3.-REVELACIONES

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Mientras más subíamos, más me maravillaba. No existía un solo espacio dentro del Palacio que no fuera fascinante. Los rayos del sol bañaban por completo mi habitación y le daban un efecto de otra dimensión. La cama, toda de madera tallada, grande y cómoda, estaba rodeada por una red hecha de tul. Había tantos ventanales que dudé que alguna vez necesitara encender las decenas de velas que flotaban cerca del techo, tantas que estuve segura de que podrían iluminar un salón entero. Al lado un mueble, también de madera, salía por entre las paredes y encima de esté varios jarrones de oro parecidos a los que había visto en el Gran Salón, pero pequeños, adornados con azares y tulipanes que aromatizaban la atmósfera y al inhalarlos nos obsequiaban el tan anhelado estado de relajación.

—Y bien, ¿qué te parece?

—Es fantástico. Confieso que me cuesta creer que todo lo que he visto sea real.

—¿Por qué eres tan escéptica? —La chispa de diversión en el rostro de Sarah no pasó desapercibida—. Pensé que esa era una condición propia de los humanos.

—Lo es.

—Entonces deséchala, tú nunca has sido humana. ¡Eres una libélula! Y de la realeza —advirtió con los brazos cruzados y una mueca de falsa indignación.

De pronto, de su espalda comenzaron a expandirse un par de alas tan finas y delicadas que, de no haber sido por sus bordes dorados, sería imposible notarlas. Parecían hechas por una araña.

Me quedé mirándolas como si hubiera sido víctima de algún encantamiento.

—¡Hey, hermanita, despierta! —dijo al tiempo que chasqueaba los dedos.

—¿Por qué no las noté antes?

La cuestioné con los ojos abiertos como platos.

—¿Qué cosa?

—¡Eso! —respondí en un susurro mientras señalaba sus alas.

Sarah se encogió de hombros.

—No lo sé, tal vez por despistada —comentó sonriente.

Un detalle que había notado a partir de mi llegada a la ciudad era que la sonrisa no daba descanso al rostro de Sarah. Como si hubiese sido tatuada en sus labios y le fuese imposible desbaratarlo.

—¿Por qué yo no tengo unas? Se supone que soy la princesa de las libélulas, ¿no? Debería tener alas como tú.

—Lo que pasa es que nunca se te desarrollaron. Cuando el malvado Morpha te secuestró, aún eras una ninfa, es decir, casi una recién nacida. Después te llevó a la dimensión humana y te dejó al cuidado de una pareja de humanos que habían pasado años deseando un hijo. Los mismos que trataron de convencerte de que eras uno de ellos. Supongo que su aprehensión tenía que ver con que nunca lograron concebir un hijo propio.

Suspiré al escuchar el relato de mi hermana, sin quererlo, me había introducido al abismo de la reminiscencia lo que provocó una punzada en mi pecho. Tal vez esa pareja no fueron mis verdaderos padres, pero me amaron como a una hija y nunca podré saldar esa deuda con ellos.

—¿Nunca las tendré? ¿No me convertiré en una libélula? —La cuestioné un minuto después.

Fue imposible ocultar la desilusión detrás de mis palabras.

—¡Claro que las tendrás! Solo debes esperar. Quizá no tengas muchos recuerdos de este lugar porque eras demasiado pequeña, pero tu instinto natural te guiará y poco a poco irás adaptándote, entonces tus alas brotarán y tus dones aparecerán. Cuando eso pase, te convertirás en una hermosa libélula monarca. La más bella, inteligente y poderosa de todas las criaturas que habitan este reino. Hasta entonces estarás lista para cumplir con tus deberes.

El vuelo de la libélulaWhere stories live. Discover now