Viajando

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Lentamente abrí los ojos.

– ¡Lorena!

– ¡Dios santo! ¡Apaga las luces! –. Me tapé los ojos; no contaba con que gritar me causaría un horrible dolor en la cabeza. Cuando apagó las luces de la habitación se subió a la cama sentándose a mi lado.

– ¿Cómo estás?

– Con un jodido dolor de cabeza... –intenté incorporarme pero el lugar empezó a darme vueltas.

– Lo siento, cariño... Perdí el control... No sé que me pasó yo sólo...

No estaba dispuesta a escuchar sus excusas de mierda, estaba furiosa con él. Me puse de pie muy mareada y caminé hasta el baño, si alguien me hubiese visto pensaría que estaba borracha por la forma en que movía mis pies en zigzag.

Me sostuve del lavamanos para no caer, sentía que la cabeza me iba a explotar. Levanté lentamente la vista hacia el espejo.

Me quedé horrorizada. Tenía un pequeño moretón al lado del ojo; eso era lo de menos, mi ojo... todo lo que debería ser blanco estaba completamente rojo, como si tuviera alguna clase de infección grave. Me asusté de que eso pudiera pasar después de un golpe como el que me acababa de dar... ¿Me acababa de golpear? ¿Hacía cuánto me había golpeado? Salí del baño y me voltee a ver las pequeñas ventanas que quedaban casi tocando el techo de la habitación. Había luz, ya era de día, hacía horas que me había golpeado, ¿y si se me había infectado el ojo en esas horas?

– Tranquila –dijo como si me hubiera leído la mente–, yo... Nunca te había golpeado el ojo y tampoco tan fuerte... Es normal que tu ojo se vea rojo, ya se quitará... –se acercó a mí estirando un brazo.

– No me toques. –me alejé de él hasta chocar contra la puerta del baño.

– Cariño... Ya estamos en nuestro destino... Debemos irnos...

Miré mi ropa para excusarme de que tenía que cambiarme, pero no era necesario. Tenía un vestido suelto sin mangas color verde claro. Tragué saliva.

– ¿A dónde vamos?

– Necesito que me prometas que no intentaras pedirle ayuda a cada persona con la que te cruces –asentí lentamente–. Promételo.

– Lo prometo...

Estiró su mano de nuevo hacia él; lo ignoré y caminé hacia la mesita de noche que estaba a un lado de la cama. Agarré el libro, con delicadeza, y el reproductor de música.

No me insistió para que tomara su mano, al menos no hasta que estuvimos abajo del yate. ¡Dios! ¡Se sentía tan bien volver a tocar tierra firme! Incluso me mareé un poco al hacerlo, supongo que mi cuerpo empezó a acostumbrarse al movimiento del mar.

Puso su mano en mi espalda baja empujándome ligeramente para que empezara a caminar. Christian llevaba dos grandes maletas, una con ruedas y otra cargaba sobre su hombro. Un hombre estaba recargado en una camioneta negra, en cuanto nos vio caminó hacia nosotros. Debía tener unos 45 años, era más o menos de la misma altura que yo, regordete y de piel morena.

– Aquí está su auto señor. –el hombre le extendió unas llaves a Christian, sabía que era mexicano, siempre es muy fácil identificar cuando un mexicano habla inglés. Noté que se me quedó mirando, específicamente, mi ojo rojo.

Estiré mi mano hacia el moreno para que la tomara, como si me estuviera presentando– Por favor ayúdeme... –sabía que era estúpido, pero tenía que intentarlo.

Sin decir nada desplazó sus ojos hasta Christian.

– Kiara –giré mi cabeza hacia Chris–, este hombre trabaja para mí, no te va a ayudar...

Secuestrada por el pasado #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora