—Seguro que ese es un tema que tendremos que conversar luego, Pablo—me asegura ella, agregando más tarde:—. Es solo que lo que nos incumbe justo ahora es tratar de entender qué quiere o qué está buscando Inter. ¿Está seguro de que eso no estaba ahí antes?

Asiento con lentitud. Ella me mira y se muerde el labio inconscientemente. Yo miro su boca, luego sus ojos, luego su boca otra vez.

—Será mejor que revisemos las grabaciones tanto de video como de audio para que decidamos qué hacer respecto al muchacho—me dice, dándome un par de audífonos.

Asiento nuevamente, pensando que la primera ocasión en que estuve en su habitación, por poco la beso.

Vamos a ver cómo anda la noche.

***

Las grabaciones, en general, terminan no mostrando nada extraño. Sin embargo, mientras más avanzamos en ellas, más borracho me voy colocando. No puedo entender por qué rayos acepté tanto retos, ni todas las veces en que estuve a punto de delatarnos. Cuando llegamos a la parte en que comienzo a decirle que he sido un idiota y a darles las gracias por salvarme, ambos inconscientemente alejamos las miradas el uno del otro. Adela avanza esa parte lo más rápido que puede, tratando de que no perdamos lo que sucede en las demás cámaras, puesto que su computadora emite cuatro vídeos a la vez, como en las cámaras de seguridad.

Cuando llegamos al final, ambos nos quitamos los audífonos, frustrados.

—Ahí no hay nada—le digo, caminando hasta su cama y lanzándome sobre ella. Su perfume empieza a pulular a mi alrededor.

—Lo sé—comenta, girando su silla hacia mí—. Lo único que encuentro extraño es que Inter siempre tuvo oculta la pantalla de su laptop. Es decir, nunca dio directamente con las grabaciones. 

Levanto la cabeza y asiento.

—Ya sé que quizá haya estado demasiado borracho, pero solo recuerdo haber visto un programa descodificador de claves—respondo.

—Después de que usted vio eso, Samuel le regañó e Inter fue a sentarse. ¿Por qué habrá querido conectarse al wifi y para qué necesitaría una red mejor que la suya?—pregunta ella.

—Según Inter, lo hizo porque quería jugar. ¿A qué cosa? Vaya a saber uno, señorita Holmes.

Ella me sonríe y se levanta, acercándose hasta mí. Se sienta en la cama y deja caer el cuerpo a un lado del mío. El corazón me da un respingo y trago saliva, tratando de que el nerviosismo ante su cercanía no resulte tan evidente.

—Hay algo que no estamos viendo, Watson—me dice al fin—. Nos falta algo importante y no sé qué es. En las grabaciones y audios, los tres se ven inofensivos. Incluso la señorita Lucía. Pero no deberían serlo... ¡Son parte de su banda! Lo lógico sería que por lo menos resultaran amenazantes, ¿no cree?

Sonrío, acercándome a ella, hasta rozar ligeramente su brazo con el mío.

—Hay una frase que se supone que deberías decir tú, Holmes, la cual dice algo así como: si lo lógico no es la respuesta, entonces lo ilógico lo es. Aunque parezca imposible—le digo.

Ella suelta una risa tierna, y  vuelve la cabeza hacia mí.

—¿Que sería lo imposible, entonces?—me pregunta.

Yo solo pienso una respuesta a esa pregunta, pero sé que no debo decirla. Así que decido que por lo pronto, lo mejor es que me vaya a casa.

—Lo imposible es... que me quede más tiempo.

No sé si ella lo nota, pero hace una mueca de ligera decepción.

—Oh... Está bien. Lo dejaré abajo.

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now