Capítulo XX

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Skoll y Nyrn siguieron su relación; noche a noche, el niño le pertenecía a su Dios en el lago y, las noches de luna llena, lo hacía en la cueva de las flores de sangre. La reputación del albino como sumo sacerdote fue conocida en todos los países, tanto así, que algunos reyes fueron a conocerlo en persona, incluso aquellos que no veneraban al dios de ese bosque. Skoll era el único sacerdote que, cada luna llena, era cubierto con flores de sangre y esa distinción era con lo que incluso, políticamente, la familia Eroim consiguió mucho más respeto que cualquier otra familia de la realeza.

Pero no solo entre los humanos era conocido el albino, pues las deidades de los otros bosques, estaban intrigadas en saber, por qué Nyrn era tan espléndido con ese niño; algo que el rubio no podía explicarles, pero él sabía que era alguien especial. Los Dioses querían conocerlo, pero era imposible, pues el niño no podía alejarse del bosque de Nyrn en ese momento y, las otras deidades no podían dejar sus hogares; aún así, la curiosidad los llevaba a enviar animales mensajeros, para conocer los secretos del menor, aunque el rubio evitaba que vieran los momentos que pasaba a su lado.

Los meses de invierno pasaron y Skoll se preparó para la primera luna llena de primavera; sería un ritual especial, ya que debía rogar para que las tierras fueran bendecidas, pues empezaría el tiempo de siembra.

El día llegó y, antes de entrar a purificarse, su padre habló con él.

-En cinco meses – el peliazul lo observaba con frialdad – cumplirás dieciséis años – dijo sin emoción.

Esa frase hizo temblar al albino.

-De entre todas las familias, el clan del bosque de Videk son los más interesados en unir lazos con nosotros – explicó – tienen lazos con la familia real de su país y han prometido una gran dote, pues tienen una sobrina en edad casadera con el título de condesa, perfecta para que la desposes dos meses después de tu cumpleaños – prosiguió sin dudar – cuando ella cumpla quince, así que, la conocerás pronto.

-Pero, no puedo... – el ojirrojo observó a su padre con miedo – soy sacerdote del Dios Nyrn, solo le pertenezco a él.

-¡Vas a cumplir mis órdenes y no se diga más! – sentenció Bartod – ve a purificarte.

Y con eso, finiquitó el asunto, alejándose de su hijo.

Skoll pasó el tiempo en el manantial, pensando y tratando de encontrar una solución, pero nada llegó a su mente; solo podía contárselo a Nyrn y esperar que tuviera una respuesta.

Después de la ceremonia, la cual duró más tiempo de lo normal, por ser la luna para bendecir las tierras, el albino se quedó solo; estaba ansioso, necesitaba sentirse protegido y para eso, solo podía estar en los brazos de su deidad. Cuando vio las luces en el bosque, se quitó el medallón, dejándolo en una de las rocas y fue al encuentro de Nyrn, pero, el ojiverde no iba junto con las luciérnagas.

-¿Dónde está? – preguntó con desespero, más no hubo respuesta, solo podía seguir a los insectos.

Caminó con paso rápido, tratando de no tardar en su trayecto. Era la primer luna llena en meses, que Nyrn no lo guiaba, pero, a diferencia de lo que pensó, las luciérnagas no lo llevaron al árbol en la roca, sino al lago.

El lugar estaba solo, Nyrn no estaba y, eso desilusionó al peliblanco, aún así, caminó por la senda de rocas ligeramente sumergidas, hasta llegar al árbol y se sentó a esperar.

Varios minutos después, el rubio llegó al lago, y, después de cruzarlo, estuvo al lado del ojijrrojo.

-¡Mi señor! – Skoll se incorporó de un salto, abrazándolo y sintiendo que sus ojos se humedecían.

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