Capítulo 25. Te amo y te amaré.

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Dijo que el mundo actual estaba lleno de problemas mucho más graves que la tragedia griega [...] <<Yo no creo que el mundo esté lleno de problemas mucho más graves que la tragedia griega, pero nada de lo que diga servirá para convencerlos, así que hagan lo que quieran. >>

— Haruki Murakami.

Desperté de repente con una jaqueca increíblemente fuerte, lleve mi mano derecha a mi cabeza y me alteré al sentir un leve tirón ¿Suero? Miré a mi alrededor y me alteré al darme cuenta del lugar en donde me encontraba.

La habitación en su totalidad de color blanco, un par de ventanas, una cama incómoda y un escuálido florero arriba de la cómoda de metal que se encuentra al lado de mí.

Suspiré, me encontraba de nuevo en el hospital, masajee mis sienes ¡Maldita sea! no recuerdo nada y sentía que llevaba encima una puta resaca de mierda que no me dejaba vivir. Me removí en la pequeña cama y me quejé un poco por el dolor que recorría todo mi cuerpo.

Un collarín, la pierna derecha enyesada, una cinta en la nariz, el dolor indescriptible que sentía cerca de mis costillas ¿Qué había pasado?

Intenté hacer memoria y conseguí recordar la discusión que había tenido con los padres de Regina el día anterior ¿anterior? me monte en el auto y de repente... imbécil.

-¡Víctor! —Mi madre entró repentinamente en la habitación, haciendo que saliera de mis pensamientos, me giré para verla y me quejé de nuevo por el gran dolor que sentía en el cuello. —Mi amor, despertaste ¡Adrian! —Corrió hasta mi cama para abrazarme y comenzó a llorar.

Volví a quejarme por lo tosco de su abrazo, ella suavizó el gesto y me miró con lágrimas en los ojos.

-¿Qué pasó? —Pregunté aún algo atolondrado, al parecer acababan de sedarme o algo parecido, por qué me sentía adormilado y un tanto cansado.

-¡Hijo! —Mi padre, como si hubiera imitado a mi mamá, repitió la escena y me abrazó aún con más fuerza. Como era de esperarse me quejé sin contenerme y el me soltó de golpe.

-Lo siento. —Me disculpe. —Pero siento como si me hubiera pasado un auto encima.

-Eso fue precisamente lo que pasó, hermano. —Aaron y Ana entraron en la habitación acompañados de un par de enfermeras. La cara de mi hermano y mi cuñada era de auténtica felicidad.

-¿Me pasó un auto encima? —Pregunté mientras intentaba esbozar una sonrisa, pero el rostro me dolía tanto y no era precisamente por ser tan guapo.

-Chocaste. —Sentenció mi madre, aún con lágrimas en los ojos. —Llevas una semana inconsciente, te fracturaste la pierna y dislocaste el cuello. Fue una escena terrible.

-¿Qué dices? ¿Una semana? —Me enderece un poco, e intente moverme de nuevo. Pero el dolor era tan grande que ni siquiera insistí cuando no lo logre.

-Sí, aquella noche, hablaron a casa y me avisaron que habías chocado, te trajeron al hospital enseguida, porque te encontrabas en estado crítico. —Aseguró mi padre. —El otro muchacho no sobrevivió.
-Corriste con suerte, hermano. —Aaron se acercó hacía la cama y pude notar como se le enjugaron los ojos. Sonreí con ternura y también tuve ganas de llorar, pero no quería que se angustiaran más. Supuse que ya habían pasado por mucho y de nuevo por mi culpa.

-¿Y el auto? —Pregunte preocupado.

-El auto no me importa, hijo. Me importas tú. —Mi padre me tomó delicadamente el rostro y comenzó a llorar. —Dios mío, creí que te perdería.

Víctor contra Victoria. |La historia de un tránsgenero|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora