capítulo XXXIII

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-Parece que alguien olvidó el protocolo, padre – dijo con reproche.

Bartod apretó los puños y sus músculos se tensaron nerviosamente – no lo olvidé – dijo entre dientes – pero aún eres menor de edad – forzó una sonrisa – yo me encargo de los asuntos políticos.

-Soy menor de edad en este momento para asuntos políticos y quieres tratarme como a un crío, pero, ¿soy lo suficientemente mayor, para que intentes casarme con alguien? Algo no tiene sentido, ¿no lo crees?

El peliazul respiró profundamente y se inclinó, haciendo una gran reverencia – mis disculpas – su voz apenas se escuchó – joven Eroim – prosiguió – no volverá a suceder.

-Gracias – sonrió satisfecho el ojirrojo y posó su mirada en la condesa quien estaba sorprendida ante la actitud del albino y por ende, lo miraba directamente al rostro – condesa de Sadarel – prosiguió – tengo entendido que usted, es pariente lejana de la familia del bosque de Videk, ¿cierto?

-S... sí – asintió.

-Entonces, usted debe saber cierto comportamiento que los invitados deben seguir, cuando visitan las propiedades sagradas y a cada uno de los sumos sacerdotes, ¿no es así?

-Ah... sí...

Skoll sonrió – entonces, dígame señorita, ¿por qué se presenta ante mí, con un vestido rojo?

Los doce sacerdotes se miraron entre ellos, satisfechos por ese reclamo; cuando habían llegado al salón y observaron a la chica con un vestido rojo todos se sintieron ofendidos, pero no pudieron decir nada. Tradicionalmente, nadie debía vestir ese color en los lugares sagrados y dónde vivía el sumo sacerdote, quien era el único que podía portarlo, por ser el color de las flores de sangre y solo en casos especiales, su séquito de sacerdotes podía usarlo, pero solo cuando el sumo sacerdote así lo solicitaba.

La peliazul observó a todos los presentes, notando como ninguno portaba una prenda roja; ni siquiera su siervos y compañía. En ese momento entendía el porqué sus sirvientes titubearon al ponerle el vestido, cuando ella la exigió esa mañana.

-Comprendo que desee ser mi esposa y, también entiendo que debe tener la misma edad que yo – prosiguió el ojirrojo – pero, pertenecer a la familia Eroim, es un honor que muchas personas ansían y, muchas de esas personas, las cuales conocí hace tiempo, cuando recién me convertí en Sumo Sacerdote, saben lo que el color rojo significa...

-Yo... no creí que...

-¿No creyó que me molestaría? – Skoll levantó una ceja – no estoy molesto – su voz era de completo sarcasmo – ¿cómo podría molestarme eso a mí, el único sacerdote, en todo el mundo, que ha sido cubierto con flores de sangre cada luna llena? – se puso de pie y todos los presentes se inclinaron, excepto la condesa, quien parecía una estatua, viéndolo con miedo y Bartod, quien no podía creer esa faceta de su hijo – yo soy el único, al que su Dios ha aceptado completamente y ha cubierto de rojo, de una manera diferente a cualquier otro humano, aunque mi color natural sea blanco – dijo con algo de orgullo – no, no estoy molesto, por supuesto que no – frunció el ceño y la miró con altivez – aunque está claro que, cualquier persona que use el color rojo frente a un sumo sacerdote, con tanto orgullo como el que usted intentó mostrar, especialmente manteniendo su mirada en mi rostro, sea un claro alarde de que se considera digna de ser mi esposa, ¡sin antes ser aceptada por mi Dios! ¡¿Es eso?!

La respiración de la chica se agitó, pasó saliva y sus ojos se humedecieron – yo no... no quería insultarlo...

-No sé cuánto dinero, o qué tipo de dote haya ofrecido su familia, para conseguir que mi padre aceptara este compromiso – dijo con frialdad – pero yo, Skoll Eroim, como Sumo Sacerdote del Dios del bosque de Nyrn, no puedo aceptar casarme con alguien que no tiene respeto por mi deidad, por mí y por todo lo que represento, y – prosiguió levantando la voz por si su padre quería hablar – no lo haré, si no tengo la aceptación de mi Dios, para dicho compromiso.

