Baño carmesí

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Tantas vueltas buscando entre vigas y trozos de madera totalmente quemados o a punto de deshacerse de alguien. Definitivamente no quería salir sola de allí.

Estando casi atrapada dentro de una Iglesia de gran antigüedad.

Con la nariz repleta de virutas quemadas, el intenso olor a roble quemado y un olor a incienso de la misa de la tarde. Estaba bajo unas altas temperaturas que podrían compararse con el mismísimo infierno.

Muchos de los monjes habían dejado caer sus vidas bajo el intenso fuego. En más de una ocasión intenté salvar a algunos de ellos, pero todos respondían de la misma forma "Calla mujer. Dios quiso que acabáramos así. Huye y no mires atrás", sé que soy una mujer pero, no han de pensar de esa forma estando en llamas.

-No, no vengas por mí-Ya estaba sin fuerzas, podía verse su cabeza y su brazo derecho asomarse bajo una viga casi bañada por el fuego. Sonreía aún en ese último momento, como era normal en un fiel seguidor de Dios y uno de los mejores hombres que me encontré en toda mi vida.

-Gracias por todo-Sonreía tal y como me enseño, olvidando todo el dolor por unos breves segundos, dejando caer unas pequeñas lágrimas por mis mejillas. Las punzadas en mi pecho se encargaban de recordarme nuevamente que sucedía cuando pierdes a alguien muy importante, aún después de tantas veces que lo experimente jamás me acostumbro a este intenso y continuo dolor que no tiene fin.

La ropa maltrecha por todo el contacto que tuvo en el trayecto con el fuego y el pelo ya por la altura de los hombros-se quemaba fácilmente-aunque el pelo no era el mayor de los problemas, ni cuan mal estuviera la ropa, si no ese ardor característico de cuando estas tan solo cerca del fuego. Tus mejillas suben de temperatura considerablemente haciendo que esa calor ascienda hasta la zona baja de tus ojos, desplazandose por algunas zonas de la cara provocando ese desagradable dolor.

Varios pasos más, tosiendo continuamente por toda la ceniza que entró. El olor a madera quemada sobre mis hombros y la ropa era más que insoportable, pero más que lo que sucedió minutos antes.

Bajo mis pies se encontraba la prueba de todo, una cadena de gasolina, que se dirigía perfectamente hacía donde solía aparcar el no-tan-famoso obispo que nos visitaba una vez al día.

No... no puede ser él.

Mi confusión iba siendo mayor, pero realmente estaba en lo correcto, podía verse como escapó hace un rato, menos de una hora eso es más que seguro, la fila de gasolina llegaba a ser como de un kilómetro de larga, llevaba a unos pequeños tacos de heno obviamente quemados por completo. El olor era totalmente doloroso para las fosas nasales de cualquier ser humano. Acercándome hacia la puerta que llegaba justo a la cocina, todo estaba recubierto de algo más que el color rojo del fuego, era más; las ansias de poder de un hombre que quería más aún de lo que ya obtenía, un pecado capital, no uno de los peores pero de los más usuales en hombres que ansían el poder con todo su ser.

Era un tono muy bajo el que podía percibirse a través del oído un débil sonido. Dando un fuerte golpe para abrir aquella oxidada puerta, Nuevamente el oxigeno comenzaba a desvanecerse y las cenizas ocupaban todas las entradas de aire limpio posibles.

Tomando al son al bebe que rompía en llanto, se le entrecortaba la respiración mas de lo usual, lo presionaba contra mi pecho, lograba darle una pequeña mascara con la ropa que aún no tenía destrozaba, su respiración era aún ajetreada pero no se escuchaba apenas atascado, lograba salir a duras penas entre los cinco troncos amontonados, si no fuera por que mis zapatos ardían podría soportarlo mejor.

Para mi alivio, ya respiraba normal.

Al dejar atrás la Iglesia envuelta en llamas. Lo aparté un poco de mí. El pequeño sonrió ampliamente alzando sus pequeños y carnosos bracitos, con su rechoncha cabeza y esos mofletes hinchados con sus dos ojos cerrados. Esta inocencia no conoce el dolor...

Tampoco lo conocerá.

Mis Delirios NocturnosWhere stories live. Discover now