Final

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Esta es la tercera navidad que pasamos juntos.

Este año la veo moverse por la cocina de mi casa con más confianza. Resulta que mi mamá y Mariana tienen personalidades muy parecidas.

Ambas son preciosas y tiernas, pero aburridas y con un escaso sentido del humor.

Bebo de mi cerveza y respondo algunos mensajes en mi celular para distraerme de su conversación sobre el aliño que están preparando para la carne que luego será llevada a la parrilla.

Los niños de la familia, y prácticamente todos, se acercaban cada dos minutos a la cocina para agarrar de la picada que hicimos mientras esperábamos por la cena. Teníamos un montón de quesos, jamón crudo, jamón cocido, empanadas, pan y algunas aceitunas.

— Nos acompaña nada más para morfarse todo lo que hay en la mesa.

Escuché decir a mi progenitora, quien estaba de espaldas a mí al igual que mi novia mientras se seguían ocupando de la carne. Mariana rió y habló bajito.

— Siempre hace lo mismo, y encima se acaba las sobras de toda la cena - contestó.

Las miré con las cejas alzadas.

— Todavía estoy acá, puedo escucharlas.

Comenté dejando mi celular a un lado y agarrando un pedazo de pan con un poco de queso y jamón crudo. Mariana giró su cabeza sobre su hombro para mirarme sin dejar de sonreír. Su vestido veraniego color crema tiene una sencilla abertura que deja parte de su espalda descubierta. No podía esperar para estar a solas y poder recorrer con mis manos las partes de su piel que dejaba a la vista con ese vestido.

Se ve tan hermosa, y ni siquiera tiene que esforzarse para hacerlo. Es increíble.

— ¿Queres ayudar? - preguntó.

Sonreí irónico acercando la botella a mi boca para darle un trago y captó mi respuesta. Regresó a lo suyo cuando mi mamá le pasó algunas verduras para que las picara.

Después de la cena los adultos nos quedamos charlando en el living bien acompañados por el alcohol, mientras que los más pequeños se fueron a dormir cuando se cansaron de jugar. Pasábamos un buen rato mientras las botellas se vaciaban e intercambiábamos regalos. Por suerte Mariana fue quien se encargó de eso. Yo apenas recordé esta mañana que no compré ningún presente para ningún miembro de mi familia, porque lo olvidé, pero me la comí a besos cuando me dijo que ella ya lo había hecho hace dos semanas.

Mi primito Alejandro, de cinco años, apareció en el living haciendo puchero con su carita de dormido. Pobre, lo habíamos despertado con nuestras risas. Mi tía Carla estaba pasada de copas como para encargarse de su hijo en este momento, y ni hablar del tío Antonio, así que Mariana se ofreció a llevarlo devuelta a la cama y dormirlo. No le quité los ojos de encima a mi mujer hasta que desapareció por las escaleras con el pequeño Alejandro tomando de la mano.

— Mírenle la cara de boludo, está hasta las manos.

Regresé la mirada a mi familia esparcida por todo el living cuando escuché el comentario de papá. Y de repente nadie decía nada, sólo me miraban con sonrisas que no se molestaron en reprimir.

— ¿La pueden cortar?

Les pregunté empezando a sentirme incómodo.

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