Capítulo XXVIII

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Nyrn llevó a Skoll hasta la cueva, donde las flores de sangre habían florecido; cuando llegaron al centro del pequeño islote, el ojirrojo se sorprendió de ver que había un lecho de musgo y hojas, bastante cómodo.

-Las flores están hermosas – comentó el menor, mientras tomaba asiento.

-Sí – asintió el mayor, pero se quedó de pie – florecieron todas, el día que deposité mi semilla en ti – dijo con orgullo – pero vivirán hasta antes de la luna llena... ¿quieres algo de agua? ¿Una fruta?

-No gracias – el ojirrojo negó con cansancio – mi padre me obligó a cenar, así que, no tengo hambre.

-Primera vez que escucho que te haya obligado a comer – el rubio levantó una ceja y se acuclilló frente al menor – normalmente no te deja probar alimentos.

-Supongo que está preocupado de que me pase algo y no deje descendencia – sonrió débilmente – el médico le dijo que debo descansar.

-Lo sé – Nyrn entrecerró los ojos – no me gustó que ese hombre te viera desnudo...

-¿Cómo sabe...?

-Aunque desconozco de algunos temas, yo sé muchas cosas que ni siquiera te puedes imaginar – el ojiverde le acarició el rostro – pero no hablaremos de eso hoy – negó y sonrió ampliamente – ¿sabes...?, ayer, en el manantial, puede que haya sido un poco frío contigo a causa de mi ignorancia – se alzó de hombros – pero tengo veintiún siglos de existencia y, jamás había germinado una de mis semillas, así que desconozco muchas cosas, por eso hoy, todo el día, vine aquí a buscar respuestas, para saber cómo cuidarte y que todo salga bien...

-¿Aquí? – Skoll cerró los parpados disfrutando la caricia en su rostro – ¿por qué aquí?

-Skoll... – el rubio se sentó frente al niño, en posición de loto y le sujetó las manos con suavidad – voy a contarte algo importante, pero esto es un secreto, así que eres la primer persona que lo va a saber en siglos...

-No se lo diré a nadie – aseguró el menor con rapidez.

-Lo sé, sé que puedo confiar en ti – Nyrn asintió – bien, ¿recuerdas cuando te traje aquí por primera vez?

-Sí – sonrió el niño – cómo olvidarlo, fue la primera vez que... bueno – sus mejillas se sonrojaron – la primera vez que, usted y yo...

El otro asintió – pero aparte de eso – prosiguió con rapidez – te dije algo ese día, ¿lo recuerdas?

El peliblanco se mordió el labio, miró hacia arriba, viendo a través del agujero la luna que ya empezaba a menguar y algunas cosas llegaron a su mente, fue cuando un recuerdo fugaz lo asaltó.

-Sí, lo recuerdo – asintió con efusividad – me dijo que era el lugar donde estuvo la primer deidad, ¿cierto?

-Exacto – el ojiverde sonrió, le gustaba saber que el niño le ponía atención – bien, es hora de explicarte algo sobre esa deidad – cerró los ojos y respiró profundamente – esa deidad, era una Dríade...

La palabra consiguió que Skoll pensara en todo lo que sabía de mitología; según los cuentos e historias, las dríades eran espíritus naturales, ligadas a un árbol y vivían hasta que el árbol perecía.

-Las Dríades son ninfas que andan errantes en los bosques y cuidan del mismo – susurró – son consideradas mensajeras de los dioses del bosque – terminó observando al otro.

Nyrn rió – no, no es así – negó – las Dríades eran los seres primigenios naturales, que manipulaban la tierra, las plantas y animales a voluntad, así como el agua, el viento y algunos espíritus etéreos – dijo con rapidez – vivían en los bosques, pero cuando los humanos llegaron a este mundo y se dieron cuenta de su existencia, poco a poco empezaron a adorarlas como Dioses, aunque jamás las miraban, porque las Dríades no lo permitían, solo se hacían presentes de cuando en cuando – explicó – y, Narn, la primera deidad Dríade, de este bosque, tenía su árbol de vida aquí – hizo un ademán con el rostro, hacia abajo – en este islote – especificó – ella era la última Dríade de este inmenso bosque, porque su raza empezó a perecer ya que no podían reproducirse y pasó lo mismo en los otros doce bosques – suspiró con debilidad – así que todos se quedaron con una sola deidad que los protegía, pero, para que pudiera sobrevivir, cuidaban su árbol de vida de cualquier amenaza, si algo le pasaba a ese árbol, la Dríade también moriría...

-¿Qué pasó con las otras Dríades? – el ojirrojo no entendía.

-Los árboles no son eternos Skoll – sonrió con tristeza el mayor – pueden durar siglos, milenios, pero, en algún momento, deben perecer...

-Entonces, esa Dríade... ¿murió?

-Sí – Nyrn asintió – pero aún así, murió satisfecha, porque una de sus semillas germinó y ocupó su lugar...

El peliblanco parpadeó sorprendido, previendo lo que vendría después.

-Narn, era mi madre...


* * *

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