Capítulo 2 | Marcas y Dolores |

59.5K 814 53
                                    


Mi psicólogo me dedicó una sonrisa, de esas que te calman, y que mas allá de una sonrisa se siente como un cálido abrazo. Su pelo canoso, su estatura media y sus grandes lentes le hacen juego a su personalidad del típico abuelito que no tiene más propósito en la vida que el de verte alcanzar cualquier tipo de metas que te trazaste en la cabeza desde el día en que naciste.

Raul dejó la taza vacía en mi mesita de luz. Se levantó muy tranquilamente de la silla donde permaneció media hora sentado y la puso nuevamente frente a mi escritorio.

— Decile a tu vieja que el café estuvo divino, como siempre.

Dijo desde el marco de la puerta con su dulce voz y sosteniendo su cuaderno negro en ambas manos a la altura de su pecho.

Sonreí.

— Gracias por venir, Raúl, te prometo que la próxima vez que vengas seré yo misma quien te baje a abrir la puerta y te suba el café.

Le eché un vistazo a mi pierna izquierda. Las marcas y los dolores del accidente ya estaban desapareciendo.

— No tengo duda de que muy pronto serás vos quien vaya a verme a mi consultorio. Estos viajes hasta acá me hacen envejecer más rápido.

Ambos reímos.

— No exageres.

— Bueno, ahora sí me voy. El tráfico a esta hora es terrible. Que no se te olvide darle las buenas noticias a tus padres. Hasta la semana que viene, Mari.

Me guiñó un ojo antes de salir por la puerta. Me estiré perezosamente y busqué entre las sábanas el control de la tv para encenderla. Lo peor de tener que hacer reposo es que pasas mucho tiempo al pedo, y por eso ver una hora entera de un programa de chisme no era tan malo. Después de unos quince minutos donde me alimenté de la farándula internacional, los conductores dieron aviso a la primera pauta comercial y desbloqueé el celular.

Las personas seguían escribiéndome por facebook y etiquetándome en largas publicaciones expresando su apoyo y solidaridad. Lo mismo pasaba en instagram. Nunca fui consciente de que a mi alrededor tenía, o tengo, un montón de personas a las cuales les preocupa mi bienestar físico y emocional. Incluso personas con las cuales tengo unos muchos años sin hablar se toman unos minutos de su tiempo para contactarme. Todo seguía siendo muy raro, todavía me costaba asimilar que era a mí, a Mariana Soler, a quien le estaban escribiendo todas esas cosas.

Desde hace dos meses que no encontraba aún palabras de agradecimiento por la empatía que me expresaban. No respondía ningún mensaje, pero sí leía todo. Hubo mucha incertidumbre entre mis familiares, mis amigos y conocidos durante el mes entero donde estuve atrapada en ese detestable coma inducido. Hace un mes que lograron despertarme y todavía siento molestia en la garganta por el tubo que me ayudaba a respirar, mis extremidades izquierdas fueron las que más golpes recibieron y las que más tardaron en responder a todos los exámenes que me hicieron para chequear cómo estaban mis reflejos. Mi cerebro tardó mucho en desinflamarse y mi cráneo en cicatrizar, pero la paciencia y el excelente trabajo de los doctores fue a lo que mis seres queridos se aferraron.

Unas sesiones más de fisioterapia y ya mi pierna junto con mi brazo podrán realizar movimientos mas fuertes. Las cremas, las vendas y los analgésicos son de gran ayuda, y ni hablar los calmantes musculares. Sí, todo eso hace que el dolor físico se termine de ir.

Pero, ¿y el dolor que siento por dentro cómo lo saco?

Anastasia, una ex compañera de él que conocí en la celebración de su último cumpleaños, recién publicaba la foto que nos tomamos dicho día. Yo estaba sentada en las piernas de él, los vasos de alcohol que había tomado esa noche no me permitían mantenerme equilibrada, así que mantuvo su brazo amarrado fuertemente en mi cintura para evitar que me cayera, y Anastasia estaba sentada a su lado. Los tres salíamos riendo y viendo a distintas partes, menos a la cámara. Atrás de nosotros estaba la larga mesa llena de botellas, vasos y mucha comida. Recuerdo perfectamente la espontaneidad de esa foto, hasta recuerdo la canción que sonaba.

