Los niveles de interés me suben al máximo, cuando una cabeza rubia y un cabello que brilla al sol, camina, vestida muy casual hasta  galpón.

Lucía.

En ese momento la decisión queda irrevocablemente tomada:

Voy a entrar.

***

Espero alrededor de diez minutos después de que ella entra para acercarme a la puerta. De hecho, tampoco es como que me acerque, puesto que me mantengo lo más lejano que pueda, rodeando más tarde la calle para ver si puedo entrar al galpón desde el otro lado.

Mi lado Adela empieza a bullir con fluidez y excitación: necesito saber qué rayos está pasando.

El perímetro está compuesto por un montón de casas en colores horrendos y desgreñados. La pintura en ellas está raída y a medio caer, por lo cual supongo que no vive demasiada mucha gente buena. Así que me voy con cuidado, rodeando la calle, hasta la parte trasera del galpón. Me encuentro con que tiene dos puertas de lata, y un poco más arriba, hay un espacio vacío, desde donde supongo entra la luz y el aire. Mide por lo menos un metro de alto, por dos de ancho. Sin embargo, está demasiado alto como para alcanzarlo.

Con todo el tema de las cámaras ocultas, me siento infinitamente paranoico; de modo que, al revisar las puertas traseras, ruego a todos los dioses habidos y por conocer, que no salga alguien a asesinarme.

La primera puerta, la cual está a la derecha, está perfectamente cerrada con llave.

—Mierda—susurro, y miro hacia todas partes como una zarigüeya en peligro.

De hecho, me siento totalmente como una.

Camino hasta la siguiente puerta, casi pegándome a la pared de lata. Si Adela me viera en este momento, seguro estaría burlándose de mí. Bueno, no. Ella no sería capaz de burlarse, pero seguro se reiría.

Adela...

Johnny, cómo te sigo odiando.

Trato esta vez, con el cerrojo de la segunda puerta, pero también está cerrado. Sin embargo, me doy cuenta de que si salto con el impulso suficiente, podría llegar afirmarme de la abertura sobre las puertas y pasar de todos modos. Lo sopeso un momento, pero sé que es una pésima idea. ¿Solo me lanzaría hacia el otro lado? ¿Cuántas probabilidades de fallo existen? O lo que más me preocupa, ¿cuántas posibilidades hay de que me quiebre una pierna?

Entre la puerta y su marco, hay una distancia de apenas unos milímetros, pero me parece lo suficiente como para observar hacia el interior del galpón. Sitúo el ojo ahí entre medio y lo que veo me baja un poco las expectativas. Al interior del inmenso galpón, hay una especie de patio cementado. Por un lado, hay unas cajas selladas y por el otro, un montón de fierros oxidados como si en algún momento de la vida, ese lugar hubiera sido una fábrica o algo por el estilo. La distancia que recorre el galpón de lado a lado debe ser de unos ochocientos metros. De modo que el área debe ser de unos ochocientos metros cuadrados, también. En el centro, más o menos, hay una especie de casucha lo suficientemente grande como para que una persona viva en apenas una habitación.

Después de un par de minutos de observar, me alejo, pestañeando por el esfuerzo de visión que ha debido realizar mi ojo. Me marea un poco, pero mientras observo detrás de mí para ver si alguien me mira, me recompongo. Solo un perro me observa, sospechosamente diría yo, y con curiosidad.

—No vayas a ladrar—le digo.

Pero el perro, al otro lado de la calle, o no me escucha o le da igual, puesto que se acuesta en el suelo y cierra los ojillos.

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now