Apenas terminó de hablar, todas las ventanas del salón se abrieron a la vez, permitiendo la entrada a ráfagas de viento por las grandes aberturas y, junto con ellas, varios cuervos negros hicieron su aparición, yendo directamente hacia la joven condesa, quien empezó a gritar; su séquito se abalanzó a protegerla y evitaron que los animales siguieran desgarrando el vestido rojo que traía, aunque salieron lastimados en el proceso por las garras y picos de los animales.

Los sacerdotes, especialmente Hakon, observaron al albino con susto y asombro, quien estaba cerca de la escena, pero a él, las aves no le estaban haciendo nada; un poco de miedo los invadió, al ver que el niño no se inmutaba por lo que estaba sucediendo. Por la impresión, Bartod había dado varios pasos atrás, incluso estuvo a punto de caer; estaba atónito ante el escándalo y el suceso, sin atinar a cómo reaccionar.

Skoll observaba la manera en que uno de los guardias protegía más a la condesa, recibiendo algunas heridas al interponerse en el camino de las aves; mientras la chica lloraba a mares y suplicaba perdón.

-¡Basta, por favor! – el ojirrojo levantó la voz – mi señor Nyrn, ya es suficiente, ellos no merece sufrir más – suplicó, sintiéndose culpable por lo que ocurría.

Todos los presentes escucharon la petición y, como por arte de magia, las aves se alejaron de la condesa y su séquito, saliendo con rapidez por las ventanas en medio de graznidos. Solo se escuchaban los sollozos de la joven, quien seguía aferrada a su guardia; el albino bajó con lentitud los escalones y se acercó a las personas, aunque ellos lo miraban con temor, poniéndose instintivamente a la defensiva.

-Lo lamento – hizo una ligera reverencia con el rostro – mi padre no entendía que no puedo casarme aún y, el Dios del bosque Nyrn ha demostrado en este momento, que no está de acuerdo en dicho compromiso – explicó – me disculpo sinceramente por lo que ha sucedido, no era mi intención que saliera lastimada, señorita Vikez...

La peliazul estaba llorando contra el pecho de su guardia, y el joven, de poco más de veinte años, miraba con rabia al peliblanco.

-Pero, es notorio que usted, ya tiene quien la quiera – prosiguió el ojirrojo con una sonrisa debil – por eso, con todo respeto y, espero que no lo tome como un insulto, debo romper el compromiso...

Después de otra reverencia con el rostro, Skoll caminó hasta su padre y lo miró con frialdad – puedes castigarme si así lo crees conveniente – dijo sin emoción – pero, ya ha quedado claro que no hago mi voluntad, sino la de nuestro Dios...

Bartod estaba pálido, observando a su hijo, sin entender lo que había ocurrido momentos antes, pero lo que menos quería en ese preciso instante, era acercarse a él.

-Ulltek – el menor terminó de bajar los escalones y se acercó al peliverde – por favor, curen las heridas de la condesa y su séquito – pidió con suavidad – usen todo lo que tenemos y, si es necesario, que lo dudo, manden llamar al médico de la ciudad...

-Sí, mi señor – asintió el anciano, quien estaba asombrado por esa actitud y por todo lo que había ocurrido.

-Miley, Oren – el niño levantó la voz – quiero ir a mi habitación, por favor...

Skoll se dirigió a la salida del salón azul, justo como había llegado, con altivez, manteniendo su porte y seguridad al caminar, mientras su túnica se arrastraba sobre la alfombra mientras salía; los sirvientes lo siguieron con rapidez, sin decir una sola palabra.

A mitad de las escaleras, Oren tuvo que sostener al niño y levantarlo en brazos para llevarlo a su habitación con rapidez; el peliblanco se había desplomado, porque se había quedado sin fuerzas mientras lloraba, pero no perdió el conocimiento, solo estaba consternado, asustado y ya se había bajado la adrenalina del momento. De no ser por su mayordomo, hubiese rodado por la escalinata.

-¿Qué hacemos, mi señor? – preguntó la pelirrosa con preocupación, cuando el peliblanco estuvo en su cama.

-Nada... – sollozó – solo... no me dejen solo... – suplicó, sabiendo que su padre iría a castigarlo.


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