capítulo XXXIII

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Skoll bajó la enorme escalinata con paso seguro, completamente erguido y manteniendo una pose y semblante sereno, a pesar de que por dentro estuviera muriendo de miedo; Oren y Miley iban tras él, siendo ellos sus sirvientes personales, eran los únicos que podían atenderlo cuando había visitas y, a nadie más debían prestarle atención.

El 'salón azul', era un recinto no muy grande en el palacio, el cual, solo era usado para recibir a las visitas políticas; el salón solo tenía un trono en un extremo, cercano a un ventanal que mostraba el bosque; al lado de ese trono, estaban algunas sillas, destinadas a la familia del sumo sacerdote, quien ocupaba siempre el lugar principal.

Cuando el albino llegó al salón, todos los murmullos cesaron; los doce sacerdotes se inclinaron ante él, así como el séquito de la condesa, mientras ella y el padre del menor, se quedaban al final de la enorme alfombra, cerca de un trono.

El albino apenas distinguió a la joven, un sentimiento de repudio e ira se apoderó de él; la chica era muy bella, quizá, mucho más de lo que Skoll se hubiera imaginado, pero eso no le interesó, así como tampoco el hecho de que parecía haberse esmerado en su arreglo para causar la mejor de las impresiones. El cabello de ella era en un color azul claro, recogido en un peinado alto que dejaba caer unos bucles sobre sus hombros, sus ojos purpuras brillaban con emoción y sonreía ampliamente; pero lo que había conseguido molestar al albino, era su vestimenta

Skoll caminó sin apresurarse, levantando el rostro de manera altiva, si algo había aprendido de su padre, era que un Eroim nunca se inclinaba ante nadie, pues eran una de las familias más respetadas y él, no iba a bajar la mirada ese día, mucho menos ante un visitante extranjero; si en su primera reunión, a la cual asistió gente de muchas partes, no mantuvo un semblante así, era porque seguía siendo considerado un niño, pero si ya se iba a casar, era lo suficientemente mayor, para actuar como lo ordenaba el protocolo.

Cuando llegó al final de la alfombra, la jovencita hizo una gran reverencia, levantando su largo vestido; Bartod, el padre de Skoll, también inclinó el rostro, pues, aunque no quisiera, debía mostrar respeto a su hijo, el Sumo Sacerdote de Nyrn. El peliblanco no dijo nada, simplemente subió los escalones y tomó asiento en su lugar; cuando estuvo sentado, los presentes se irguieron.

-Skoll – Bartod habló con seriedad – tengo el placer de presentarte a la señorita Yrsa Vikez, condesa de Sadarel.

-Es un placer conocerlo, joven Eroim – dijo la peliazul, haciendo otra reverencia.

Skoll entrecerró los ojos; estaba demasiado molesto como para pensar en las consecuencias de sus actos, pero, si su padre pensaba que aún podía manejarlo como quisiera, le iba a demostrar que no era así.

-Ulltek – llamó el albino con voz tranquila.

-¿Mi señor? – el peliverde se sorprendió de que lo llamara a él, pero dio un par de pasos acercándose al trono, manteniendo la mirada en el piso; nadie podía ver al sumo sacerdote a los ojos, durante reuniones de ese tipo, a lo más que podían hacer era ver el medallón que portaba.

-Ulltek, tu eres el sacerdote más anciano del templo, el líder de los doce, tú eres el que tiene acceso a los protocolos políticos completos y estás plenamente consciente de lo que se debe hacer – sonrió el menor con tranquilidad – dime, ¿cuál es la manera correcta para referirse a mí, cuando me presentan a alguien? – su mirada se posó retadora en su padre.

Bartod se asombró ante las palabras de su hijo, pero no fue el único, a excepción de la condesa y su séquito, todos los presentes parecían haber recibido un cubetaso de agua fría.

-Mi joven señor... – la sonrisa le tembló al anciano, sabía hacia dónde iba esa pregunta, pero no creía que fuera adecuado, pues aunque el padre del niño debía comportarse ante las personas, quizá después lo castigaría, aún así debía responder – nadie, ni siquiera su familia, ni el anterior sumo sacerdote del Dios del bosque Nyrn, el cual fue sucedido por usted, tiene derecho a llamarlo por su nombre...

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