8.-Tiempo de la verdad

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Mis ganas de descansar se convirtieron en un calvario; en mi mente se repetían las revelaciones que Molpe me había contado. Repasaba cada tono, frase y cada palabra en un intento por encontrarle sentido. Tener en mis manos el destino del mundo mágico me provocaba escalofríos. Me sentía una novata, conocía tan poco como un cachorro que recién aprendía a caminar.

¿Cómo iba a lograrlo?

No estaría sola, pero fue inevitable no caer presa de la angustia y la cavilación.

La repentina llegada de Séneca casi me provocó un infarto, se había infiltrado en mi habitación pues debía avisarme que mi madre al fin se había decidido a recibirme. Esa costumbre de aparecerse ponía mis pelos en punta y mantenía mis sentidos en alerta máxima. Parecía un fantasma, un alma en pena que de la nada se mostraba ante algún incauto y le dejaba una sensación de absoluta zozobra. Sus disculpas solo sirvieron para que mi molestia se acrecentara, tuve que respirar hondo varias veces para sosegar mis latidos y de ese modo no desquitarme con mi guardián, pero cada vez me costaba más controlarme y temía que de un momento a otro todo lo que guardaba en mi interior buscara con desespero una salida y la erupción fuera inevitable.

—Espera un minuto —pedí antes de que se fuera—. Siéntate a mi lado— Su semblante era de completa confusión y la entendía, la forma en que la miraba debía decir más que mil palabras —. Quiero disculparme contigo, hoy por la mañana fui descortés al dejarte paralizada en un rincón. Eso no debe ser agradable, mucho menos si permaneciste ahí varias horas, pero debo decir a mi favor que me vi obligada a hacerlo. Verás... tener a alguien junto a mí TODO el tiempo me incomoda, y no lo me refiero a ti, sino a cualquier otro. Ya sabes, todos necesitamos privacidad, ¿entiendes? —Séneca asintió, pero no se atrevió a mirarme—. En verdad lo siento.

—Princesa, no tiene por qué disculparse —respondió con media sonrisa que no le llegaba a los ojos—. Supuse que la plática con su madre la había alterado y por eso reaccionó de esa manera.

—Tienes razón, estaba molesta, pero eso no justifica lo que hice. Tú... solo intentabas cumplir con tu deber.

Aunque tanto acoso de su parte podía volverse un fastidio, en el fondo me sentía apenada con esa hada de apariencia particular que simulaba una mezcla entre dos especies. Su aspecto comenzó a llamar mi atención con descaro.

—Princesa, ¿puedo pedirle un favor?

Asentí con el ceño fruncido.

—Permítame cumplir con mi deber como su guardián —pidió al tiempo que un velo blanco cubría el rostro del hada.

Un detalle en su semblante que me alertó.

Moví la cabeza arriba abajo sin apartar la vista de ella, entonces los labios de Séneca se curvaron y un segundo después salía apresurada para entregar mi respuesta a su reina.

Haber conseguido la oportunidad de hablar con mi madre me había relajado. Quizá la única que tendría para convencerla de olvidar esa tonta idea de comenzar una guerra. Si fallaba, y ella continuaba con su plan, me vería obligada a tomar otras medidas. Mis ideas se mantenían intactas y bastante claras: No habría ninguna guerra, no si yo podía evitarlo.

Afortunadamente ya había aprendido a bloquear mis pensamientos, saberlo me hacía sentir confiada, de lo contrario, varias criaturas del reino, incluyendo a mi madre, estarían al tanto de todo y no podía permitirlo.

—Has tardado en venir, cariño.

Fue como me recibió mi madre. Puse los ojos en blanco, más que un saludo sus palabras sonaban a reclamo y yo no tenía intenciones de iniciar una nueva discusión.

El vuelo de la libélulaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora