Capítulo 25 | Golpe de realidad |

7.2K 339 21
                                    



Lo miraba caminar desnudo de un lado al otro dentro de su pieza hasta que finalmente consiguió sus bóxers detrás de la puerta y se los puso. Regresó a la cama y se acostó boca abajo apoyando su peso en sus codos y mirándome con sus ojos oscuros. Pasé mis dedos por su barbita y dejó un corto beso en el dorso de mi mano.

— Todavía es temprano, ¿qué queres hacer? - preguntó.

Eran las diez de la mañana y se supone que debería estar en la facultad, pero Mateo me había convencido de no ir. Él estaba muy despreocupado ya que Eduardo, su jefe, estaba de viaje y le había dado el día libre.

— Nada. Me quiero quedar acá, no me quiero mover.

Y eso hicimos: nada.

Ya teníamos una rutina luego de hacer el amor: bañarnos, vestirnos y tirarnos en la cama a ver series mientras comemos comida chatarra. A eso de las cuatro de la tarde estuve apunto de irme a casa, pero una vez más Mateo me convenció de quedarme con él. Era viernes y no tenía nada importante que hacer, así que me quedé con la condición de que en la noche fuésemos a cenar afuera y luego me llevaría a casa.

Sabíamos de un riquísimo restaurante de sushi y coincidimos en que queríamos cenar ahí. En el camino apoyó su mano en mi muslo y me hizo pequeñas caricias con el pulgar. Desde hace varios días que esos gestos de cariño nos salían naturalmente a los dos, pero no hablábamos al respecto y creo que era mejor así. Mateo sacó su celular del bolsillo cuando empezó a sonar y rodé los ojos al leer el nombre de Mónica en la pantalla. Eran las ocho de la noche de un viernes, obviamente lo llamaba para invitarlo a hacer algo más tarde.

— ¿No le vas a atender justo ahora, verdad?

Pregunté en un mal intento de disimular mis celos. Volteó a mirarme unos segundos con sus cejas alzadas antes de regresar su vista al camino.

— ¿Desde cuándo me das órdenes vos?

Me preguntó antes de atender la llamada y rodé los ojos nuevamente . Le subí volumen a la radio para no escucharlo, pero él le bajaba. Sea lo que sea que ella le haya dicho, Mateo le contestó que más tarde le diría si estaba disponible o no. Intenté que su respuesta no me hiciera enojar, pero no funcionó. Sabía que no tenía de qué preocuparme, pero me molesta él le siga el juego.

Cortó la llamada justo cuando llegamos al restaurante. Por suerte en la calle, y cerca de la entrada, había un lugar libre para estacionar y no fue necesario dejar el auto dentro del estacionamiento del restaurante.

— ¿Qué te dijo?

Pregunté mientras lo observaba haciendo maniobras con el volante para estacionar.

— Los chicos de la oficina se van a ver en un bar.

— ¿En cuál? - pregunté.

— Uno que está cerca de acá, dos calles abajo.

— ¿Y vas a ir?

— No sé.

— ¿Por qué no?

— Porque estoy con vos.

Respondió un tono exageradamente cursi y meloso, solo para fastidiarme. Me daba bronca que se hiciera el chistoso.

— Tarado, anda si queres.

AfterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora