-Hola, mi hermosa flor – el ojiverde lo besó en los labios, pero al notar que los ojos rojos estaban llenos de lágrimas, se sorprendió – ¿qué sucede?

-Yo... es que... no sé qué hacer.

-¿Por qué?

-Mi padre dijo que en siete meses, me casaré con una sobrina de la familia de Videk y, debo conocerla pronto – explicó – no creo poder evitarlo.

Nyrn lo abrazó con suavidad – ya te dije que no te casarás con nadie – aseguró – tranquilo – su voz sonaba condescendiente – ahora, necesito que estés calmado, porque hoy es un día especial...

-¿Especial? – el niño se limpió los ojos – ¿Por eso estamos aquí?

-Sí... – asintió el mayor, pero Skoll se dio cuenta que Nyrn tenía un semblante triste.

-¿Mi señor?

-Ven...

El ojiverde guió al albino hasta el árbol; después de sentarse en las raíces, recargado en el tronco, sentó al niño en su regazo.

-Skoll... – dijo con lentitud – eres mi sumo sacerdote y, eres al único que he apreciado tanto en todos estos siglos – explicó – por eso, quiero saber... ¿qué estás dispuesto a hacer por mí?

El ojirrojo se sorprendió por la pregunta, abrió su boca para responder, pero, guardó silencio; dudó, no sabía que debía decir.

-¿Por qué me pregunta? – indagó con cautela.

-Quiero saber... necesito saber...

-Mi señor... – el peliblanco sonrió con más confianza – de ser necesario, yo sería capaz de morir por usted...

El ojiverde sonrió con tristeza, bajó el rostro y depositó un beso en la sien del menor.

-Skoll... – susurró el nombre con suavidad – con cualquiera de mis sacerdotes, esas palabras me dejarían satisfecho – suspiró – pero no contigo – negó – yo no quiero que nada te pase, no deseo que sufras, pero estoy seguro que esto es, porque me siento diferente contigo – confesó – nunca, jamás, había sentido algo así con nadie, ni siquiera con las sacerdotisas con las que llegué a tener contacto...

El albino se sorprendió. Nunca antes habían tocado el tema, pero si Nyrn había tenido contacto con sacerdotisas, entonces, conoció a su hermana y había tenido contacto con ella.

-Y, por eso – el ojiverde prosiguió – solo por eso... quisiera intentarlo, aunque sé que es imposible, porque he pasado todos estos meses investigando, tratando de encontrar una pequeña esperanza a la cual aferrarme pero es algo que no tiene remedio... aún así, me gustaría probar, contigo...

-No entiendo.

-Skoll... – el rubio trató de sonreír, pero no pudo – quiero tener un retoño...

El ojirrojo lo miró confundido – un... ¿retoño? – preguntó a media voz, sin saber a qué se refería con esa palabra.

Nyrn se dio cuenta que el niño no lo entendía, así que, decidió decirlo de otra manera – quiero tener descendencia, como ustedes lo llaman – esa frase dejó atónito al albino – he pasado siglos buscando a la persona adecuada para portar mi semilla, pero no la he encontrado – explicó – por más que lo he intentado, ninguna ha germinado y después de siglos, he perdido la esperanza... pero, quisiera probar contigo, porque es un deseo personal, aunque... tengo miedo...

El peliblanco aún no salía de su asombro, pero se atrevió a preguntar – ¿Miedo? ¿Miedo a qué, mi señor?

-Si algo te llegara a pasar, yo... yo no podría soportarlo – la mirada del rubio estaba llena de incertidumbre.

El albino se mordió el labio, aun no comprendía del todo, pero, tenía meses de estar al lado de su deidad y en ningún momento, había sufrido ningún daño, al contrario; su padre había dejado de castigarlo con frecuencia, los sacerdotes lo respetaban al punto de que, lo que él hacía o decía, era más que una orden y por si fuera poco, gracias a los cuidados del rubio, a pesar de que pasó noches de invierno en el exterior de su casa, jamás enfermó.

Skoll se movió, sentándose a horcajadas sobre las piernas del mayor y lo besó en los labios – mi señor, yo estoy dispuesto a hacer lo que usted desee, se que nada malo me sucederá – sonrió, consiguiendo que el ojiverde lo mirara con ilusión – pero, el problema es que no entiendo a qué se refiere con 'portar su semilla' y, bueno – se encogió de hombros – tampoco soy una mujer para poder darle descendencia.

-Mi hermosa florecilla – Nyrn abrazó al peliblanco – yo no soy de tu misma especie y por eso, necesito sembrar una semilla en el cuerpo de alguien más – explicó – el problema es que, por alguna razón, las semillas, jamás germinan...

-¿A qué se refiere con 'sembrar'?

La mano del ojiverde se movió, hasta llegar al vientre del menor – introducirla aquí – dijo con lentitud, presionando por encima de la ropa – y tú debes protegerla, hasta que germine y, podamos trasplantarla en otro lugar.

-¿Eso es todo?

-Si... pero...

-¿Qué sucede?

-No sé si vaya a funcionar...

-¿Ya lo ha intentado antes? – el peliblanco sonrió, tratando de darle ánimos al mayor.

-Solo en las hembras – respondió el rubio.

-Y, ¿no funcionó?

-No... jamás...

El ojirrojo empezó a sentirse inseguro, si Nyrn ponía esa semilla en las mujeres, debía haber contacto físico y quizá, lo hubo con su hermana – mi... mi señor – apretó los parpados – ¿cómo...? ¿Cómo coloca la semilla?

-Introduzco la semilla por aquí – el dedo de Nyrn presionó el lugar exacto del ombligo del menor.

Skoll abrió los ojos con sorpresa – me... ¿me dice que nunca intentó...?

-¿Qué cosa?

El menor sintió que el calor subía a su rostro y una risita nerviosa lo invadió – pues... lo que hace conmigo... normalmente... tener... relaciones...

-¿Por qué iba a hacer eso? – el ojiverde puso un gesto de desagrado – las hembras no me gustan y nadie me había atraído como tú, ya te lo he dicho, además, yo no puedo preñar a ninguna de ellas, como lo haría un varón humano.

El albino sonrió ampliamente, con esa confesión, disipaba todas sus dudas; su Dios jamás había tenido nada que ver con alguien antes que con él y obviamente, tampoco con su hermana. Eso era suficiente para ofrecer su vida, con tal de cumplir su deseo.

-Entonces... – Skoll abrazó al rubio por el cuello – intentémoslo – susurró contra la oreja del mayor – yo, protegeré su semilla y daré lo mejor de mí, para que germine...


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