— ¿Seguis viendo ese programa de chismes? Mejor pone una película, o los dibujitos. Cualquier otra cosa tiene más contenido que eso.

El tono del burla de mi papá me hizo despegar los ojos de la pantalla de mi celular. Traía una musculosa negra y sudaba como un cerdo mientras su respiración disminuía la velocidad. No había que ser adivino para darse cuenta que venía de correr.

— A esta hora no pasan nada bueno -respondí encogiéndome de hombros.

— ¿Cómo te fue con Raúl?

Preguntó entrando a mi cuarto.

— A partir de la semana que viene vendrá solo una vez a la semana. Según él he tenido avances, pero que el resto siempre dependerá de mí. Dice que estoy mejor, más fuerte. Yo no lo puedo sentir del todo así, pero creo en su palabra.

Sonrió mostrando sus dientes.

— ¿Es enserio? ¡Qué buena noticia! Vas recuperándote cada vez más. Te dije que poco a poco irías expulsando todo el remolino que sentís dentro. Poco a poco, hija...- repitió - poco a poco. Sos una mujer fuerte.

Su voz se quebró.

Se acercó y se inclinó para dejarme un beso en la mejilla.

— Los tres lo somos.

Lo corregí haciendo referencia a él, a mamá y a mí.

Enterrar a una hija de apenas dieciséis años y estar apunto de perder a la otra es algo a lo que ningún padre está preparado. Estaba demás decir que esta casa se siente muy sola y triste desde que Abril no está. Ver su cuarto vacío hacía que cada rincón de casa se sintiera frío. Necesitaba verla, hablar con ella, escuchar su voz, su risa. Todo.

Papá me sonrió con tristeza y salió sin decir más. Quería decirle que se animara, que todo estará bien, que lo vamos a superar juntos, pero la verdad era que no estaba totalmente segura de eso.

Casi todas las noches sueño con los recuerdos de la primera vez que abrí mis ojos en el hospital. La habitación blanca, el doctor a mi lado hablándome con suavidad, la enfermera con su uniforme detrás de él, mis padres con rostros tristes y cansados al otro lado de la cama. Podía recordar todo lo que había pasado: él intentando controlar el auto con el volante mientras yo miraba a los asientos traseros con la intención de agarrar a mi hermana, hasta que un fuerte golpe acompañado de un ruido espantoso me dejaron en blanco. Sí, apenas mis ojos se abrieron recordé todo eso. Cuando mi memoria se refrescó les eché otro vistazo a los presentes, y recuerdo que mi primer pensamiento fue: ¿dónde está Abril? ¿por qué no está acá? ¿Y él? ¿Dónde está él?

Ya no despertaba llorando después de soñar con esos espantosos recuerdos. Ahora despertaba con rabia y con un sentimiento de impotencia difícil de explicar.

Él solo quería que yo tuviese un día hermoso, lleno de amor, feliz; y lo que tuvimos a cambio fue todo lo contrario.

Regresé mi mirada a la pantalla del celular. Y aunque sea masoquista, continué detallando la foto de aquella noche donde mi gran amor y yo reíamos a carcajadas. Respiré profundo y leí las palabras de Anastasia:

" Situaciones como estas son las que nos ponen a prueba. El amor lo defino con aquella mirada que ustedes compartían y del cual muchos fuimos testigos. Mariana, recordá que somos muchos los que estamos con vos y con tu familia. Y a vos amigo, donde quiera que estés, te digo que nos volveremos a encontrar. Seguí cantando, bailando y haciendo chistes allá arriba. Agustin, nosotros acá abajo te soñamos y extraños. Sos nuestro ángel "

AfterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora