Capítulo 7: Hablemos

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Merody


Llego a casa pasada las siete de la noche con un leve dolor de cabeza, producto de las últimas horas de intensa lectura en la cafetería junto a Ignacio, quien por supuesto aprovechó la ocasión e insistió en traerme hasta aquí.

—¡Llegué! —anuncio, pero no recibo respuesta alguna. Me encojo de hombros y me dirijo hasta la cocina, donde trago con dificultad un analgésico.

Estoy bebiendo un segundo vaso de agua consecutivo cuando Ángela aparece y se sobresalta al verme.

—Merody —dice y se coloca una mano en el pecho con gesto dramático. Sonrío—. No te escuché llegar.

—Acabo de hacerlo. —murmuro mientras tomo asiento en uno de los taburetes de color negro. Ángela comienza a hacer la cena y me comenta acerca de lo contenta que se siente de que los gemelos y mi padre hayan pasado un buen rato solos, ya que eso ha puesto de mejor humor a mis hermanos, quienes se encuentran en su habitación descansando.

Aunque también eso supone una gran alegría para mí, no le presto la atención necesaria a su charla, ya que mis pensamientos se han ido a lo sucedido en esta tarde en la cafetería. Aún sigo sin poder encontrarle un nombre a lo que siento por Leandro. Es decir, él es un chico apuesto —por el que evidentemente me siento atraída—, pero del que no sé nada; más allá de conocer que estudia periodismo y parece estar siempre en un estado constante de melancolía.

Es precisamente el interés de conocerlo más lo que me mantiene inquieta.

—¿Sabes qué? Mejor cuéntame tu problema. —Mi madrastra para sus labores y clava esos ojos verdes en mí, esperando a que vuelva a tierra y le hable. Con un carraspeo, trato de negar lo obvio.

—No existe alguno —expreso, jugueteando con el vaso de vidrio—. Sólo estoy cansada. 

Ella hace una mueca y continúa amasando. Su menú de los sábados es la pizza tres quesos.

—Me recuerda el tiempo en el que estabas en las nubes. Era cuando salías con Ignacio, ¿te acuerdas? —Asiento resignada. Me ha pillado.

—Mer, no puedes mentirme. No a mí que te conozco desde que eras una niñita revoltosa y sé cuando algo ronda por esa cabecita que no te deja en paz. —Sus dedos cubiertos de harina tocan mi frente y sonrío tristemente.

—No es algo que no quiera decirte —aclaro, apoyando los brazos en la isla—. Es sólo que ni yo sé qué me ocurre.

—Bueno, esto va a sonarte algo cursi pero... —Ángela aprieta los labios y me preparo para lo que sea que vaya a decirme—. Sólo sigue a lo que te dicte tu corazón. —dice finalmente—. Él es el mejor consejero, pese a lo que la mayoría de las personas piensan y dicen acerca de él.

Con un último guiño, vuelve a su tarea de amasar y hornear, dejándome más pensativa que antes.

(...)

El resto del fin de semana se pasó en un visto y no visto. Tanto, que sentí que no descansé lo suficiente, por lo que el lunes me levanté media hora tarde.

Después de una rápida visita al baño y de haberme vestido con mis jeans de color rosa y blusa blanca, salí de casa rogando que el profesor de la primera hora también estuviese atrasado.

Lamentablemente, no fue así.

La clase ya había comenzado y conociendo el carácter del profesor Luigi, preferí devolverme por los pasillos desiertos de la facultad e instalarme en el cafetín, teniendo a un café y un sándwich como compañía. Bueno, eso fue antes de que una chica de cabello largo y ojos azules se uniera a mí en la mesa.

Me sorprendí al verla, pero no dejé vérselo.

—Hola, Merody —dijo, dejando su bolsa verde neón a un lado—. Tenemos tiempo sin hablar.

—Bueno, probablemente eso se deba a que, usualmente, las personas que han sido traicionadas y tienen dignidad, no interactúan con la gente que les hizo daño. —Señalo, apretando los puños por debajo de la mesa.

—Dijiste que lo habías superado —replica. Yo meneo la cabeza no pudiendo creer lo cínica que es mi ex mejor amiga—. De todas maneras, no he venido a discutir. Solo charlar.

— ¿Ah, si? ¿Y sobre qué? —le pregunto, alzando el mentón.

—Más bien sobre quién —especifica y caigo en la cuenta—. Me enteré tú e Ignacio estuvieron juntos en una cafetería el sábado.

—Pues sí —afirmo desplegando mi sonrisa más descarada—. Pero sólo porque estuvimos preparando nuestro proyecto. No creas que es porque quiero «quitártelo», como tú lo hiciste conmigo.

Durante unos breves minutos —en los que los estudiantes cercanos a nuestra mesa nos miran de reojo preguntándose si tendrían que utilizar sus teléfonos para grabar una posible pelea de gatas— hay una batalla de mirada entre Valeri y yo. Azul versus verde.

—Sé que lo que yo hice no estuvo bien —confiesa en voz baja. Doy un suspiro—. Pero de lo único que me arrepiento es de haberte herido, porque antepuse mi felicidad a la tuya.

—¿No te parecía eso demasiado egoísta? —inquiero con voz la quebrada.

— ¿Te soy sincera? —apenas asiento—. No. Quería y quiero demasiado a Ignacio como para pensar en nada ni nadie más. —responde y mis ojos se humedecen.

—Esta bien. Te entiendo —le digo desviando la mirada—. Puedes estar tranquila, entre Nacho y yo no queda nada.

—Yo estoy casi segura de que me estás diciendo la verdad.

—No lo dudes. —La interrumpo, frunciendo el ceño.

—Pero no lo estoy acerca de él —completa y giro bruscamente el rostro hacia ella. Ahora es su turno de evitar mi mirada —. No estoy tan convencida de que Ignacio te haya olvidado del todo.

Claramente, su declaración nos deja turbadas a ambas.

No olvides que te amo©Where stories live. Discover now