Capitulo 69 - ¡Feliz cumpleaños, Lucy!

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Pero no tenía más remedio. Sin mirar atrás, me encaminé entre el mar de personas hacia la salida, con Ronny caminando a mi espalda.

Al salir del lugar, la suave brisa chocó con mi cabello, alborotándole. Temí que el aire se llevara volando mi gorro, así que elevé mis manos hasta mi cabeza y las mantuve ahí hasta que esa ráfaga de viento pareció perecer.

— Vamos, iremos caminando — Declaró mi hermana, diriguiendose a dirección contraria de la ubicación de su coche.

Hacer compras en 23 de Diciembre, a dos días de Noche buena y Navidad no era una buena idea. Me hubiera gustado haberlo hecho antes, pero apenas ese día fue el día que había recibido mi pago en el trabajo de cajera en Willi's, una tienda departamental de deportes.

Ahí vendía desde tacos para futbol hasta manoplas para baisball. Mi hermana decía que era el empleo de ensueño: todos los que iban ahí eran deportistas, y "estaban buenos". Y si, no lo niego, a veces se me iban los ojos por algunos, pero en cuanto me hablaban con esa voz "seductora" y esa cara de "ya tengo con quién dormiré esta noche" se les iba el encanto. Hacía mucho tiempo que había aprendido a simplemente ignorar el físico de todo aquel que se pasara por esa tienda. O simplemente ellos me ignoraban a mi; eso pasaba muy a menudo.

Bueno... el punto era ese: Hasta ese día me habían pagado por ciertos problemas en el sistema, y no me había alcanzado para comprar el regalo de Lucy antes. No con la renta del departamento que pagabamos entre las dos, y mucho menos con el pago de unos libros en la universidad. El haber ganado la beca del concurso del ensayo sobre el amor no me dejaba exenta de los pagos de libros y utiles que usaría.

Por cierto, si: Gané la beca. Decían que mi ensayo fue tan bueno, que sacó lágrimas. Y si, me constaba, ya que cada vez que la maestra de Literatura Avanzada me veía sus ojos se iluminaban. Ella había sido una de las que calificaron los ensayos, y me dijo que el mio le recordó a su primer amor.

A mi también me recordaba al mio.

— ¡Vamos Ely! ¡Camina! ¡Me estoy congelando! — Me gritó Ronny a través de la gente de nuestro alrededor, estando ya a unos 10 metros de ventaja.

Aceleré el paso hasta el punto en que mi saco chocó levemente contra el suyo, y continuamos caminando por las pavimentadas —y limpias— calles del centro de Boston. Los grandes edificios estaban todos situados ahí; la gente corría de un lado a otro con algún café o una Dona hacia su oficina, y otros cargaban bolsas llenas de regalos, últimas compras navideñas.

Caminamos todo hacia el norte, y dimos vuelta hacia la izquierda en una calle que no recordaba haber pasado nunca antes. Ahí pareció de repente otro mundo: La gente pasaba y pasaba por la calle en la que anteriormente estabamos, pero en esa no habían más personas aparte de dos peatones que caminaban justo por la calle paralela, directo hacia el barullo de gente.

Los sonidos estridentes y fuertes fueron cambiados por sonidos lejanos de claxon de automóviles y cantidades grandes de personas hablando al mismo tiempo.

Nos adentramos en la calle —que conforme nos alejábamos de la intersección se sentía más desolada— hasta que a mitad de cuadra —quizás tres cuartos de ésta— se encontraba un pequeño local con letras doradas por encima que decia Jewley Jewley. Que original.

Ronny empujó la puerta, y el sonido de una campanilla nos recibió en el cálido negocio. Las paredes eran de un beige desfallecido, y las vitrinas de base de madera negra, bastante modernas a comparación del estado del resto del lugar. Eché un vistazo a todo el alrededor, y mis ojos se detuvieron en un dulce anciano que salió de repente por una puerta detrás de la vitrina del fondo. Llevaba una camisa blanca y limpia, y unos pantalones de color verde militar. Sus zapatos cafés estaban bien pulidos, y llevaba en la punta de su nariz unos grandes lentes que lo hacían ver osado y quizás más viejo.

Una Escritora Sin Amor | JBWhere stories live. Discover now