Capítulo 33 | Pasado, Presente - Parte Dos|

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PASADO

Buenos Aires, Argentina.

Entré y miré al rededor buscándola, pero lo primero que pensé fue que si yo trabajara en una biblioteca me pegaría un tiro todas las mañanas. Cada vez que vengo pienso lo mismo. Siempre estaban los mismos tres ancianos haciendo crucigramas.

Tenía que ser la que estaba sentada en la mesa del fondo con el celular en las manos. Ella tenía el rostro agachado pero desde lejos pude ver sus largas pestañas y pelo negro lacio. Dudo mucho que Agustin se haya vuelto loco por la anciana de pelo canoso que está sentada en la mesa diagonal a mí. Él estaba ocupado organizando unos papeles sobre su escritorio, pero subió su mirada unos segundos para observarla desde su lugar de trabajo.

Reí.

No podía creer que se comportara como un puberto. Todos me dicen que soy sociable porque hago chistes sobre cualquier cosa, y lo que no saben es que Agustin me gana por lejos. Pero él es ese tipo de persona que te cuenta el chiste por debajo de la mesa para que te nada más te rías vos, y con el tema de las mujeres es igual.

A veces había que darle un empujón.

Caminé hasta su escritorio y cuando me vio suspiró mientras volteaba los ojos.

— ¿Te recuerdo lo que pasó la última vez que viniste a visitarme?

— Sí, casi nos echan a los dos.

— Hermano, sabes lo mucho que te quiero y lo feliz que estoy desde que te mudaste. Pero ya sabes donde está la puerta.

— Vine a ayudarte con ella.

Respondí señalándola con la cabeza. Agustin alzó las cejas y negó firmemente.

— No jodas, Mateo.

— ¿Por qué no? Te la pasas diciendo que estás desesperado por encararla pero no te veo haciendo nada al respecto.

Sus labios formaron una línea recta.

— Chau. Te veo en casa.

Dijo mientras acomodaba unos papeles dentro de una carpeta marrón.

— Se cortó el internet del depto. Por eso vine a dar una vuelta.

Contesté alejándome antes de que me revoleara algo. Fui hasta la mesa donde estaba la morocha y arrimé una silla para sentarme. Es preciosa, parece una muñeca de porcelana. Sus ojos verdes me recordaron a los del gato de mi vecino en Paraná. Ella bloqueó el celular y juntó sus cosas.

— ¿Ya te vas? - pregunté en voz baja.

Sus ojos me miraron fijo y comprendí la obsesión de Agustin con ella.

— Sí, ya me estoy yendo - contestó.

— Espera un segundo.

— Perdón, estoy apurada.

— ¿Apurada? - lancé una carcajada - ¿Para qué estaría apurada una mina que viene los sábados a la mañana a tragar libros?

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