Capítulo XI

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-Joven... despierte, por favor – la voz de la pelirrosa era como una súplica – si llega tarde al desayuno, su padre puede castigarlo de nuevo.

Skoll entreabrió los parpados y se desconcertó; no recordaba cómo había vuelto a su habitación, pero, estaba ahí, en su cama, envuelto en sus mantas y, los libros que había llevado al bosque, estaban en la mesita de al lado.

-¿Se siente mejor? – preguntó Miley con preocupación, especialmente al verlo dormir de espaldas, pues el día anterior, ni siquiera podía soportar las vendas del todo.

-S... Sí... – asintió con una sonrisa en sus labios – prepara... prepara el baño, por favor....

Ella asintió y casi corrió al cuarto de aseo a realizar las indicaciones de su joven amo. Skoll se sentó en la cama y, a un lado de su almohada, encontró una flor de sangre; cuando intentó recogerla, se convirtió en polvo, formando unas letras en la superficie de su cama.

"Espero que hayas amanecido mejor y puedas visitarme esta noche de nuevo, por cierto, terminé los libros, trae otros..."

Después de eso, el polvo desapareció. Skoll sonrió, se quitó la camiseta que portaba, revisó sus hombros con la mirada, e intentó tocar su espalda con las manos; no había rastro de las heridas que portaba el día anterior, ni tan siquiera le dolía un poco, además, las cicatrices que su cuerpo portaba antes, se habían desvanecido ligeramente.

-Gracias... – susurró emocionado, esperando que esa palabra llegara hasta su Dios.

El menor fue a bañarse pero, debido a que Miley y Oren siempre lo asistían, se sorprendieron de su pronta recuperación; ellos sabían que el día anterior estaba tan grave, que iba a necesitar más de una sesión de curación. Él tuvo que pedirles que no dijeran nada, pues no quería que su padre se enojara al no poder darle una explicación coherente; los sirvientes, conociendo el mal genio de su señor, accedieron con rapidez, para proteger al niño.

Ese día, Skoll hizo actividades normales, estudiando y practicando rezos después del desayuno; en la tarde, después de la comida, fue a purificarse, al manantial. Por primera vez, a pesar del frío, no le desagradó estar en esa agua durante horas; si con ello tenía el privilegio de ver a Nyrn, lo haría mil veces de ser necesario y sin objetar.

En la noche, una vez más, el ojirrojo se escabulló de su habitación, llevando unos libros con él. Trató de esperar con paciencia, pero le fue imposible, al ver las pequeñas luces acercarse, corrió a su encuentro; pero en esa ocasión Nyrn no iba con ellas, algo que lo desilusionó un poco, aunque, cuando lo encontró en el lago, no pudo ocultar su emoción.

-¡Buenas noches! – saludó haciendo una reverencia, al llegar al lado de la deidad.

-Hola – el ojiverde sonrió poniéndose de pie, pues estaba sentado en las raíces del árbol, alimentando unos pececillos – tienes mejor semblante que ayer.

-Sí, gracias a usted.

-No tienes nada que agradecer – negó el rubio.

-Traje nuevos libros, como me pidió – extendió sus manos, entregando su carga.

-¡Qué bien! Creo que podré leerlos esta noche – dijo con seguridad – yo también tengo algo para ti – sonrió y extendió la mano, dándole al menor, un bulto plateado.

-¿Qué es...?

-Es una capa de seda de araña – respondió con rapidez y acercó la mano a la mejilla del peliblanco – pensé que te quedaría muy bien...

-Gra... Gracias... – el sonrojo cubrió las mejillas del menor y extendió la capa con cuidado, observando el detalle del tejido; a pesar de ser de telaraña, se sentía extremadamente suave y acogedora.

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