Capítulo X

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Esa misma noche abrió los ojos aturdida. Buscando asustada un indicio de donde se encontraba reconoció la delicada papelería que pertenecía a su habitación. Se removió un poco sobre el edredón y fue allí donde soltó un pequeño grito ahogado. El dolor vino en gigantescas oleadas punzantes que comenzaban en su mano, recorrían su brazo hasta detenerse con brusquedad en su cuello.

Una agonía que la asfixiaba. 

Sofocó otro grito cuando se enderezó sobre sí para ver su mano totalmente vendada con firmeza. Prueba de que lo había hecho la enfermera que cuidada a Lord Ravencroft. Cerró los ojos en un intento en controlarse así misma y a sus nervios.

—Es mejor que esté quieta, señorita Braun.

Elise se sobresaltó al oír aquella voz desconocida. Aturdida se enderezó lo más rápido que su mano le permitió. Con los ojos abiertos como platos observó la figura de Lord Orwell sentado en la silla que hacía juego con el tocador. Frunció el seño desconcertada.

El conde al ver la figura de Elise, descubierta, se puso rápidamente de pie, y con la piel erizada, se giró para darle la espalda. Se ahogó con sus propias palabras avergonzado.

Más confundida aún, miró su espalda por unos segundos. Hasta que percatándose a lo que sucedía, desvió los ojos hacia sí misma.

Al principio no reaccionó, se quedó un instante en blanco mirando su vestimenta. Una vez la ficha del entendimiento hubo llegado a su mente, se sonrrojó brutalmente y soltando pequeños e incomprensibles balbuceos, se cubrió con el edredón.

—Lamento, estar aquí, pero Georgiana está ocupada con Fitzgerald, y su tía está en la ciudad con la señora Johnson, esposa del abogado que trabaja el caso de su marquesado.

—Hummm sí —asintió—..., puede voltearse, ya estoy cubierta —murmuró avergonzada—lo lamento tanto, estoy tan apenada, le juro que no fue mi intención, Lord Orwell.

Girando lentamente, buscó sus ojos. Elise apartó la vista totalmente abochornada. Sin entenderlo ese diminuto gesto al conde le provocó un pequeño nudo en la garganta. Negó a sus palabras.

—El que debería lamentarlo soy yo al asustarla de esa manera, lo siento señorita Braun.

Elise sonrió, y así iluminó la habitación.

—¿Desea usted comer?

Ella no había pensado en el hambre que tenía hasta que él se lo recordó. Asintió un poco avergonzada ante el rugido que producía su estómago.

—Le pediré la cena.

Y con esa simple frase desapareció de su vista. Elise soltó un suspiro cansino y se cubrió mejor. Observó su mano e intentó moverla un poco, desistiendo al instante al sentir el dolor volver en gigantescas oleadas.

La puerta se abrió y en ella ingresó Lord Orwell con una enorme bandeja de plata. Con sutileza la dejó en la mesa a su lado. Con un pequeño titubeo la miró a los ojos con una expresión extraña.

—Georgiana está todavía con Fitzgerald, me temo que no podrá atenderla.

Elise sonrió.

—No se preocupe, Lord Orwell, me las apañaré sola.

—Si necesita mi ayuda, no dude en pedirla, a fin de cuentas se lo debo. Yo sabía muy bien que en cualquier momento las pinzas se romperían y el filo lastimaría a alguien —tomó aire y fuerzas para pronunciar la siguiente pregunta—, ¿podré llamarla por su nombre señorita Braun?

Las mejillas de Elise se tiñeron sutilmente de un carmín que le daba un toque adorable.

—Por supuesto Lord Orwell.

Cánteme, EliseWhere stories live. Discover now