«¿Y yo sí?», me dan ganas de preguntar.

Bajo la mirada hasta mis manos, viendo como las puntas de mis dedos se van tornando rojas al presionarlas. No sé cómo tomar esto, pero sin duda, no es algo que me haga sentir muy bien.

—¿Te gusta?—pregunto sin mirarla.

Se toma un par de segundos antes de responder, con la voz ligeramente dudosa.

—Sí.

Subo la vista otra vez hacia ella y le sonrío tristemente.

—Está bien. Asegúrate de que te haga feliz.

Adela asiente sin decir una palabra y camina hasta la bañera, sentándose en el borde.

—¿Qué fue lo que le pasó, Pablo?—pregunta cambiando el tema.

Un tema importantísimo. Abro los ojos como platos y suspiro trémulamente.

—Perro y Lucía van a asaltar una tienda el día miércoles.

Adela ahoga la respiración. No entiende nada, pero se acerca a mí, curiosa. Me embarco en la explicación de todo lo que sucedió mientras estaba en el galpón. Desde el mensaje anónimo, hasta mi casi muerte. Al terminar, Adela se tapa la boca con las manos en un gesto evidente de sorpresa y horror.

—¿Pero quién podría haberle mandado aquello? ¿Y Perro? Dios mío, Perro. ¿Por qué se habrá ido? Quiero decir, gracias al Cielo lo hizo, pero... ¿Cuáles habrán sido sus razones?—pregunta ella, como si estuviese hablando con ella misma.

Yo me encojo de hombros, mientras niego con la cabeza.

—No lo sé, Adela. No entiendo nada y siento que la cabeza me va a explotar.

Ella abre los ojos con sorpresa y rápidamente toma de la mano, sacándome del baño. Caminamos hasta su habitación hasta que ella logra que me recueste en su cama. Huele mucho a ella. Sonrío maliciosamente, pero ella o no lo nota o finge no hacerlo. 

—Recuéstese—me aconseja—. ¡Si hubiera sabido todas las cosas por las que ha pasado, Pablo! Descanse, yo tendré que llamar a la policía. Esto se nos está saliendo terriblemente de las manos.

Niego con la cabeza insistentemente, mientras me siento ante las quejas de Adela que prefiere que me recueste.

—No podemos hablarle a la policía. ¡No tenemos ninguna prueba! Además, podrían acusarme de allanamiento de morada por meterme ahí. Hasta ahora, ellos no han hecho nada. Si vamos a la policía, nadie nos ayudará. ¡Creerán que estamos locos!

Los hombros de Adela caen a cada uno de sus lados, a sabiendas de que tengo razón. La puta madre, me encantaría no tenerla. Me pregunto cuántas veces la habrán llamado loca.

—¿Qué es lo que hacemos, entonces?—me pregunta ella y yo suelto una ligera risa.

—Yo esperaba que tú respondieras eso, tú eres la de las buenas ideas. Yo casi muero hoy.

Ella frunce el entrecejo y me toma la mano, presionándola con fuerza.

—No sé qué habría hecho si algo le hubiese pasado, Pablo.

—¿Ir a mi funeral y decir que fui un buen hombre?—bromeo.

Ella frunce el ceño profundamente. Sé que de ser una persona normal, ya me habría llevado un buen golpe; pero como se trata de Adela, ella solo me regala la mirada más furiosa que le he visto en la vida. Creo que debo hacerla enojar más seguido.

—¡Cállese! Aunque sí, claro que diría que fue un buen hombre, pero créame que desearía que eso fuera en mucho tiempo más.

Suelto una risa y de pronto, cuando recuerdo que habíamos acordado que Lucía iría a mi departamento, mi sonrisa se va al carajo.

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now