Capítulo XXV

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Nyrn se encaminó al manantial del templo, con el albino en brazos. Como había aprendido aquella vez que Skoll lo llevó, esperó a que pasara el sacerdote que estaba haciendo el recorrido y después, con todo el sigilo del mundo, entró a la caverna.

Las plantas luminiscentes ya habían cubierto todo el lugar; cuando el rubio llegó a la orilla del manantial, se introdujo con Skoll al agua, sin siquiera quitar el camisón que el niño portaba y, sumergió por completo el cuerpo, a excepción de la cabeza, dejando el rostro del niño fuera de la superficie, para que no se ahogara.

Cuando el peliblanco sintió la frescura que lo cubría gimió y lentamente empezó a abrir los parpados; en esa ocasión, sus ojos no estaban tan opacos.

-Nyrn... – dijo con debilidad y se estremeció – perdón... – se disculpó rápidamente – mi señor...

Normalmente no era tan informal con el ojiverde y solo le hablaba por su nombre cuando estaban teniendo relaciones, porque el otro le había dado permiso.

-Está bien, mi hermosa flor – sonrió el mayor – dime Nyrn, solo Nyrn, de ahora en adelante.

El albino sonrió y se restregó contra el pecho del otro; le había gustado escuchar que podía llamarlo por su nombre, pues siempre le había gustado.

-¿Estás mejor?

-Sí – asintió el ojirrojo – pero... – se mordió el labio, parecía dudar.

-¿Pero? – el rubio movió la mano y con ella vertió un poco de agua en la cabeza del albino, la cual resbaló por su rostro.

-Me siento... extraño... – confesó – ¿es...? ¿es normal? – indagó el niño cerrando los parpados, mientras el agua caía por su cara.

-Supongo que sí... – respondió la deidad un tanto confundido, pues no sabía que tan diferente se sentía el otro – pero, ¿qué sientes?

Skoll se movió, incorporándose, porque estaba siendo sostenido por el mayor, como si estuviera recostado; se sumergió completamente en el agua y, al salir, su cabello se pegaba a su cuerpo. Pasó las manos por el cuello del Dios y se restregó contra su cuerpo.

-Me siento ansioso – susurró y mordió el cuello del ojiverde, consiguiendo que el otro se sobresaltara – te necesito, Nyrn – dijo con ansiedad – más que nunca...

-Skoll... – sonrió un poco nervioso, él también necesitaba sentirlo, pero se preocupaba por el estado del niño – estás un poco delicado...

El menor se sorprendió por esas palabras y sintió que el aliento se le iba; mordió el labio y sonrió tristemente, se había sentido un poco rechazado.

-Perdón... – el albino hundió el rostro en el cuello del otro – supongo que... necesito descansar...

-Más que descansar, necesitas cuidados y atención – explicó el ojiverde – la semilla empezó a germinar – su voz sonó feliz – y debe ser atendida adecuadamente, así cómo tu cuerpo.

-¿De...? ¿De verdad? – el ojirrojo se alejó, observando al otro con sorpresa – ¿de verdad está funcionando? – no pudo evitar que su voz sonara emocionada, sus mejillas se tiñeron de rojo, sonrió ilusionado, bajó el rostro y alejó las manos del rubio, llevándolas a su vientre, acariciando con suavidad, por encima de la tela húmeda.

Skoll había pensado que no funcionaría, por lo que Nyrn le había dicho antes, pero ahora, saber que esa semilla que depositó en su interior, empezaba a "germinar" lo hacía inmensamente feliz. Era parte de su Dios y él cuidaría de su simiente con su vida.

-Por eso te traje – confesó el mayor, abrazándolo con suavidad, sintiendo la delicada figura del menor contra sí mismo – dijiste que tenía sed...

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