Capítulo 37 | Simón |

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Me mordí el labio deleitándome con su tonificado torso bronceado que hacía ver sus tatuajes como los accesorios perfectos. Unas rubias platinadas que pasaron por su lado lo miraron sin disimulo y me contuve para no decirles nada, aunque no las podía culpar.

— ¿Ya la sacaste? - preguntó.

— Sí, pero si sonreís salis más lindo.

Me hizo caso y le saqué un par más. Caminó hasta a mí y apresuró el paso cuando la arena empezó a quemarle los pies. Miró sobre mi hombro cuando le mostré las fotos que le saqué con su cámara y me besó en la mejilla.

— Gracias.

— De nada, mi amor.

Le devolví la cámara y no tardó ni dos segundos en hacerle una primer plana a mi rostro. Me cubrí con la mano y le mostré mi dedo del medio.

— No, Matu. Basta.

Rió.

— Que ortiva.

— Llevas dos días poniéndome la cámara a dos centímetros de la cara. Vamos al agua, dale.

Le dije mientras me acomodaba la parte de arriba de mi bikini blanco. Mateo guardó su cámara y la dejó con el resto de nuestras cosas que estaban en las reposeras tipo cama que me terminaron de convencer cuando las vi en las páginas del Resort.

Cuando me alcanzó colocó una mano en mi cintura y entramos juntos al agua, que no podía estar más divina.

Nos tuvimos que quedar tres días más en el DF mientras Mateo terminaba de cerrar sus asuntos de trabajo que vino hacer a México. Fueron tres días en los que yo lo esperaba en la habitación con ansias. Y cuando finalmente estuvo libre de todos sus compromisos laborales, tomamos juntos el primer vuelo a Playa del Carmen. El plan que hice para mi estadía acá, cuya fecha de regreso seguía posponiendo, era el mismo. Sólo que ahora era para dos.

Ya dentro del agua colgué mis brazos de su cuello y me abrazó fuerte por la cintura. Estampé mis labios con los suyos y luego empezó a ponerse medio bruto. Dejó pequeños besos por todo mi rostro y cuando me resistía me inmovilizaba rodeando mi cuello con su brazo. Mi lucha consistía en clavarle los dientes en cualquier pedazo de su piel que estuviese a mi alcance. Luego de pelear  como un par de niños, nos comportamos como gente normal y disfrutamos de un rato agradable dentro del mar.

— Es como que mientras más creces, más infantil te pones.

Dije mientras caminábamos de regreso a la reposera y rió agarrando mi mano. Después de secarnos un poco con las toallas nos acostamos y apoyé mi cabeza sobre su pecho al mismo tiempo que él colocaba su brazo detrás de su cabeza para sostenerla. Me rodeó con su otro brazo para juntarnos más y disfrutar del atardecer que caía sobre la playa. Es una sensación increíble ver cómo los colores de la arena blanca y el azul turquesa del mar hacían un perfecto contraste con el atardecer.

— Un chico muy suertudo.

Dijo una voz a nuestro lado.

Era un señor de pelo canoso y cuerpo brilloso por algún bronceador solar que hacia ver sus músculos como si estuviesen engrasados. El color de su piel era una mezcla entre canela y naranja. Vestía un short rojo, muy corto, y unos lentes oscuros. En su mano sostenía una cámara fotográfica, y en su rostro una sonrisa muy creepy que me ponía los pelos de punta. Parecía el típico europeo que venía a esta parte del mundo a vacacionar. 

AfterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora