Sigo mi curso, pero me detengo. La curiosidad me atrae. Tengo que verle, saber si se encuentra bien. ¡Mierda! ¿Y qué hago con las citas del trabajo? Ya sé, llamaré a Gina para que cancele todas. Le diré que mi ausencia es por asuntos personales. De por sí es sábado y no son demasiadas. Sólo son citas de rutina, que tienen que ver con aptitudes para un trabajo. No creo que me afecte faltar hoy. Y las ganas de disculparme con él son muchas también. No me siento bien conmigo misma.

Doy media vuelta y me sorprendo al verle salir. Le escruto. Ha llorado. Lo veo en sus ojos. Va guapísimo. No te desvíes Hayl... Ese pijama gris le resaltan un más que aceptable culo. ¡Haylin! Me reprendo. No seas pervertida. No es el momento. Cálmate. Además... lleva una camiseta que deja entrever que se esfuerza mucho por mantener el físico. Brazos delgados, pero musculados. Y un abdomen de muerte, plano, que deja cualquier cosa a la imaginación. Está para comérselo. "Haylin..." me advierte mi subconsciente nuevamente. "No es el momento..." Apenas si le has visto y ya pareces una adolescente hormonal. "Ok, ya" le digo para que no se lo tome a mal.

Saco el móvil y le marco a Gina. Ella contesta al segundo tono.

-Consultorio de la doctora Cooper, ¿en qué puedo ayudarle? -responde formal.

-Hola Gina, soy Haylin. Te llamaba para que cancelaras las citas que tengo hoy-murmuro-, ha surgido un problema y no podré llegar a tiempo, ¿de acuerdo?

-Claro doctora, enseguida.

-Muchas gracias Gina, eres muy amable.

-Ok. -Dice rápidamente y cuelga.

Frunzo el ceño. ¡Qué difícil poder entablar una conversación jovial con esta chica!

De pronto, algo capta mi atención. Bajo la mirada a sus manos y le observo: tiene los nudillos ensangrentados. Recuerdo los vidrios que escuché romperse. Miro sorprendida a aquel hombre. Ahora entiendo el porqué reaccionó de esa manera el día de ayer. Trata de defenderse. Intenta demostrar que nada le afecta, cuando en realidad no es así. Parece que esa mala mujer ha sido el detonante de toda su furia. En sus ojos logro vislumbrar el dolor. ¡Maldita! ¿Qué le habrá hecho?

Lo sigo con la mirada y noto que camina hacia el lado contrario de donde estoy. Se dirige hacia las escaleras. Frunzo el ceño. ¿A dónde querrá ir? Repaso mentalmente cualquier posible lugar remoto al que pueda ir y mi corazón se detiene de golpe. Al único lugar que puede ir si sube es a la azotea. No querrá hacer lo que estoy pensando, ¿o sí? Lo iré a comprobar y le detendré si es necesario.

***

Kerian

Subo las escaleras, una por una. El bastón, mi fiel compañero, me va indicando el camino. Mi mente ya no razona. Está totalmente nublada por el dolor y la humillación. Ya no siento dolor físico. No me importa haber golpeado aquel espejo. Ahora el dolor emocional me gana. Mi autoestima está por los suelos. Jennifer escupió con arrogancia sus planes sobre mi cara. Después de tanto tiempo... Regresó para destruir el muro que había construido durante tanto tiempo. Pisoteó nuevamente mi corazón. Se va a casar... Y sólo por dinero. ¡El maldito dinero! Dijo que había abandonado a Gary por un tipo con mucha más fortuna. Un importante empresario de Brooklyn, no me dijo su nombre. ¿Por qué mierdas regresó después de tanto tiempo? ¿Sólo para esto? ¿Humillarme?

Me dijo que lo mismo sucedió conmigo. Escupió que se había aburrido de mí por ser tan soso, serio, cursi y aburrido. Que ni siquiera el dinero de mi familia valía para quedarse conmigo, que no valía la pena. Todo se comenzó a derrumbar dentro de mí desde el momento en que murmuró con maldad:

-Ahora mírate: ciego, inútil y fracasado. Dime, ¿quién en este mundo se fijaría en alguien como tú? Nadie, sencillamente nadie...

Toco con el bastón la puerta de la azotea. Ya he llegado a mi destino. Tomo el pomo y abro la puerta. El denso aire de Manhattan da de lleno en mi rostro. Es agradable, pero no borran lo que quiero hacer. Pienso y ya no hay duda, lo haré. Perdón Fabi, pero ya no puedo más. Lo siento papá, lo siento mamá. Les suplico que me perdonen por ser tan cobarde. Esto ya me supera, sencillamente no logro concebir seguir viviendo. Camino despacio, buscando no tropezar con nada. Recorro ese largo trayecto hasta el final de la azotea. Ya lo siento cerca. Mi bastón colisiona con una superficie dura; allí está, el final del camino. Ese muro que separa mi vida de la muerte. Sólo he de cruzarlo y poner punto y final a todo. Escucho un portazo. No le presto atención.

Dejo a un lado mi bastón. Subo la rodilla izquierda al muro. Apoyo mis manos sobre él, inseguro. El corazón comienza a martillar con rudeza mi pecho. Respiro con dificultad; estoy nervioso. Subo con lentitud la otra rodilla. Al hacerlo, intento ponerme en pie, pero mi cuerpo se niega, temblando un poco. Listo, es ahora o nunca, me digo. Antes de impulsarme, algo, o mejor dicho alguien, me detiene. Toma con fuerza mi brazo y lo aprieta. Por extraño que parezca, el calor me invade al sentir aquel desconocido toque. Con cautela, una delicada voz susurra:

-Por favor, no lo hagas...

Haylin: A través de tu piel |PARTE 1| EN EDICIÓN ©Where stories live. Discover now