1. Descubrimiento Accidental

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El interior del auto era alumbrado cada vez que pasaba lentamente junto a un poste de luz en la carretera, me encontraba en el asiento de atrás de brazos cruzados observando la fina línea roja en el horizonte anunciando el amanecer.

El vidrio de la ventana se había empañado un poco con mi respiración luego de que recostara mi cabeza contra él poniendo todo mi peso sobre la puerta, el conductor había sido lo suficientemente atento como para ponerle automáticamente el seguro a todas las puertas al percatarse de ello, siendo lo suficientemente desatento como para no notar que, antes de recostarme yo lo había hecho con mi puerta.

El hombre de cuarenta y tres años de edad que conducía el vehículo era mi padre, quien cruzaba la mirada conmigo de vez en cuando a través del espejo retrovisor, por el movimiento de sus hombros podía notar que soltaba algún que otro suspiro. A su lado, en el asiento de copiloto se hallaba mi madre moviendo los labios conversando, o más bien hablando sola para que mi padre no se quedara dormido. Yo tenía los auriculares puestos y no me atrevía a dirigirles la palabra. Terquedad que había heredado de ambos, haciéndome el doble de obstinado que ellos.

No me mal entiendan, no era el típico hijo rebelde que hacía un alboroto porque se mudaba de ciudad y tenía que dejar a sus amigos. Porque yo no tenía amigos. Pero sí, estaba molesto.

La noticia me tomó tan sorpresivamente que no pude conseguirle un dueño a los pequeños gatitos que vivían en un cartón con su madre en un callejón al lado de la casa. Solía alimentarlos a escondidas de mis padres, ¿por qué a escondidas? No me dejaban tener mascotas.

Su prohibición tenía fundamento para ellos, pero para mí siempre habían sido demasiado exagerados. De niño había sido inmunodeficiente, enfermaba todo el tiempo, podría decirse que pasaba más tiempo en el hospital que en la escuela, se suponía que cuando creciera mis defensas se estabilizarían, pero a los doce años desarrollé un problema anémico, hice dietas balanceadas recomendadas por los médicos, pero simplemente no pudieron solucionarlo del todo, y gracias a ello seguía siendo inmunodeficiente, mis defensas iban por el suelo con facilidad haciendo que enfermara casi todo el tiempo.

- ¡Jinan! - Me sobresalté al oír la voz de mi madre cuando me sacó los auriculares - ¿Tomaste tus vitaminas?

- Mmm... sí -. Asentí, lo había olvidado, pero si lo admitía se pondría histérica.

El sol ya estaba en su punto más alto cuando el auto se estacionó frente a una casa, no me sorprendió su infraestructura, a papá siempre le gustó ese estilo, gran jardín, de dos pisos pero nada extravagante, bastante sencillo de hecho.

Nos habíamos mudado de hogar debido a dos razones, la primera era por el trabajo de papá y la otra era porque mi madre estaba metida en una especie de proyecto de caridad con escuelas llenas de estudiantes delincuentes a quienes hacía ver "la Luz de la palabra"

Así es, venía de una familia que ciertamente tenía una obsesión con la religión. Aunque no era tan malo.

La casa sólo tenía los muebles necesarios, las habitaciones quedaban en el piso de arriba, tuve la oportunidad de elegir mi propia habitación, la vista era bonita.

Tardamos un tiempo en instalarnos, mi madre se encargaba de todo debido a que el ascenso de puesto en el trabajo de mi padre lo mantenía demasiado ocupado, ella estaba demasiado estresada por lo que decidí llevar mis papeles a la universidad yo mismo para la inscripción y convalidación de materias.

Saqué número y me senté entre el montón de gente que esperaba por ser atendida. Una señorita de lentes y cabellera negra me atendió, le comenté mi caso y le pasé los papeles que necesitaría.

Prohibido Tocar - {Junhwan}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora