18.- Una guerra inevitable

153 18 0
                                    


—Kalie, ¿cómo has logrado regresar? —Quiso saber Sebastián—. Mi madre cerró el portal y no existe otro camino.

Lo miré con seriedad y un dejo de severidad, no resultaba sencillo para mí estar frente aquel ser que amaba. Tenerlo tan cerca alteraba mi mente y eso era lo que menos necesitaba en esos momentos. Además, tenía un asunto pendiente con la reina de las hadas. Aquella que sin remordimiento alguno se había atrevido a sellar el único camino que unía ambos reinos, extinguiendo con esa acción la única oportunidad que tenía mi familia de volver a su hogar. Un asunto que me enfadada.

¿Cómo se había atrevido?

—Parece que aún no te has dado cuenta de que muchas cosas han cambiado desde la última vez que nos vimos —respondí.

Poco faltó para que mi voz se quebrara y las lágrimas brotaran. Tuve que recurrir a una voluntad que parecía olvidada.

—Yo...

—Entiendo que te cuesta creer lo que tus ojos ven —Lo interrumpí—. Incluso a mí me ha llevado tiempo asimilarlo. Lamento decirte que la Kalie que conociste, no existe más.

Sebastián negó con la cabeza. El brillo que escaba de sus ojos me robaba el aliento.

—Quizá físicamente has cambiado, pero tu interior se mantiene intacto y a través de tus ojos puedo ver a mi amiga —respondió Molpe mientras se acercaba.

Ambas nos fundimos en un abrazo. Sus palabras habían disuelto el nudo que amagaba mi garganta debido a la presencia de Sebastián y aquella muestra de afecto había servido de excusa para ignorarlo.

—Princesa, he avisado al ejército que se preparare. Estamos bajo sus órdenes —informó Prescot al tiempo que se inclinaba.

Asentí.

—También debemos avisar a nuestros aliados. Necesitaremos toda la ayuda posible para lograr nuestro objetivo. Molpe, alerta a las criaturas del mundo acuático.

Mi amiga se inclinó ante mí antes de retirarse.

—Morgan, ¿contamos con la manada?

No sabía si aún estaba dispuesto a servirme. No después de lo que habíamos pasado en el Bosque Negro.

—Por supuesto, majestad —respondió el alfa.

Sonreí conmovida y agradecida. No había sido mucho el tiempo que habíamos compartido, sin embargo, me demostraba a quién pertenecía su lealtad.

—Prescot, necesito reunirme con el rey Barak...en privado —dije en lo que sonó como una orden—. Al resto les digo que nos reuniremos aquí antes del crepúsculo para comunicarles el plan a seguir.

—Su majestad —respondieron a coro mientras se inclinaban.

Después el consejero real se acercó a mí, pero no era el único que permanecía en el Gran Salón. Sebastián seguía ahí y por su facha supe que no tenía intenciones de retirarse.

—Princesa, es importante para mí saber si pudo hablar con su madre o con su hermana.

El tono usado por del consejero me conmovió hasta las lágrimas.

—No —dije abrazada por nostalgia—, pero si pude sentir su presencia y gracias a Séneca conocí los motivos que las había llevado al Bosque Negro. Están prisioneras en la torre más alta del Palacio —agregué al tiempo que un latigazo atizaba mi cuerpo.

—¡Por todos los dioses! ¿Acaso no tienen idea de cómo se debe tratar a un miembro de la realeza?

—Lo sé, es una bajeza —zanjé—. Mi instinto me dice que rey del Bosque Negro no está enterado de que mi madre y Sarah se encuentran recluidas en su Palacio.

El vuelo de la libélulaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora