Capitulo 3: Abel Salazar.

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-¡No!, porque aquí me siento muy sola – dijo Alicia, y su voz se tornó melancólica, pues al pensar en su soledad dos grandes lágrimas rodaron por sus mejillas.
-¡Pero no te pongas así – exclamó la reina –, piensa que ya eres una niña grande y que has hecho un camino muy largo; piensa en la hora que es; piensa en cualquier cosa, pero no pienses en llorar.
—Lewis Carroll.

Al llegar a la escuela, me dirigí a mi asiento. Todos los niños me miraban despectivos, decidí que no dejaría que nada me afectara y los ignore.
Lupe no me dirigió la palabra, pensando que me hacía daño, sin embargo, ella no sabía que me había enseñado la lección más importante en toda mi vida.

"Respeto a quien se lo merece. Cariño a quien se lo gana. No confíes en nadie, porque no cuentas con nadie. "

Todos mis compañeros me marginaron por completo, nadie me dirigía la palabra, nadie se acercaba a mí.
Dejaron de importarme mis compañeros. Como no tenía nada que hacer, me enfoqué en estudiar, hasta que de la nada me volví una alumna sobresaliente, mi profesor me aclamaba y mis compañeros me odiaban. Esa fue mi vida durante sexto grado.

Cuando por fin llego el día de la graduación, decidí no ir, les dije a mis padres que no me interesaban ninguno de mis compañeros.

Como era de esperarse, les preocupaba mucho mi manera de comportarme y no era de extrañarse, regrese a ser yo misma. En la escuela jugaba fútbol con los niños de otros salones, peleaba y me ensuciaba como antes. Mientras que en casa no me separaba de Aarón, decidí que no me gustaba la ropa femenina, pero dado que mis padres no sabían nada acerca de mí, nada se podía hacer al respecto. Por otro lado, abandone las muñecas por completo... Como no tenía ningún pasa tiempo en específico armaba rompecabezas con Aarón.

Pero después de la tormenta viene la calma. Todo mejoro cuando entre en la secundaria.
Como ya sabía que quería y que me gustaba, me fue más fácil adaptarme.
En ese tiempo mi cabello castaño ya me llegaba por debajo de los hombros y mi cuerpo comenzaba a formarse, siempre he sido muy delgada, pero no me gustaba ser una enclenque, trataba por todos los medios encontrar un deporte que se adaptará a mi forma de ser. Primero probé con fútbol, el juego que practicaba desde niña, no fue de mi agrado cuando lo intenté de verdad.
Convencí a mi padre para que me metiera a un equipo local, pero deje de ir en un par de meses, no lo sé, simplemente me aburrió.
Después intente con basquetbol y béisbol, pero pasó exactamente lo mismo, hasta que llegue a la conclusión de que los juegos con pelotas no eran lo mío.
Me di por vencida.
Pero un día durante clases, me encontraba leyendo una revista sobre deporte, buscando un nuevo hobby, como nadie me hablaba, o más bien yo no le hablaba a nadie, me encontraba muy tranquila, cuando de repente se acercó Abel — Yo no sabía en ese momento, lo influyente que sería el para mí, así que no le preste la mínima atención, por lo menos al principio—.
— ¿Qué clase de deporte practicas? — Me pregunto tomando asiento en el pupitre de enfrente, y se acomodó de tal modo que pudiera recargar el mentón en el respaldo.
— No lo sé. — Le dije sin despejar la vista de mi revista.
— Mi favorito es el boxeo. Mi padre es un ex campeón de box, peso mediano. Ahora es dueño de un gimnasio y entrena a algunos chicos. — Lo mire expectante, su rostro estaba lleno de orgullo, me hizo desear practicar boxeo.
— Bien muchacho, tienes mi atención. — Cerré mi revista y recargué el mentón en una mano.
— ¿Muchacho? Mi nombre es Abel, hemos estado en el mismo grupo durante medio año ¿Y no sabes mi nombre? — Su expresión fue más bien de incredulidad, me eche a reír.
— Bien Abel ¿Tú padre entrena señoritas? — Le pregunte mientras sonreía.
— No lo sé, ninguna chica ha ido al gimnasio a pedir que mi padre la entrene. — Me sonrió.
— ¿Te entrena a ti?
— ¡Sí, lo hace! Pero dice que es un deporte muy arriesgado y que solamente tengo que tomarlo como un hobby porque puedo morir en cualquier momento.
— ¿Quieres ser profesional? — Levante una ceja.
— Natural mente.
— Yo solamente quiero que sea un pasa tiempo. No me gusta ser tan débil y las mujeres tenemos que esforzarnos más para conseguir un cuerpo apto.
— ¿Qué te parece si te llevo hoy al gimnasio de mi padre? Así sabrás un poco sobre el deporte.
— Ok, le hablaré a mi padre para avisarle que saldré contigo.
— Ok, yo le hablaré al mío para decirle que hoy ira una amiga al gimnasio.
¿Una amiga? Aún recuerdo cómo retumbaron esas palabras en mi corazón y el absurdo dolor que me causaban. Me hacían recordar cómo me humillaron los que se hacían llamar mis amigos.
Tome mi celular y llame a mi padre.

Víctor contra Victoria. |La historia de un tránsgenero|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora