Mierda. El reloj, el tic-tac, el tiempo acabándose. Algo va a pasar, algo seguramente malo va a pasar y no sé desde qué parte va a salir eso malo. Mierda, mierda, mierda. Me siento en el sofá y empiezo a mover un pie incesantemente con demasiado nerviosismo. Si todo esto llega a solucionarse en algún momento, estoy seguro de que voy a pedir vacaciones.

Siento que alguien camina por el pasillo, y como no sé si hay fantasmas en esta casa, me acuesto rápidamente y me tapo con las sábanas hasta cubrir mi cabeza.

—¿Pablo, está despierto?

Suelto un suspiro de alivio en cuanto siento su voz.  Quito las sábanas y veo cómo camina hasta a mí, con el mismo pijama rosa que le he visto hace algún tiempo. Trae el cabello amarrado hacia un lado en una trenza y debo decir que jamás la había visto así. Generalmente, deja que su pelo salvaje ondee sobre sus hombros. Me siento en el sofá otra vez y asiento con la cabeza, para que se acerque. Solo nos iluminan quedamente los faroles de la calle entrando por la ventana, junto a las  luces que provienen de las piezas del interior. La risa de Maite resuena suavemente, mientras se escucha el vibrante sonido del televisor en, lo que supongo, es su habitación.

—Ven—le digo, con un poco de vergüenza—. ¿No puedes dormir?

Ella toma una silla del comedor y la acerca hasta mí, mientras niega con la cabeza.

—Han pasado demasiadas cosas, Pablo. Dudo que me sea posible dormir hoy, ¿sabe?—Sonríe afectadamente y suspira. —¿A qué cree que se deba todo?

Me uno a su suspiro, mientras me rasco la cabeza.

—Lo único que me consta es que Lucía y Perro son parte de todo esto, ¿y sabes? Creo que Inter también está metido—resoplo ya con enfado. No sé cuál es la necesidad de que me metan en todo el asunto, aún cuando ya estoy muy involucrado—. ¿Quién más si no él puede interferir en las comunicaciones? Es decir, es la única persona que conozco capaz de lograr algo como eso, aparte de ti.—Adela se sonroja ligeramente, pero sigo hablando. —¿Entiendes? No sé qué tipo de juego macabro esté jugando, pero mira esto—vuelvo a resoplar, tomando mi billetera de la mesa de centro y sacando el papel que me han dejado en la puerta. Adela lo toma y tuerce el gesto—.  "El tiempo se acaba"—recito con enojo—. ¿El tiempo se acaba para qué? ¿Para mí? ¿Me van a matar, acaso?

Suelto un gruñido y me lanzo hacia el sofá, mientras me presiono los cuencos de los ojos con las manos. De un momento a otro, siento que el peso del sofá a mi lado cambia y antes de notarlo, Adela acomoda su cabeza en sobre mi hombro, mientras su mano izquierda reposa tímidamente sobre mi pecho. El corazón me da un vuelco; sin embargo, dejo que mi brazo se acomode en la curvatura de su cintura, mientras con nerviosismo, descanso mi mejilla sobre su cabello, el cual huele muy bien.

—Tranquilo—me dice, respirando suavemente—. Sé que la situación no está como para estarse calmados, Pablo, pero tenemos que mantenernos frescos y pensar bien. Todas esas decisiones que tomamos cuando estamos desesperados o enojados, están destinadas a los fallos, ¿sabe? Porque la realidad se altera y se nos escapan todas las aristas de las cuales nos podríamos agarrar. Pero se va a solucionar—dice y levanta el rostro hacia mí, con una gran sonrisa—, se lo prometo.

Sonrío junto con ella, como si tuviéramos un acuerdo no dicho, en el cual debemos respondernos las sonrisas. Otra vez el deseo de besarla es casi insoportable, pero cuando acerco mi boca hacia ella, solo le beso la punta de la nariz. Eso es suficiente para que enrojezca como tomate. Ella en ese momento, parece recordar todo lo que sucedió en su  propio día por la mañana y hace el ademán de zafarse de mí, pero me río y la agarro con los dos brazos.

—Espera, solo un poco más—le digo, soltando una risa y su cuerpo cede velozmente, reposando su peso en el mío.

Respiro hondo, sabiendo que ha llegado el momento de hablar las cosas.

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now