15.- ¿Quién es quién?

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Tres miembros de la realeza de Ciudad Celeste yacían tendidos sobre el frío piso de una mazmorra ubicada en la torre más alta del Palacio del Bosque Negro. Mi corazón dio un vuelco al verlas mientras una frustración infinita engarrotaba mi corazón.

¿Cómo ayudarlas si yo también estaba atrapada y, además, herida?

Podía verlas, pero deseaba tocarlas y murmurar cerca de su oído que estarían bien. El tiempo que demoraron en recuperarse del tortuoso ataque de los cuervos se sintió como una eternidad. No existe peor condena que ver a un ser querido sufriendo y no poder hacer nada para aliviarlos. Los ogros que custodian las puertas del Palacio y la pandilla de cuervos habían sido los responsables, una deuda que tendríamos que saldar.

Al despertar, Séneca observaba los muros enmohecidos que la mantenían prisionera, totalmente ajena al lugar en donde se encontraba.

¿Por qué habían ido a buscarme? Ellas no debían haber estado ahí.

—¿Te encuentras bien?

Las primeras palabras que, con dificultad, pronunciaba la reina de Ciudad Celeste tras el ataque.

—Eso creo —respondió Sarah mientras apretaba sus sienes con las palmas de sus manos—. Y ¿tú?

—Me he enfrentado a cosas peores —confesó la reina—. No es dolor lo que siento, es más bien desilusión y fracaso. ¿Por qué no los sentí llegar? Debía prestar mayor atención —. Se reprochaba.

Sus ojos reflejaban lo que su interior gritaba.

—No te culpes, madre. Tal vez el lugar donde nos encontrábamos anuló nuestros sentidos.

La reina la miró boquiabierta.

—¿Una zona gris? —comentó nuestra madre. Al parecer, la suposición de Sarah no resultaba tan descabellada—. Sí, eso pudo pasar.

En ocasiones pensaba que mi hermana no era del todo consciente cada que lanzaba una de sus tantas hipótesis. Como si de repente se le ocurrieran y sin querer acertaba, pero yo estaba segura de que era una libélula tan inteligente como mi madre.

—¿Qué es una zona gris? —Se atrevió a cuestionarla Séneca.

Las tres mirábamos a la reina ansiosas por conocer la respuesta.

—Son lugares se sitúan en puntos específicos dentro del mundo mágico. Si en algún momento, sin querer, un ser mágico se encuentra en esos espacios pierde momentáneamente sus poderes. Espacios tan magníficos como peligrosos porque los más sensibles llegan a perder la razón.

—Quieres decir que nuestra captura se debió a una pequeña falla en el universo.

Tisha asintió.

—¿Existe alguien que conozca la ubicación de esos espacios?

Sumidas en un mutismo auto infringido esperamos a escucharla. El mundo mágico era infinito así que debían existir millones de posibilidades, tantas como estrellas en el firmamento, y conocer su ubicación resultaba casi un imposible.

—Solo algunos conocemos su existencia, pero ninguno podríamos marcarlos en un mapa porque esos espacios se mueven constantemente —agregó.

—¡Vaya, eso es maravilloso! —balbuceó Sarah.

—Es solo una suposición, también pudo deberse al olfato privilegiado de los ogros. Tal vez percibieron nuestro olor y por esa razón nos encontraron.

Séneca y Sarah se miraron, y yo las miraba a ellas. Cualquiera de dos opciones podía ser la causa, y aunque habían servido para neutralizar la culpa que aquejaba a nuestra madre, de nada servía buscar un por qué, si más bien un para qué.

El vuelo de la libélulaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora