Capítulo 21: No es color de rosa

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Merody

Me despierto con un delicioso aroma a mí alrededor. Tomo una gran exhalación al tiempo que me estiro como un gato en la cama. Mis ojos se abren cuando una sonrisa se forma en mis labios. Sin embargo, ésta se borra cuando no encuentro a Leandro a mi lado, pero sí una nota con su nombre, junto con unos panecillos recién hechos.

«Buenos días, cariño. Tuve que irme temprano.

Gracias por todo.

Te quiero

Doblo por la mitad el papel y retengo las inesperadas ganas de llorar que me vienen en ese momento. Estaba incrédula, además de dolida.

¿Tan importante era lo que tenía que hacer, como para que no pudiera esperar a que me despertara siquiera?

—Este no era el amanecer que había imaginado. —murmuro entre dientes.

Lanzo el papel al suelo completamente enojada y decido no marcarle ni enviarle un mensaje. En cambio, me visto a la velocidad de la luz y salgo de la casa de la playa, dirigiéndome a mi hogar. Manejo a una gran velocidad, dejando que varios pensamientos me hagan compañía en el camino.

¿Será que se sintió mal?

¿Su madre lo habrá llamado?

¿Ocurrirá alguna emergencia?

¿Y si... se arrepintió de lo sucedido en la noche?

Preguntas, preguntas y más preguntas sin ninguna respuesta.

Tal vez debería empezar a creer que la vida no era color de rosa.

(...)

Llego más rápido de lo habitual a casa.

Lanzo en algún lugar de la sala mi bolso y Ángela asoma medio cuerpo desde la cocina, mientras mi hermanito corre de manera torpe hacia mí. Es inevitable no sonreír al verlo y lo cojo entre mis brazos cuando abraza mis piernas.

—¡Oh, Merody! ¿Pero qué te hiciste en el cabello? —exclama mi madrastra mirando con curiosidad mi cara. Me río—. ¡Y además estás bronceada!

—Me hice un pequeño cambio de look (por una buena causa) antes de irme a la playa. —le explico, meciendo a Ángel.

—Estás preciosa —dice con un guiño—. El bronceado te queda muy bien.

—¿De verdad? —le pregunto dudosa. Soy bastante clara de piel, así que es más que posible que mis mejillas parezcan un par de tomates rojos.

—Estás preciosa. —repite rotunda, así que le agradezco y llevo a mi hermanito junto a ella para que él continúe con su desayuno.

Ella me ofrece un sándwich de jamón y queso, pero lo rechazo. Mi estómago parece estar cerrado.

—Entonces, ¿se la pasaron bien Leandro y tú en la playa? —inquiere luego de darle un resumen de mi día anterior.

—Sí —respondo en un suspiro—, pero se fue esta mañana sin despedirse.

Sus ojos verdes me miran con sorpresa y hace un chasquido con su lengua.

—¿Qué le sucedió?

—Eso es lo que me gustaría saber —digo, mirando el borde la encimera frente a mí. Como no me apetece seguir hablando de Leandro, cambio de tema—: ¿Papá ya se fue?

Ángela asiente, masticando un trozo de papaya.

—Sí, me dijo que tenía una reunión muy temprano con un socio nuevo. —me informa. Después, esboza una traviesa sonrisa—. Él no sabía que tenías compañía en la playa. Si se entera con quién estabas, seguro que le da un patatús.

No olvides que te amo©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora