Epilogo.

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La niña y la joven que fui, la mujer que soy, la anciana que seré, todas las etapas son agua del mismo impetuoso manantial. Mi memoria es como un mural mexicano donde todo ocurre simultáneamente: las naves de los conquistadores por una esquina mientras la Inquisición tortura indios en otra, los libertadores galopando con banderas ensangrentadas y la Serpiente Emplumada ante un Cristo sufriente entre las chimeneas humeantes de la era industrial. Así es mi vida, un fresco múltiple y variable que sólo yo puedo descifrar y que me pertenece como un secreto. La mente selecciona, exagera, traiciona, los acontecimientos se esfuman, las personas se olvidan, y al final sólo queda el trayecto del alma, esos escasos momentos, de revelación del espíritu. No interesa lo que me pasó, sino las cicatrices que me marcan y distinguen. Mi pasado tiene poco sentido, no veo orden, claridad, propósito ni caminos, sólo un viaje a ciegas, guiada por el instinto y por acontecimientos incontrolables que desviaron el curso de mi suerte. No hubo cálculo, sólo buenos propósitos y las vagas sospechas de que existe un diseño superior que determinan mis pasos.

— Isabel Allende.

Un cúmulo de gente se encontraba reunida afuera de aquella gran librería. Hacía mucho que en la Ciudad de México no se firmaban autógrafos, mucho menos de un escritor tan grande como Víctor Alcorta. Su novela, la cual revelaba sus más íntimos secretos  resultó ser todo un éxito. Pese a que él se había negado a escribir, no tuvo otra opción más que hacerlo, pues su hija se lo pedía constantemente.

Como todo un hombre de cincuenta años, recordar aquel lejano pasado, le pareció de lo más anticuado, no se sentía tan viejo como para hacerlo, no aún. Víctor todavía tenía la fuerza y aquella lucidez que una vez se jacto de presumir. Seguía siendo apuesto. Sus ojos color miel no habían perdido su brillo y sus facciones seguían siendo tan finas como siempre. Su cabello, ligeramente cubierto por las canas, no le quitaban atractivo y le daban una personalidad que no era fácil de ver. Pese a que no era muy alto,  no dejaba de  llamar la atención a donde quiera que pisara. Se sentía feliz. Se sentía completo, se sentía en casa.

Sacudió la mano derecha por enésima vez durante el día. Había firmado más de 100 copias de su libro y la fila no parecía cesar. No debió de haber aceptado. Sabía que era una mala idea, pero jamás calculo que tan mala sería. No faltaba mucho para que la mano se le cayera y su hora de salida era hasta las 6 pm. Una vez más se lamentó de su suerte, cuando comprobó la hora. Su reloj marcaba las 4:30 pm, le sonrió a la jovencita de cabello corto que se encontraba justo enfrente de él y amablemente le pidió la copia que tenía que firmar, la muchacha se lo dió si vacilar y cuando la tarea estaba hecha, les tomaron una fotografía conmemorativa. La muchacha tomó su mano una vez más y con lágrimas en los ojos le dijo.

- Su libro me ha permitido ver más allá, ahora tengo el valor de gritarle al mundo lo que soy.

Víctor se había conmovido en sobre manera. Limpió la lágrima que furtivamente salió de su ojo izquierdo, sacó un pañuelo de tela a cuadros, del bolsillo de sus jeans y se lo dió.

- Tal vez no sea mucho, tal vez no signifique nada, pero quiero que me recuerdes. Quiero que recuerdes este día, porque sin duda yo no te olvidaré a ti, porque tus palabras se han quedado en mi corazón de por vida. Muchas gracias.  —  Víctor estrechó su mano una vez más y la chica comenzó a llorar con más ímpetu. Sin embargo se alejó sin decir más.

Por su mente pasó aquel pensamiento de que si la vida de aquella chica había cambiado por lo que él escribió,deseo que también haya cambiado la de un centenar de personas más. No solamente de la comunidad lgbt, sino de cualquier persona. Que encontrarán la voz que les hacía falta y que como él, encontrarán su lugar en este pinche mundo.

Víctor contra Victoria. |La historia de un tránsgenero|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora