgía en un notorio color rojo.

Desvié mi atención hacia los transeúntes que se agolpaban por las calles. Observar a la gente e intentar adivinar que les pasaba por la cabeza, qué podría preocuparles, cuáles eran sus inquietudes... era uno de los pasatiempos más complejos e imaginativos que había engendrado.

Un buen científico tenía que ser, además, un excelente observador.

Fijarse en los detalles y sacar pequeños destellos de información que poder encajar dentro del papel era una habilidad definitiva y difícil de entrenar.

Presioné la libreta contra mi pecho, haciendo crujir la tela del abrigo y exhalando un suspiro al aire.

Me dispuse a cruzar cuando capté un movimiento por el rabillo del ojo.

Me detuve, a media acción, con medio pie dentro de la calzada para contemplar con creciente curiosidad el coche que, obedeciendo la tajante orden del semáforo, frenó al borde del paso de peatones.

Primero analicé la matrícula, sintiendo como si un complejo sistema de engranajes en el interior de mi cabeza, rotaba a altas velocidades dándome un nombre claro de la posible identidad del conductor.

Solo bastó un simple vistazo más arriba para cerciorarme que mi memoria no me había jugado una mala pasada. Algo que no era de extrañar si se disponía de una memoria casi fotográfica.

¡Maldito Karma! [✓]Where stories live. Discover now